Tras años sin ir al cine, pagué mi entrada y me senté expectante en la butaca, motivado por tanta crítica elogiosa. A los quince minutos ya supe cual sería el último plano de la película. Sí exisiteran casas de apuestas para las pelis como para los deportes, me hubiera forrado. Lo que me asusta es el entusiasmo general de la crítica para con un chiste predecible como éste. Eso sí, los FX de 10, pero para eso prefiero la Play Station.

Si quieren algo bueno sobre el mundo de los sueños, lean Sandman, de Neil Gaiman.

Deseo, sexo, dominación, dependencia, culpa... No son precisos demonios ni un más allá para demostrar la existencia del mal. Está en el mismo interior del ser humano, en el tembloroso bosque de juncos tan sombrío como su mente, tan profundo como un pozo oculto. Un magistral elogio de la sombra. Imprescindible.

La adolescencia, el amor, el distanciamiento del nido materno, la madurez y la responsabilidad. De esto habla esta película de vampiros que da una brillante vuelta de tuerca al género desde la gélida y pausada óptica nórdica. Glorioso plano secuencia en la piscina.

Lo peor que me puede pasar al ir al cine es que a los quince minutos de la película ya sepa cómo va a acabar. Pues me ha vuelto a pasar. Lo único que salvo es a Geoffey Rush.

Ah, y no tengo dudas de que existe una conspiración orquestada de gran parte de la crítica para que la gente no deje de ir al cine a ver estas cosas. Lo mismo sucedio con "No habrá paz para los malvados". Los críticos han devenido animadores socioculturales.