Y es que joder, cada día lo tengo más claro. Porque no necesitamos grandes tramas enrevesadas que no llevan a ninguna parte, ni pantallas verdes ni millones de dólares en FX.
Ni siquiera se necesitan grandes actores de renombre (nos lo demostró el neorrealismo italiano de los primeros Fellini, Pasolini o DeSica).

La clave del séptimo arte es esencialmente mucho más básica. El núcleo ha de ser el guión y sobre ello se construyen inexorablemente, casi por arte de magia, buenos y poderosos personajes.
Si además lo acompañas de una atmósfera genial, de un afilado, ácido y muy negro humor, actores en estado de gracia, diálogos hilarantes, travellings y planos de la mejor escuela, situaciones genialmente estúpidas que van tejiendo una estupenda trama... pues qué más se puede pedir.

Una obra de arte para reconciliarse con lo más básico y genial del cine. Para visitar una y mil veces y dejarse cautivar en cada revisionado. Una lección de 98 min; un canto al buen gusto.

Un precioso y repugnante lienzo para plasmar la "generación perdida" por la heroína, con un escenario tan patético y bello a partes iguales como es esa impresionante tierra de Escocia, con sus mágicas Highlands pero también sus agónicos suburbios. Un Edimburgo rodeado por una naturaleza privilegiada y abarrotado de pisos okupados por hordas de yonkis que se agolpan en las esquinas; en el fondo con ganas de comerse el mundo, pero ahogados por la crisis de valores y la falta de oportunidades.

Puedes sentir por momentos lo que experimentarían al inyectarse los desdichados jóvenes de la película, ese placer que a los minutos se convierte en completa repulsión, envidia curiosa que se transforma en condescendencia, personajes a los que admirar y de los que compadecerse...

Y es que eso es Trainspotting. Un relato de contrastes en las sensaciones en lo que transcurre su visionado. Un sentimiento perseguido muchas veces en la historia del cine, pero algo que no demasiadas producciones logran. Sin duda ésta es una de esas privilegiadas.

Llena de un genial humor aderezado con escenas de lo más sórdido y grotesto del cine noventero, mezclado con gran acierto por el gran Danny Boyle y protagonizado estelarmente por un Ewan en estado de gracia. Robert Carlyle representa esa doble moralidad de la que muchas veces hacemos gala y que juzga sin mirarse el ombligo. Algo de lo que el propio film no peca: aquí no hay juicios de valor ni demonización de los derroteros por los que nos lleva el libre albedrío. Tan sólo un vivo retrato llevado al extremo (o no tanto...)

Casi todo es perfecto: el resto de elenco está inconmesurable, retratando personajes de esos que dejan huella. La banda sonora te sumerge en ese momento donde el post-punk y la pre-electrónica inglés echaban un pulso a muerte, y te guía por las andanzas y desventuras del bueno de Renton y su cuadrilla. Un metraje lleno de escenas icónicas (el baño más sucio de Escocia, el bebé en el techo, la alfombra que envuelve y devora...) y salpicado con magníficos diálogos y monólogos que conforman un guión a la altura. La trama es casi secundaria ante el paisaje que se nos presenta, aunque para nada desmerece.

El aspecto técnico tampoco tiene pega alguna, con una gran fotografía y montaje que en ocasiones evoca ese espíritu del videoclip gamberro de los primeros 90's. La dirección es ágil y, sin demasiado artificios y ninguna trampa, consigue que el visionado se pase volando.

Porque las voces en off no siempre están metidas con calzador, y en ocasiones remueven lo más básico de nuestro ser, por todo eso y mucho más, somos muchos los que veneramos esta atemporal obra.