Pues me esperaba más de este western con aspiraciones de thriller psicológico que no termina de encajar al no conseguir ni una cosa ni la otra. Un guión demasiado lento, parado en nimiedades, y cuya tensión atraviesa por altibajos pero en general, en vez de ir en crescendo decrece a medida que avanza la película hasta llegar a aburrir.

Predecible contra lo que se supone un buen suspense. Ni la sublime actuación de Cumberbatch logra compensarlo, una pena, pues bajo otra batuta diferentes y armoniosas notas sonarían. Luego los demás ni fu ni fa. El hijo homosexual, el hermano reprimido, la madre alcohólica... Los personajes apenas están bien construidos, tampoco los actores sostienen el papel. Patrones culturales universales demasiado manoseados como para que despierten interés, nada destaca en ellos, no se crea ese vínculo emocional con el espectador. Mención especial a la floja actuación de Kirsten Dunst, en su línea por otra parte desde el famoso beso invertido a Spiderman.

En cuanto a western, se explota muy poco, se queda relegado, elegido por el director como fondo y decorado para la película, nada más. La historia podría haberse dado en cualquier otro escenario y circunstancias.

En fin, una vez más la crítica profesional queda embelesada por obras bohemias de grandilocuentes aspiraciones que para el resto de los mortales que no pretenden otra cosa que pasar un buen rato frente a la pantalla se quedan en eso, ni fu, ni fa. Será arte, será una obra maestra, pero a mí... Y a la inversa, tantos otros filmes vilipendiados por esa misma crítica que uno afronta con las expectativas por el suelo pero que terminan erigidas en portentosos descubrimientos.

Sé que no está bien hablar sin conocer y criticar una película o serie sin verla. No obstante, después de haber leído este grandilocuente titular de su protagonista Álvaro Morte, «por eso, para evitar que se lo apropien, lo que he hecho con el personaje de Elcano es un tipo muy de izquierdas«, me decido a no pasar del tráiler. No deja de ser pardójico cuando los términos "izquierda" y "derecha" nacieron 300 años después con la Revolución Francesa...Si a las críticas de usuarios aquí vertidas que la califican de mala, muy mala o cuando no paupérrima al tiempo que me encuentro a una TVE politizada hasta el tuétano como productora, la decisión está más clara que las aguas del Atlántico otrora surcado por tan valerosos marinos.

Se hace una película muy entretenida, la combinación de un guion sencillo pero efectivo con unos decorados, vestuario y paisajes que encandilan, provoca que la trama se reproduzca en un suspiro. Antes de que uno se dé cuenta saltarán los créditos al término del metraje.

Las actuaciones sin ser sublimes, están perfiladas con entereza y profesionalidad. Ningún actor sobresale por encima de los demás, tampoco ninguno lo hace peor que los otros. Esto da más consistencia al guion, el resultado es que el filme no se sostiene por interpretaciones estelares, y viceversa, los intérpretes no son salvados por una trama perfectamente construida. Todo va en paralelo y encaja, encaja sorprendentemente bien.

El plato central del largometraje es la cocina, y como su nombre indica “Delicioso” nos presenta el cocinar como un auténtico arte. El cocinero es el artista, como el pintor que escenifica encandiladores paisajes sobre lienzo, como el músico que compone obras maestras. El arte nacido para despertar los sentidos del que lo consume, el gusto en el caso de la cocina. Entendiendo la cocina como un arte, al cocinero como un creador, es como se comprenden las emociones que van aflorando en el protagonista. La orden de elaborar menús cerrados por parte del noble hiere en su orgullo al artista, es una imposición que coarta su libre albedrío creador, ansía ser libre para desatar a sus musas. El sentimiento de incomprensión ante novedosas propuestas culinarias, las duras críticas de un público que al principio no sabe o no puede disfrutar con las obras de un hacedor adelantado a su tiempo.

La Revolución no sólo fue política u económica, llegaron tiempos de cambio para todos y cada individuo los experimentó de un modo u otro. La revolución interior del cocinero que se revela antes de nada contra sí mismo, para luego hacerlo con su mundo es la búsqueda de un giro sanador que le servirá, una vez caído en desgracia, para recuperar la vena artística lejos iluso amparo de un aristócrata. La seguridad contra la libertad, la capacidad de decidir frente al riesgo a fracasar, estos son dilemas universales que nuestro protagonista afronta para salir renacido, siendo otro, siendo mejor. En paralelo, la Revolución se sirve también en la cocina, coloridas presentaciones, impensables organizaciones de los menús y los espacios, introducción de alimentos proscritos… ¡Qué locura servir patata cocida, por no hablar de trufas!

La carta como la cartelera, donde cada consumidor tiene el poder de decidir, sea un musical, sea un menú. El comedor como un graderío compartido, un “foro” habitado por mesas compuestas de personas de toda condición, cuya máxima es la libertad, la de uno que termina donde empieza la del comensal de al lado. No hay excepciones, no hay exclusividades ni exclusiones. La cocina a la vista, como tal escenario, donde cada espectador puede ver lo que se prepara entre bambalinas y fogones. Cuando el cocinar es un arte, cada plato ha de ser una obra maestra precedida de una sublime actuación.

