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España España · Barcelona
Críticas de colansky
Críticas 3
Críticas ordenadas por utilidad
8
15 de mayo de 2015
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay una imagen que resume a la perfección la idea que Zaza Urushadze tiene sobre la guerra y es la que abre y cierra მანდარინები / Mandariinid (Mandarinas): Los trozos de madera cortados por Ivo y el serrín que le acaba salpicando mientras ésta se parte.

Y es que Ivo se encuentra tranquilamente realizando cajas de madera para poner las mandarinas que recolecta su vecino Margus mientras estalla la guerra entre chechenos y georgianos. Y estando en medio, ve el fuego cruzado e incluso mete el conflicto en su casa cuando un día recoge a dos heridos, uno de cada bando, para curarlos.

Mientras la guerra sucede, los militares se curan y discuten en su casa, Ivo no deja de salpicarse de serrín, pero no se ensucia las manos de sangre, sino que intenta que el conflicto no vaya a más. Y les demuestra que la convivencia y el respeto es posible.

Y de jefe de ceremonias, para un planteamiento que de tan evidente y lógico puede resultar naïf está Zaza Urushadze, director y guionista del un film que orquesta la película con un sentido del humor duro, con escenas de violencia y muerte frías, realistas y sin tapujos. Nada que ver con el mensaje pacifista del film. No hay músicas dramáticas, no hay planos preciosistas sino el trabajo de Ivo y Margus, la sangre y heridas de los soldados y la violencia sin sentido.

Del mismo modo todos los personajes tienen sus partes sombrías, incluso los aparentemente buenos Ivo y Margus, de los cuales se desconoce porqué no huyen a Estonia ante semejante situación y el primero llega a brindar por la muerte en un momento del film. Pero no para añadir dramatismo a la trama, sino porque es lo que mueve el mundo.

Los momentos de humor relajan la tensión constante y estos se cortan en seco por la situación bélica. Nada es reconfortante pese a su premisa que puede alejar al espectador más exigente que perdería una oportunidad única para ver un retrato crudo y humano de nuestro mundo. Porque Mandarinas actúa también como esa disco que corta la madera, pero en la conciencia del espectador.
colansky
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9
15 de mayo de 2015
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Todo es un proyecto. Desde el principio. Miguel está buscando localizaciones en su Galicia natal. En espacios vacíos que alguna vez fueron algo, o ya, desde que los conoció, un proyecto. Mientras, en su recorrido, intenta juntarse con sus antiguos colegas, ver como van sus vidas y su proyectos, y recordar, a su vez, cual eran los suyos propios.

Las altas presiones es el título del nuevo film de Ángel Santos como lo puede ser de la vida de los españoles que siempre han estado supeditados y advertidos de lo que pueden llegar a ser y hacer, cuando todo eso no eran más que ilusiones que convirtieron las vidas de todos en proyectos.

Con gran discreción, sin ninguno tipo de discurso subrayado, ni grandes pretensiones estilísticas, Las altas presiones consigue hablar sobre la situación del cine, sobre la situación de los españoles y, al fin, una reflexión sobre la vida en general. Simplemente siguiendo el devenir de Miguel por el proyecto que le han encargado, viendo los paisajes y lugares abandonados de su Pontevedra natal.

Poco a poco, la apatía del protagonista se va filtrando por las bellas imágenes de lugares que no son nada por sí solos y llega al espectador, que empieza a encontrarse con unos sentimientos que reconoce y acaba haciendo suyos.

Santos no muestra más que casas abandonadas, playas, ríos, reuniones con amigos que siempre han estado allí tal y como lo filma. Cala la envidia que siente Miguel al ver la alegría de sus jóvenes amigos, de la supuesta vida ideal de un viejo amor, las ganas de hacer algo más para seguir adelante con su vida y no tanto con su proyecto. De hecho, no sabe qué filma y ni porqué lo filma, desconoce el proyecto que le han encargado, tanto como el suyo propio. Y parece que nada sale.

Los lugares desolados conviven con unos jóvenes que también lo están y que intentan construir sus propios proyectos que parece que nunca salen y corren el riesgo de dejarlos igual de abandonados que los paisajes que filma Santos. Y así se va armando el discurso del film.

