Cinta fría y loca, despiadada. Más que de resurrección, tendríamos que hablar de colección de milagros, porque este Leonardo Di Caprio lo aguanta todo: ataques de osos, puñaladas traperas, baños a veinte grados bajo cero, costillas rotas, ropa mojada en pleno invierno glacial... vamos, que el común de los mortales no tardaría más de cinco minutos en irse al hoyo; pero así es la magia del cine. Y es que este tío "es de Bilbao". Con su mirada perdida en el horizonte, su cara de mala leche, y sus trucos de trampero a la antigua usanza, no necesita cocinar todo lo que se mete en el estómago, pero resulta que es perfectamente capaz de encender fuego con una piedra en cuestión de segundos... ¡ utilizando hierba húmeda como combustible !. Todo frío y mojado, como cuando te metes dentro de un charco sin comerlo ni beberlo, y te calas los pies hasta la médula (así es como me ha dejado el cuerpo esta película). Al final le acabas cogiendo simpatía al "malo malote", porque al fin y al cabo es más humano que ese trampero con huesos de goma en busca de venganza. Eso sí, una fotografía muy bonita, combinada con unos decorados resultones en plan empalizada y pila de troncos (los grandes escenarios de la época dorada de Hollywood, ya hace mucho que pasaron a la historia). Todo ello rodado en las inmediaciones del Parque Nacional de Yellowstone. Yogui y Bubú se deben de estar revolviendo en su tumba; ahora ya saben quién es el canalla que mató a su madre. ¡ Carne cruda !.

Una auténtica maravilla de película. Hacía mucho tiempo que no disfrutaba tanto en el cine. Los animales increíblemente caracterizados, una fotografía espectacular, unos paisajes maravillosos, el niño que hace de Mowgli borda una interpretación magnífica, y todo ello orquestado sobre una historia redonda, sin fisuras, tan fluida y fresca como esa dulce miel que hace babear al bueno de Baloo. La recomiendo fervientemente. Si queréis pasarlo de fábula, id al cine a verla: ¡¡¡ no os defraudará !!!.

Un principio de película lento, lentísimo, que más se asemeja a una subasta de pescado protagonizada por un atajo de bobalicones. El paisaje nevado y las toscas construcciones de madera de las Montañas Rocosas, recuerdan lejanamente a la obra maestra de Robert Altman, Mc. Cave & Mrs. Miller; sólo que aquello era un peliculón de los años 70, y esto es un bodorrio. Ni pies ni cabeza; violencia a raudales en el último tramo de la película. Sangre y tiros por todas partes sin venir a cuento. Un guión pobre, que podría haber sido firmado por un niño de ocho años. Sólo que Tarantino logra crear cierta atmósfera de suspense "empezando la casa por el tejado", como de costumbre. Por lo demás, una película sucia, fea, grosera, brutal, de mal gusto. Un fiel reflejo de un mundo ultra competitivo en el que todo vale: disparar a traición, mentir, asesinar, engañar, robar, torturar, vejar, humillar. El fin justifica los medios. Y además, machismo y misoginia a saco. Claro que Tarantino puede permitírselo: él hace cine desde los Estados Unidos, y eso es tanto como decir que lo hace desde la meca de la violencia... porque tal disparate llega a filmarlo un director español en una barraca en pleno pirineo de Lérida, y los primeros en echarlo a los leones son los sindicatos y las asociaciones feministas. Y es que los españoles somos así: nos reímos de la violencia de importación, del humor negro americano, porque la historia de los cadáveres enterrados en nuestras cunetas y barrancos, con los hijos y nietos de los verdugos viviendo en el rellano de nuestras casas, esa sí que da miedo de verdad.