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Viva la libertad

Comedia. Musical Dos presidiarios deciden fugarse, pero cuando están a punto de alcanzar la libertad son descubiertos. Uno de ellos decide sacrificarse por el otro, que llegará a convertirse en un gran empresario gracias a una imponente y moderna fábrica de fonógrafos. Cuando el segundo logra salir de la carcel, ambos vuelven a encontrarse. (FILMAFFINITY)
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Críticas 13
Críticas ordenadas por utilidad
11 de diciembre de 2008
27 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tercer largometraje sonoro de René Clair, escrito por el realizador a partir de un argumento original propio. Se rueda en estudio con algunas tomas de exteriores y de escenarios reales. Es la primera película de habla no inglesa que es nominada un Oscar (decoración interior). Producida por Frank Clifford y Alexander Kamenka para Sonores Tobis, se estrena el 18-XII-1931 (Francia).

La acción dramática tiene lugar en Francia. Louis (Cordy) y Emile (Marchand) son dos amigos que cumplen condena en prisión y comparten celda. El plan de evasión que conciben sólo permite la fuga de Louis, que pronto se convierte en un próspero e innovador hombre de negocios. Cuando Emile sale de prisión, años después, encuentra trabajo en la factoría Lo, de Louis, dedicada a la fabricación de gramófonos portátiles de cuerda. Tras varias peripecias, reemprenden su historia de amistad y compañerismo.

El film suma comedia y musical. Constituye un sólido producto de entretenimiento y reflexión y, al mismo tiempo, presenta una aguda y deliciosa sátira social. Explora las condiciones de vida de los asalariados, que compara con las de los presos condenados a trabajos forzados. Analiza el grado de deshumanización que impone la mecanización industrial, que convierte a los trabajadores en autómatas, como demuestra el funcionamiento de las cadenas de montaje industrial. Muestra cómo la mecanización progresiva de la producción industrial, motivada por las aspiraciones de mejoras de la productividad, impone sistemas de trabajo cada vez más simples, repetitivos y despersonalizados. La fabricación de caballos de juguete en una cadena industrial inicial deja mayores márgenes de autonomía personal a los obreros, que la fabricación posterior de gramófonos y otros productos. Cuanto más sofisticado es el producto, más estricta ha de ser la cadena de montaje y más exigentes son sus requerimientos de uniformidad, estandarización y despersonalización. Las sociedades industrializadas con sus producciones masivas de bienes hacen posible la prosperidad, pero hacen difícil o imposible la felicidad, basada en el ejercicio, uso y disfrute de la libertad.

La superación de la fase de mecanización industrial por la etapa posterior de la automatización de los procesos productivos suprimirá puestos de trabajo a causa de la disminución de la cantidad de trabajo humano necesaria par producir bienes. Los trabajadores dispondrán de más tiempo para el ocio (jugar a los bolos, a las cartas, pescar, bailar, etc.), pero no tendrán garantizada la felicidad, porque ésta depende de la amplitud de los márgenes sociales de la libertad. Éstos dependen, a su vez, de los compromisos adquiridos o impuestos, las ataduras sociales, las normas y las leyes. En un mundo de ocio y prosperidad los grandes enemigos de la felicidad van a ser la ambición insaciable, la codicia humana y las ansias de poder.

(Sigue en el spoiler sin revelar partes del argumento)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Miquel
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17 de noviembre de 2007
11 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta es una historia de amistad, del valor de la amistad, y también de las jugarretas que el destino se obstina en tener con los seres humanos, incluso por encima de la apreciada libertad. Uno puede no creer en él, pero en el filme de René Clair su presencia es determinante. Dos presos bien joviales, que hasta cantan mientras trabajan en la cárcel, intentan fugarse, sólo lo logra uno de ellos y el otro se queda al interior del muro ayudando al escape de su amigo mientras ve que su destino será ser atrapado. El hombre que sale tiene toda una historia aparte, llena de suerte y astucia, en la que logra escalar posiciones hasta hacerse a un emporio de las vitrolas con sucursales en diferentes regiones. Todo le sale muy bien, la suerte está de su lado.
Por esas cosas del destino, el hombre que no pudo fugarse obtiene un buen día su libertad y divagando da con un trabajo en la empresa del viejo fugitivo. Lo encontró sin buscarlo. Pero el recien liberado, que parece que todo lo que toca lo daña, trae también consigo ese aire de mala suerte que hará que incluso el millonario hombre que le ayuda tenga una vez más que huir.
En medio de todo, un canto a la amistad que no se ve empañada entre estos dos hombres. Abrazos, miradas y juegos de manos acompañan la relación de estos dos hombres. Llamativa ausencia de diálogos, o al menos de conversaciones que alienten la confianza de estos amigos, sin duda porque apenas salimos del cine mudo. Eso sí, en tono de comedia, hay persecuciones de multitudes y situaciones que llaman a risa como siempre con las clásicos del cine cómico.
También, si se quiere, el melodrama hace lo suyo con canciones que siempre quieren hacer ver el mejor lado de las cosas o proclaman con nostalgia la libertad.
¡Libertad! Libertad que no depende tanto de las rejas de un cárcel como de los muros qye la sociedad y nosotros mismos nos vamos construyendo.
Valetamayo
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12 de noviembre de 2015
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Asombrosa y literalmente deliciosa obra maestra, muy poco visitada y reconocida actualmente, cuando por derecho propio y cualidades es una de las cimas de la Historia del Cine francés. Aprovechando las mejores ascuas del prácticamente finado cine mudo, Clair enchufó su soplete/fuelle y logró una chapliniana comedia social (a la par que Chaplin le debe a Clair no poco de su inmortal "Tiempos modernos": maravillosa retroalimentación) llena de picaresca, bonhomía y aire "naif", que constituye de una parte un levantamiento de ánimo adorable y un canto a la amistad elogiable y nada gratuito (el film navega maravillosamente de sorpresa en sorpresa, en una curiosísima narración) y de otra parte, es una farsa/sátira del capitalismo y el alienamiento del ser humanoante el sistema industrial tan divertida y chuflesca como acerada y directa. Regada de un tono musical que casa además perfectamente con la miscelánea narrativa mudo/sonoro que ofrece, estamos ante una obra en estado de gracia, que aún dentro de alguna licencia argumental se cierra sobre sí misma en un ovillo de Cine, Arte y Estilo. Imprescindible. Perfecto el dúo protagonista.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
kafka
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20 de febrero de 2020
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
En una cárcel, donde los reclusos trabajan, en el día, haciendo figuras de madera, se encuentran, Louis, y su amigo Émile, planeando una fuga nocturna… pero, cuando están a punto de lograr su propósito, son sorprendidos por la guardia y solo Louis consigue escapar. Tiempo después, cuando ha cumplido su condena, Émile consigue un empleo en una fábrica de fonógrafos… y gran sorpresa la que va a llevarse mientras juega a enamorar a Jeanne, una atractiva secretaria.