La magia de Las altas presiones no está en lo que dicen los personajes, ni en los bellos paisajes, sino en como estos interactúan y hablan entre sí y directamente al espectador que siente que se encuentra con algo más que un film contemplativo que cuenta un historia o incluso un film de denuncia o de autor, sino ante una reflexión sobre la sociedad actual y sobre los que la viven expresada en formato cine.

Y eso que todo lo que vemos en pantalla es, desde el principio, un proyecto. Un proyecto que además no es conclusivo sino sólo retazos de unas vidas en marcha enmarcadas en la Galicia de Miguel. La misma Galicia y el mismo proyecto del propio Ángel Santos, uno de estos directores enmarcados en este floreciente cine español que retrata lo que fue y lo que queda de España y como afecta a sus ciudadanos. Unos españoles que se reflejan en los protagonistas de Las altas presiones y sus proyectos. Unos proyectos que, como le pasa al cine español, cuestan de sacar adelante, que no paran de ser puestos en duda, por un gobierno y un mundo en crisis. Una crisis mucho más que económica, existencial y de valores e ideas que se muestra universal, no en vano, el film ha sido reconocido a nivel internacional. Y eso que todo es un proyecto. O tal vez por eso.
colansky
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7
15 de mayo de 2015
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Güeros empieza con una mujer que parece huir desesperada de su casa con su bebé y a los que unos niños le tiran un globo de agua encima en su huída. Y entonces la trama abandona a la chica y sigue al autor de la fechoría, Tomás, a quien su madre envía con su hermano Sombras. La situación que se encontrará allí no es mucho mejor, su nuevo mentor vive en un piso sin luz con su amigo Santos. Los tres, sin ningún tipo de motivación en la vida, decidirán, forzosamente, salir en búsqueda de Epigmenio Cruz, un cantante que "hizo llorar a Bob Dylan" y "pudo salvar el rock nacional".

Leyendas urbanas, road movies, poesía de una radio de la resistencia y un blanco y negro constante pueden llevar al espectador que estamos ante la típica ópera prima de un realizador que quiere demostrar todo lo que sabe: giros de cámara, distorsión de la mirada, juegos con el sonido... No, el espectador no está equivocado.

Aún así, la película de Ángel Ruizpalacios contiene elementos a destacar. El film se mueve al ritmo de los sentimientos de unos personajes al margen que no saben donde van, pero que se mueven atolondradamente. Como la cámara, que sigue a las mentes de los protagonistas cuando escuchan poesía revolucionaria, se plantan ante los paisajes que les ofrecen la ciudad, asisten a los discursos y las peleas de unos estudiantes en huelga y se declaran "en huelga de la huelga".

Ningún movimiento de la cámara es banal, no hay encuadre poético que no sea usado con una intención. Incluso aquel en el que se ríen de las pretensiones de "una película en blanco y negro para mostrar en festivales y criticar a la sociedad" mexicana. Y con estos diálogos y algunos otros, el director consigue alejarse de lo pretencioso y mostrar que igual que sus protagonistas y el director solo se deja llevar.

Ruizpalacios usa un estilo consecuente. Fluctúa, como lo hace la cámara, de personaje en personaje, de encuadre a encuadre, con una ligereza que guía al espectador por un viaje que le resultará más gratificante cuanto más adopte la actitud de sus protagonistas y se deje sorprender por el viaje y las sensaciones.

Porque, como en toda road movie, esta Güeros tiene algo de catártico. Con el pretexto de la búsqueda de Epigmenio Cruz el director retrata la violencia juvenil, el odio de y a los jóvenes, la resistencia de los estudiantes ante un sistema que no saben donde les lleva, las luchas ideológicas entre estos, sus contradicciones, la pasividad de la sociedad, el abandono de sus referentes. Y mientras todo eso sucede a y ante los protagonistas a ellos parece no cambiarles, ellos ya lo conocen, es el espectador quien necesita verlo y Ruizpalacios se lo muestra tal cual. Saltando de lugar en lugar, de emoción a emoción y sin dramatismos.

La película así late igual que sus protagonistas: sabe lo quiere hacer y mostrar, intenta hacer lo máximo posible para lograr sus objetivos y aunque parezca que no avanza (tal vez no lo haga) expresa un sentimiento con la volatilidad de los mismos.
colansky
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