Acabo de salir del cine con la horrible sensación de haber perdido dos horas de mi vida de la peor forma posible. Dejando aparte lo perturbadora que pueda resultar la historia, asumo como espectadora que está en la línea del director y que forma parte de su estilo personal e intransferible. Sin embargo, lo que no puedo asimilar es cómo alguien puede sacrificar toda una película para incomodar, descolocar y cabrear al espectador (por que sí, consigue cabrearte). Esto podría ser adecuado, si como digo, no arramplase con el resto de elementos que conforman una buena película. Tan cutre, tan simplona y tan poco sutil y elegante que estás fuera antes de que pueda atraparte. No hay momento en el que logres entrar en el mundo que Cronenberg te propone.

Estás fuera, la película te echa. Puede que sea por las horribles e injustificadas secuencias de plano-contra plano, puede que sea por la continua cara de perturbada de Mia Wasikowska que no deja lugar a la imaginación, los gritos lastimosos y nada creíbles de Julianne Moore y otros tantos del reparto (gritan mucho en esta película), puede que sea porque la película tiene la estética de un capítulo de CSI y resulta tremendamente cutre o quizás sea porque el fuego en el que arde uno de los personajes es más artificial que el bebé de El Francotirador. Es dura sí, pero no es por eso por lo que el espectador sufre. Este año las carteleras se han llenado de películas sobre perturbados: músicos perturbados, actores perturbados, enfermos perturbados, francotiradores perturbados, etc. Sin embargo todas esas películas tenían algo especial, algo que por aprecio o por rechazo lograban captar tu atención. Podían hacerte sentir incómodo, pero sin duda, gracias a que estaba bien hecha. Un guion soez, rápido, efectista y artificioso.

Trataré en las próximas horas de recapacitar acerca de lo que he visto y encontrar algún punto positivo que justifique los cuatro euros que he pagado. Esta película es dura, sí, pero no es por eso por lo que el espectador sufre.