Los colmillos del lobo

Fred F. Sears, fallecido prematuramente a la tierna edad de 44 años, fue un stajanovista del cine fantástico y de terror, y de la serie B tirando a Z en general. Nadie sabe qué horrores nos habría deparado de haber podido continuar ejerciendo su profesión. Legó a la posteridad, por ejemplo, La Tierra contra los platillos volantes y The Giant Claw, títulos que bastan para erizar el vello de cualquier amante del género, y en su desdichado chapotear en los mitos no dudó en echar una garra a la saga de los pobrecitos hombres-lobo. Los colmillos del lobo, rodada con cuatro dólares, un maquillador de juzgado de guardia y más entudiasmo del que sería deseable, nos cuenta la historia de un pobre desgraciado que cae en las manos del típico científico sin escrúpulos que le inyecta una poción de su invención, la cual le transforma en licántropo mal que le pese. Aparece en el típico poblacho norteamericano al que no desearíamos ir a parar ni en pintura, y mata y mata sin poder evitarlo. Don Megowan, que al parecer padece parálisis facial, aunque teniendo en cuenta los diálogos mejor así, es el aguerrido sheriff que no entiende nada de lo que está pasando, pero apechuga con las circunstancias y decide dar caza al hombre-lobo extraviado. Joyce Holden, encantado-esunplacer-muchogusto, encarna a su sufrida novia, aunque tiene pinta de haber peregrinado por más camas de las que tal vez desearía, y todo está rodado en un blanco y negro que despierta nuestra simpatía y nos lleva a degustar esta rareza con una sonrisa en los labios y alguna risita sarcástica de vez en cuando.
Para coleccionistas, completistas y amantes de títulos poco o nada conocidos.

Tras los años de la Universal y su particular concepción de los monstruos clásicos, hasta la decadencia con aquellos infames productos protagonizados por el dúo cómico (¿?) Abbott y Costello, todos aquellos seres quedaron semi-olvidados, y sin esa reputación terrorífica que se habían labrado desde los años 30. Así dos décadas más tarde protagonizaron producciones independientes, de serie B, en las que trataban de liberarse del encorsetamiento conceptual de las historias de la Universal. Veremos a vampiros y monstruos de Frankenstein en el oeste, o vampiros contemporáneos más parecidos a asesinos en serie. En el caso que nos atañe, descubriremos a un hombre-lobo creado por unos malvados mad-doctors. Comparte con el clásico el estigma de ser un personaje torturado y desgraciado. Vaga por un bosque y llega a un inmundo pueblucho -básicamente una calle con edificios a cada lado y un único bar- donde intentan asaltarlo para robarle veinte dólares. Y ahí empieza la persecución policial, por parte del protagonista, un tipo adusto con poca paciencia. Del lado del desventurado se pondrán el médico del pueblo y su hija, que con razonamiento científico, tratan de disuadir al sheriff de ejercer presión letal sobre la involuntaria alimaña. Un hombre-lobo que cuando se transforma no pierde ni la corbata y mucho menos la chaqueta.

Una nueva visión de un monstruo clásico, enmarcado en la contemporaneidad del filme, alejándose de veleidades decimonónicas o de principios de siglo.

Francamente agradable cinta de género fantástico, con el tema del hombre lobo tratado en la actualidad como si fuera una enfermedad producida por la irresponsabilidad del hombre.
Y esto es lo que más se puede criticar, que la razón por la que el co-protagonista se convierte en un hombre lobo se ve, hoy en día, en pleno siglo XXI como algo ingenuo, que visto lo visto a través de los años, se comprueba como inviable y por tanto, poco convincente.
Pero dejando esto aparte, la película es muy amena, con una puesta de escena a toda pantalla que le otorga fuerza.
La fotografía en blanco y negro es loable y el actor Steven Ritch compone un hombre lobo muy humano, que sufre por lo que le pasa.
Gusta.

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