Una mezcla de argumentos que van desde Hithcock a Shyamalan pasando por Amenábar y una trama compleja e inverosímil que deja tan atónito al espectador como se queda el protagonista de la película.

Un pudin tópico del cine inglés. Una exhibición de hueca pomposidad y retorcida parafernalia. Una vez más el cine es utilizado como arma propagandista de una sociedad basada en la rigidezde los usos y costumbres; en la falsedad que se esconde tras las apariencias. Fuegos de artificio para relatar un cuento de maravillosos personajes con final de comer perdices.

El papel de discapacitado debe ser un reto atractivo para grandes actores (Dustin Hofmann, Tom Hanks...). Sin duda, Sean Penn hace un buen trabajo en esta película, pero a mí se me hace insoportable tanta sensiblería.

Lo que comienza como un relato de misterio, se va convirtiendo con el paso del tiempo en un desatino. La historia, basada en una obra de teatro, expresa la principal obsesión del autor. El uso del eufemismo y el miedo a ofender la sensibilidad de sus puritanos compatriotas convierten este film en algo delirante que alcanza su clímax en un final exageradamente surrealista y melodramático con una Liz Taylor en una actuación que es seguramente la más histriónica y disparatada de su carrera como actriz.

Por la frescura con la que se desarrolla. Porque provoca la risa sin caer en la falta de respeto. Porque no cae en la sensiblería. Por los giros del guión. Porque no es previsible. Una historia que te suena pero contada de forma original.