Solo apta para fans de los Beatles que quieran pasar un rato 'algo' entretenido con estos cuatro genios. Los que no lo sean, que no esperen ver una buena película, porque esta no lo es. Tiene poca gracia y un argumento tonto e irreal. Pero que mas les vamos a pedir, con su música ya nos sobra.

En realidad no se trata exactamente de un mafioso al que le cambia la vida al aparecer una mujer, sino de la historia de uno de los ‘asalariados’ de un capo napolitano residente en Bélgica que se aprovecha de su orfandad y cierta inocencia. Así, el protagonista se dedica -como explica al principio del film- a noquear con una bolsa de arena y después sodomizar para avergonzar a aquellos a quienes tiene que ir a ‘asustar’ por enemistarse con su jefe. Hasta que golpea de forma colateral a la persona equivocada y debe huir, viviendo, a un ritmo pausado, diferentes momentos que bucean en lugares poco tratados del ser humano.

La interpretación de Scamarcio es magistral, sabe interpretar la ingenuidad y cierto infantilismo del personaje principal de manera excelente de principio a fin, consiguiendo hacer uno de esos papeles en los que crees conocer al personaje de toda la vida, con sus carencias emocionales en primer plano. Las interpretaciones secundarias también lo consiguen, en la medida del tiempo que aparecen.

La película tiene sus pequeños altibajos, pero la realización es cautivadora y turbadora al mismo tiempo y el ritmo de la trama es bastante bueno, que no excelente.

No ha estado a la altura (ni en calidad ni en taquilla) de Madagascar, y mucho menos del resto de las últimas películas de animación virtual como Shrek o Buscando a Nemo.

La historia y el escenario (la 2ª guerra mundial), que en principio debería dar para poder recrear una buena historia de aventuras, no impiden que esta resulte corta y en ocasiones aburrida, pero propia para un público infantil.

El doblaje en castellano, como en Madagascar, vuelve a ser penoso (sobre todo por Paco León, muy gracioso en la tele, pero al que no le pega esto de doblar).

Divertida, muy bien hecha, mejor interpretada, y sí, algo tonta (o más bien adorable) película que cuenta, de manera simple y con un punto cómico necesario, una realidad como un templo… de la confesión que uno quiera: lo absurdo de las religiones como única forma de entretenimiento, como única manera de que, desde los pocos habitantes de una aldea sin televisores –como en la película-, hasta los miles de una gran ciudad sin suficiente promoción cultural –como cualquier ciudad actual con cada vez menos salas de cine o de teatro-, encuentren un divertimento y algo con lo que distraerse sin pensar demasiado. El opio del pueblo, vaya, el hachís de nuestro corazón, como tan acertadamente cantan en esa escena. Y todo ello contado –y cantado- como hay que contar las cosas absurdas a la vez que trágicas: así. Como son. Absurdas y trágicas (y trágicas de tan absurdas, seguramente).

Sí, la forma del contar la película hace que los muchos personajes que aparecen no sean excesivamente profundos, y por tanto no llegan a calar lo que debieran, si bien precisamente lo que busca es resaltar la simpleza que tanto aparece en los hombres y la preocupación y verdadera valentía (‘¿Y os hacéis llamar hombres?’) de las mujeres, demostrando el importante papel que tienen en la sociedad, y que a fin de cuentas, es, con mucho, el mas importante para que la sociedad aun siga existiendo. Lo ‘menos bueno’, quizás, el empeño de la directora de aparecer de cualquier modo posible la historia y en los planos en los que –quizás por su extraordinaria belleza- su personaje, algo innecesario en la película, acaba eclipsando a cualquier bicho viviente de alrededor.

A pesar de ello (o quizás también por ello), merece, y mucho, la pena verla. Un canto sin ambages a como deshacerse de la manera más simple de las etiquetas que nos oprimen y que nos empeñamos en ponernos sin razón aparente, pero que nos enfrentan continuamente en vez de unirnos. Muy recomendable.

Una primera temporada adictiva pero bastante cursi. Una segunda que no engancha, pero con más contenido político. Una tercera que remonta de manera espectacular y capta lo mejor de otras grandes series más serias.
Porque esta es un producto de entrenimiento muy bien hecho. No es tan dura ni profunda como 'House of Cards' o las de su estilo, sino una gran mezcla entre entretenimiento, thriller político y ahora, además, temas sociales. Con un toque ciertamente buenista que a veces puede carbrear, Tom Kirkman es lo diametralmente opuesto a Frank Underwood. Y sigues queriendo verlo.

La incorporación de Julie White en la tercera temporada es de sus mejores noticias. Y, en su conjunto, el salto de calidad que ha dado ha hecho que le suba la nota. Menos mal que cambiaron de idea y decidieron rodarla. Lástima que anuncien que no habrá una cuarta, porque se lo han currado bien para que la haya.