Notre Dame

Pocas veces uno piensa que ver una película es un tiempo perdido, siempre hay algo que destaca y por lo que merece la pena sentarse delante de la pantalla. En “Notre Dame” cuesta mucho, realmente mucho, encontrar algún motivo no para empezar, sino para seguir viéndola, o incluso terminarla.

La película narra la historia de una mujer que, por casualidad, gana un concurso para la remodelación de la plaza donde se encuentra la catedral de Notre Dame. Realmente decir casualidad es quedarse corto, y es que el elemento que desencadena la historia es surrealista y es un serio aviso de todo lo que vendrá después.

El argumento principal se enmaraña de una manera extraña mientras la película intenta trata de sacar provecho de las relaciones personales de la protagonista, también directora, con el resto de personajes. Este intento se declara nulo porque no hay comedia a pesar de que en algún momento hay lugar para ella, y la historia va cabeceando de un lado para otro sin rumbo alguno.

Donzelli, con experiencia en la dirección, se encuentra perdida en todo momento. No hay aprovechamiento de una ciudad como Paris, el ritmo tiene multitud de altibajos y su actuación como personaje principal no tiene personalidad, lo mismo pasa con el resto de personajes. Estar fuera de lugar en una película caótica, con la libertad que el propio proyecto se supone que tiene, es una mala señal para ella.

Especialmente aburrida en todo su metraje, no hay ningún momento divertido, ni siquiera que provoque una sonrisa. Hay muchas comedias francesas que eligen explotar el escenario, las relaciones personales o los enredos de situación más clásicos, y “Notre Dame” se arriesga a salir de las típicas estructuras establecidas para terminar perdiéndose en un ridículo inesperado.