Para Émile, como para Louis, su canción favorita ha sido aquella que habla de que, “En todas partes si te atreves / En todas partes la vida es una melodía / En todas partes vino y romance / Para nosotros la libertad” (A nous la liberté)… y vamos a ver, qué y cuántas cosas estarán dispuestos a sacrificar con tal de sentirse libres.

En un estilo semi-musical –el sonido cinematográfico estaba ahora en pleno auge-, el director René Clair, consigue una admirable comedia satírica con la que se propone cuestionar la mecanización que ha comenzado a entrar en auge en una gran variedad de industrias, y resulta admirable la manera como consigue ilustrar la robotización humana sin perder su especial sentido del humor ni su indulgencia con los errores humanos.

Como ya ha sido dicho, fue el visionado de este filme el que, cinco años después, inspiró a Charles Chaplin para realizar su inolvidable, “Tiempos Modernos” (1936), filme con el que se suma al alegato contra la infame robotización de la clase obrera.

Por segunda vez, Clair -quien también fuera el autor del guion-, cuenta con el polifacético Raymond Cordy, actor que estuviera en, “Le Million”, y quien, desde entonces, se convertiría en una asidua presencia en los filmes del director francés. Con él, Henri Marchand (Émile), pone la cuota de humor jugando a recuperar una vieja amistad… y tratando de sostenerse en un ambiente que apenas soporta por la presencia de la chica que lo tiene de cabeza.

<<¡VIVA LA LIBERTAD!>>, desborda creatividad; su ritmo es ágil, pero mesurado; sus canciones -muy cortas y muy dicientes- funcionan cabalmente con el espíritu de la historia; los ejercicios de robotización lucen altamente eficientes aún hoy… y el propósito de denuncia se cumple de manera satisfactoria mostrando, además, la deplorable improcedencia de una sociedad donde la aplicación estricta de las leyes -solo para los de sangre roja, claro- se parece más a la tiranía que a la verdadera justicia.

Más que estar buscando a quienes guardar en las prisiones, las instituciones judiciales deberían invertir un buen período de tiempo en ver quienes, entre los que están purgando condena, se merecen la libertad o una nueva oportunidad, pues, hay muchos talentos y gente productiva, arruinándose en las prisiones por un solo error cometido en sus existencias… ¡Y así no debe ser!

P.D. Alguien comentaba en la película que, “la máquina puede sustituir la mano del hombre, pero no su cerebro”. Bueno, los de algunos políticos, yo creo que sí... ¡y con ventaja!

Título para Latinoamérica: <<PARA NOSOTROS LA LIBERTAD>>
Luis Guillermo Cardona
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28 de mayo de 2017
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con la llegada del cine sonoro a Francia, René Clair llevó a cabo una serie de películas, adoradas por la vanguardia artística, que beben de numerosas fuentes, desde el arte pictórico de Rousseau a la vanguardia cinematográfica rusa o el expresionismo alemán, y que dieron un brío vivificador al acartonado mundo del cine mudo francés del momento. Clair ya hizo dos intentos anteriores, de gran nivel, con “Bajo los techos de Paris” (1930) y “El millón” (1931) pero sólo lo consiguió plenamente con esta maravillosa parábola tierna, inocente y humana sobre la libertad, deudora aún en parte del cine mudo con ribetes de un humor tipo slapstick.

Con guion del propio Clair, un diseño de producción influido por el expresionismo de las películas de Fritz Lang y una magnífica y oportuna música de George Auric, la película relata con vivaz sentido del ritmo las vicisitudes de dos presos fugados en su vuelta a la vida cotidiana, exitosa en un caso, fracasada en el otro.

Farsa y pantomima a un tiempo, divertida, sagaz, ágil, brillante, ingeniosa, anarquista, utópica y naif. es igualmente una sátira del trabajo en cadena, que equipara al trabajo en la cárcel –y que Chaplin copiaría en “Tiempos Modernos” (1936)- , así como de la vida burguesa, pero ante todo es un rendido canto a la amistad por encima de todas las cosas. Una delicia.
Gould
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