Tarantino regresa a la gran pantalla con el fantasma de la retirada danzando sobre él, y, como no podría ser de otra manera, lo hace con una pieza nada convencional, muy personal, y muy, pero que muy polémica. Podríamos hablar aquí de su obra más personal y entrañable, con trazos de auto-homenaje, y con una declaración velada de amor/odio al cine.

AVISO: EN ESTA PARTE HABRÁ ALGÚN SPOILER, SI NO LA HAS VISTO AÚN NO LO LEAS (LO SIENTO DE VERAS, ME CUESTA MANTENER EL HILO DE LA CRÍTICA DIVIDIÉNDOLA EN DOS).

Primero de todo, es necesario advertir que las expectativas con las que uno acuda al cine son peligrosas. En este caso, debemos apartarnos de la idea del Tarantino más comercial y dinámico, y pagar la entrada dispuestos a disfrutar de una obra quizá más tediosa, más pausada en cuanto a ritmo narrativo, que más que un filme se convierte por momentos en un retrato, estático y perenne, de las emociones y sentimientos más íntimos del director.

Esta es una película en la que suceden pocas cosas, por no decir ninguna, y sin embargo el espectador saldrá satisfecho de alguna extraña e inexplicable manera. Lo que consigue esta película por momentos roza lo ridículo, casi lo irrespetuoso, y sin embargo no está más lejos de esos estadios que de la pura genialidad. Es una obra que te mantiene pegado a la butaca durante casi tres horas, ansiando una aceleración en la trama, tratando de adivinar cuál será ese momento que la narrativa clásica llama "nudo", esperando que la historia de un vuelco y comience de verdad la locura frenética que el demente de Tarantino ha inventado esta vez, y sin embargo ese momento no llega, al menos no de la manera que cualquiera esperaríamos. Y a pesar de esta "jugarreta", una broma de mal gusto que 'a priori' no estamos dispuestos a soportar tras pagar seis euros, no podemos evitar salir del cine trastocados, esgrimiendo una breve sonrisa, con la sensación de haber sentido mucho sin haber visto nada, y con la necesidad de sentarte y reflexionar sobre ella durante horas, de exponer tus emociones y contrastarlas con las de tus amigos, y dedicarle tiempo hasta conseguir descifrarla, aunque sea un poquito. Y es eso, en esencia, lo que define si una película merece la pena o no (no si es buena o no), el poso que deja en el espectador, y el tiempo que pasa el filme rondando por su cabeza.

Y es que no se produce esa inmersión en la trama, ni podemos aferrarnos a las fases elementales de la estructura narrativa ortodoxa (que nos ayudan a ubicarnos y a tener razones para seguir viendo el metraje), porque no pretende ser una narración al uso, apenas una historieta, simplemente es un retrato.

Es un retrato al Hollywood de finales de los 60, un Hollywood que, como podemos observar, no contaba con el poder y la fama de los que goza hoy día, y en el que los actores estaban a un paso de perder la carrera en cualquier momento. Es un retrato al corazón del cine, que no pretende ser rimbombante ni épico en ningún momento, sino que pretende relatar las pequeñas miserias y alegrías de un actor, de su doble, o de un director en su día a día. Diría que es una novela realista-costumbrista, pero ni si quiera es eso, es nada más y nada menos que un cuadro costumbrista, tal como una pintura que refleja la vida cotidiana de una familia agricultora. Lo que hace con esto es desmitificar el cine y todo lo que lo rodea, mostrar su parte menos glamourosa, habitada por personas comunes con trabajos ordinarios, que tienen que darlo todo en el día a día para seguir adelante.

Es ante todo un retrato cariñoso y lleno de emoción, que parece salido directamente de las paredes del corazón de Tarantino, y que incluye las percepciones más íntimas del director sobre el cine y sus iconos. Existen momentos especialmente hilarantes, como el de la pelea de Bruce Lee contra un Brad Pitt estelar, en la que se nos muestra a un patético aspirante a karateka dándose de bruces contra un simple especialista de acción. Ahí lo veis, un mito del cine convertido en un simple asiático atlético que no puede hacer mucho más que lanzar chillidos y hacer aspavientos. Eso es el cine, son los iconos, y detrás de ellos hay personas normales con trabajos normales (más aún en la época a la que nos traslada tarantino).

La calidad del retrato se confirma en la exactitud y el cariño con la que trata esos últimos años de los 60, la ambientación está muy bien conseguida, refleja perfectamente las diferencias de ese Hollywood emergente con el actual, muestra los rasgos culturales más iconicos de la época (especialmente el movimiento hippie, a los que desmitifica privándolos de toda dignidad), y no pueden faltar referencias políticas tratadas con humor y sutilidad (la relación de los estado-unidenses con los mexicanos, las menciones a las que parecen incesantes victorias americanas en Vietnam..).

Es retrato y auto-homenaje a partes iguales. A mitad de metraje comenzamos a entender que es un retrato dinámico, y que no va a haber más trama que esa. Entendemos eso, y entendemos que es Tarantino, y que en cualquier momento nos vuela la cabeza.

Nos pone el caramelo de la violencia en la boca en varias ocasiones (la escena de la comuna hippie, la corta escena de Cliff con su supuesta mujer..) para quitárnoslo al momento, para reírse un poquito de nosotros y también de él mismo.

El hecho de contar con sus dos actores fetiche como co-protagonistas ya es un homenaje, y todo está repleto de mini-homenajes y referencias. La grabación de la película de nazis protagonizada por Rick Dalton nos traslada a 'Malditos bastardos', las escenas de baile siguiendo el movimiento de los pies desnudos a 'Pulp Fiction', por supuesto, toda la temática western es una homenaje a su gusto y aprecio por este género. En la escena de desenfreno final, ese zoom repentino sobre la cara blanquecina de una de las asaltantes hippies acompañado de un sonido que pareciera inoportuno nos lleva a 'Kill Bill'. La elección de la música es magistral,