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España España · Alicante
Críticas de cdg1979
Críticas 3
Críticas ordenadas por utilidad
3
1 de septiembre de 2007
11 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Conocemos a Julio Medem, a su cine personal, poético, a sus personajes extremos, a sus elipsis, sueños más reales que la vida y vidas de pesadilla. Con esos ingredientes ha llenado sus películas, con mucho acierto( Los Amantes del círculo Polar, La Ardilla Roja) o con acierto a ratos (Lucía y el sexo, Vacas).Pero nunca, nunca, ha dejado indiferente. Y llega tras siete años fuera de la ficción, Caótica Ana, su homenaje a una hermana muerta y un canto a la mujer, al lugar que la historia le debe el hombre a lo largo de los siglos. La premisa no es mala; el desarrollo, lamentable.
Nadie puede negar que Julio Medem dirija bien, pero a veces su discurso y su fondo derrapa. El problema es cuando toda la película anda sobre aceite y pieles de plátano y a mucha honra. Entonces el resbalón es brutal y los daños irrevesibles. Y así, no nos creemos esa historia feminista de reencarnaciones,hipnóticas cuentas atrás, hippies que comen langostas y flipan con la capitalista Nueva York, vuelos a los orígenes de la humanidad y, sobre todo, esa clase de Historia y Geografía de Primero de la E.S.O( La injusticia africana y sus, "inviernos heladores"(sic) ). Y para rematar la faena, una crítica a la guerra de Irak que roza el ridículo por simplona. Y es una pena, porque la guapa(en especial de morena) Manuela Vallés borda su papel. El que borda, pero mal, y de ahí el descosido, es un Medem que ha de da un paso distinto a una carrera donde, hoy por hoy, cansa su forma de tratar sus historias circulares, sus nombres capicuas, sus diálogos pretenciosos y sus desnudos sobre el agua.
cdg1979
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8
23 de mayo de 2011
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ya lo había visto en la televisión siendo un niño, pero desde que con catorce años me deslumbró con la primera obra suya que vi en El Cine, Balas Sobre Broadway, la película anual de Woody Allen forma parte de la rutina. Es como comer las doce uvas en Nochevieja o proponerse dejar de ser un idiota. Se hace y punto.

Uno queda con Woody Allen ( y con otros cineastas, pero hoy toca Woody) en la sombra, que eso es la sala de cine, como si te fuera a ofrecer drogas duras, sexo zoofílico o una camiseta del Barça. Pero lo que te regala es, siempre, hora y media de cine. Ya no aspiro a conocer, salvo en dvd, a alguien llamado Annie Hall o a ver Manhattan en blanco y negro. Pero sé con certeza que en sus películas, sean mejores o peores y no gloriosas como las citadas, voy a encontrar un chispazo que compensará el precio de la entrada. Su sello. Aunque no siempre deje la misma huella.

Desde la rebelde Desmontando a Harry, Woody Allen se ha instalado, a veces, en la complaciencia de quien sabe que no se está quedando calvo por accidente. En eso y en que quiere conocer Europa mientras rueda. Parece parir algunos de sus guiones con el empeño con el que se hace un sudoku. Y aun así pare buenas películas (pero menores para él), varias notables y alguna sobresaliente ( Match Point, esa especie de remake a lo londinense y sexy de otra maravilla suya anterior: Delitos y Faltas). Pues lo dicho, en todas ellas hay algo. Será porque a Woody le perdono casi todo como a un amigo se le perdona una tontería que, en boca de otro, sería un crimen contra la Humanidad.

Lo redicho: en todas hay algo. En esta última, Midnight in Paris, hay mucho. No llega a la hondura de sus clásicos ni es una locura como sus comienzos. Es una idea estirada, sí, llena de clichés, sí…y aun así, me la quedo.

Los que amamos alguna literatura, alguna pintura, el arte en general, hemos imaginado alguna vez cómo sería beber, qué se yo, con Faulkner, pasear con Lorca, discutir con Nabokov. Y lo hacemos engañándonos, como si no supieramos que posiblemente no tuviera el esplendor que vemos en nuestra cabeza llena de pajaritos, que la vida del creador, salvo excepciones, está más lleno de abismos y de rutina que de fuegos artificiales. Nos da igual. Seguimos imaginando.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
cdg1979
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9
20 de febrero de 2014
8 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una cita de Céline y adelante con el espectáculo. Bajo una Roma serena y clásica con voces traídas del cielo, un turista japonés fotografía la belleza y muere. Estamos avisados. Toda búsqueda conlleva un tropiezo, a veces sin posibilidad de seguir caminando. ¿Qué buscan los participantes de la fiesta que ahora vemos, monumento a lo hortera, lo hueco, lo frívolo, lo Carrà, lo imposible? Buscan no buscar más allá de sus narices: pura exhibición obscena presidida por Jep Gambardella (Toni Servillo: qué actor). Él busca lo que todos y otra cosa: una razón, algo. ¿Lo encuentra? ¿Importa saber si lo encuentra?

A medio camino entre lo operístico y el guiñol, Sorrentino nos ofrece un viaje al final del desencanto, a la vejez de plástico, al ridículo en letras doradas. Jep busca, también, gente que le limpie: su criada sudamericana le limpia la casa y las culpas del desayuno a medio día; el sacerdote del botox le limpia las dudas de la frente; sus amistades (con los que reflexiona como con el espectador con una inteligencia, una contradicción, un pesar y una ilusión que nos deja desnudos y llenos de pieles de bisón a partes iguales) que le limpian los vacíos para dejarlos más vacíos, más inútiles; y su vida le limpia de la muerte, por más que ésta sobrevuele por encima de cada amanecer de copas sin acabar, de tetas y culos poderosos, de estruendo sin alma. De teatro. De Roma.
Sorrentino, ya lo hizo en El Divo, juega al límite y bordea, como su protagonista, el descalabro. Pero no, no hay accidente en el delirio de esa cámara que sí, que muchas veces está encantada de conocerse: hay hipnosis, hay regalo para nuestras retinas, está el Fellini de La Dolce Vita y de Ocho y Medio, hay esa Roma ( santa y puta barata) que es espejo de esa decadencia que preside la cinta, hay virtuosismo a la hora de presentar, a modo de fragmentos de una vida, lo que pasa y no pasa sobre esa azotea que el Coliseo mira sin inmutarse. Porque pasa tanto como lo que no pasa. Jep quiere: quiere volver a escribir, quiere la vida de otros, quiere huir a los primeros amores empapados de interrogantes, quiere y quiere; pero volverá la noche y en ella se quedará con su habitual ruido y furia. Y llegará el día y la soledad entre calles de sombras. Y de día y de noche estará esa nada que tanto atraía a Flaubert como atrae a Jep. La nada por la que Sorrentino nos lleva con mano irónica. La nada, al fin y al cabo, que está en todos lados: en la Roma Clásica que abre sus puertas cuando se entornan las del sol, en la política, en la iglesia, en el arte moderno, en la filosofía que dura lo que dura una calada, en nosotros, en la propia belleza que se busca, que se persigue en esta película como los niños persiguen palomas y con el mismo éxito: al final todo sale volando, salvo la nostalgia.
cdg1979
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