Por otro lado, se escapa de la representación violenta de la tensión entre el pueblo y sus dirigentes en los albores de una de las revoluciones más sangrientas de la Historia. Y lo hace presentando la cara amable de sus gentes, incluso de los nobles cuando tiranizan. Se respira en todo un ambiente afable, en ocasiones cómico. No pretende ser un relato de violencia descarnada, se centra en la trayectoria vital del protagonista con sus altibajos. No persigue escenificar grandes ideales ni representar altivas pretensiones, nos muestra que las revoluciones empiezan por uno mismo y que a lo largo de nuestras vidas son esas pequeñas grandes revueltas interiores las que nos predisponen ante cambios necesarios que nos transforman para ser mejores, aún cuando el cambio nos de miedo y suponga correr riesgos. Eso es lo bonito de la libertad. Para nuestro protagonista, ser libre es poder crear. Y para ello necesita cambiar algo, o más bien, casi todo.

En paralelo a la trama principal, el romance sostenido entre Manseron y su aprendiz no aporta demasiado al filme, pero sí consigue acercarnos más a los personajes, yendo in crescendo. Un romance contenido en un principio, silencioso más bien, de muchos gestos y pocas palabras que irá evolucionando al tiempo que se destapan intrigas pasadas de la mujer. Sirve como transmisor de sentimientos, el amor romántico, la nostalgia del ser querido perdido, el humano anhelo de venganza cuando una afrenta del pasado es una herida por cerrar. El orgullo y la ira, pero también la bondad, la generosidad y o la alegría. El miedo y el coraje. Sentires universales con los que resultará fácil empatizar.

En definitiva, “Delicioso” es una película de época bien presentada, impactante a nivel visual y que sabe mantener el equilibrio a lo largo de toda la trama sin pasar por altibajos. Las actuaciones son también equilibradas, ninguna figura eclipsa con su interpretación a las demás. La crítica social se sirve con dulzura, escapando del amargor de la confrontación exacerbada o de la violencia, con matices incluso cómicos. Una película de múltiples revoluciones y no sólo la que todos conocemos: la revolución interior, la revolución en la cocina, la revolución del amor, la revolución en la manera de entender las cosas… Todo muy bien empacado, sin aspiración a nada más que contar una historia humana y entretener. Por eso precisamente funciona. Porque consigue que empaticemos y porque logra que nos evadamos. Qué más pues, se puede pedir.

Es una película muy entretenida que engancha desde el principio y no pierde el hilo de la acción culminando con un final de infarto. Recuerda a la primera Top Gun en que es un cine muy artesanal libre de efectos especiales, también es clásica en su estructura dividida en tres actos. Es en el aire donde gana enteros pues las escenas "sobre tierra", aunque ayudan a dar base a la trama, son más aburridas y pierden emoción. La relación partenofilial de Maverick con el hijo de Goose está bien construida y aportan un plus de emotividad lacrimógena. Es una película para ver en el cine por el tipo de escenas aéreas a toda velocidad (y de gran realismo) y por la banda sonora, reseñable el trabajo Hans Zimmer y buena aparición de Lady Gaga. Si partimos de que no aspira a ser una película trascendental y la valoramos por lo que es, hay que dar la enhorabuena a un Tom Cruise que como el vino mejora con los años y supera, con creces, su actuación en Top Gun. Más soberbio, con menos testosterona, pero en un papel paternofilial y en cierto punto nostálgico, representa notablemente a un Maverick "vieja gloria" treinta años después al que todos y todo parecen querer enterrar. Vemos aquí otro Tom Cruise más maduro y sensato pero con la misma forma física y energía realizando las mismas épicas acrobacias. La misión resulta muy previsible y quizás cuesta entrar un poco en la trama pero no por ello se pierde el interés y culmina con unos últimos 25 minutos apabullantes tanto en acción como en emotividad. El guión no es nada del otro mundo y tampoco las actuaciones del elenco de secundarios a excepción de una fugaz aparición de Van Kilmer en un guiño al "Iceman" de la primera. En definitiva, buena película en general, bien por el reparto, notable por la banda sonora y las escenas aéreas y sobresaliente en acción. Uno de los estrenos más esperados y taquilleros que da lo que promete.

Tan efectista como efectiva, un perspicaz espectáculo de gótica visualidad condensado en tres horas de ameno largometraje donde convergen múltiples géneros en un oscuro cóctel de séptimo arte: acción, suspense, ficción, terror y hasta romance. Héroes y villanos, luces y sombras.

Un guión de inteligente planteamiento y metódica ejecución va disparando una calculada secuencia de enigmas que como rompecabezas de difícil solución Batman, ese valiente vampírico y aparentemente apático Robert Patinson consagrado tras su "Crepúsculo", tratará de resolver con astucia antes que violencia. Una violencia nada más que instrumental, un justificado medio para fines más elevados.

Un héroe muy humano al fin y al cabo. Perseguido por las sombras de una vida no menos difícil antes que ahora hasta convertirse el mismo en sombra, por momentos... Cicatrices que aún estando cerradas siguen doliendo. La apatía es la verdadera máscara del hombre murciélago, un escudo defensivo que esconde su verdadero ego... ¿O más bien es la máscara el objeto único que le permite ser quién verdaderamente es? Sombras y luz. Eso es lo que Batman y cada uno de nosotros somos o podemos llegar a ser: el héroe que cada uno lleva dentro es tan real o tan ficiticio como el potencial villano que podemos desatar.

La representación cinematrográfica del orteguiano paradigma del "yo soy yo y mis circunstancias" y de como una alteración de las últimas puede hacer cambiar la virtud por vicio y viceversa. Todo por salvarlas, todo por salvarnos. O el particular viaje de nuestro héroe símbolo del universal "Viaje del Héroe" de las mil caras... O de las mil máscaras.

En la renacida versión de Batman todo parece tener un por qué. Relaciones de causa y consecuencia; el vívido pasado, el turbulento presente o el incierto futuro. Vidas entrecruzadas, historias de redención y la humana realidad golpeando fuerte y por sorpresa en medio de lo que se suponía una superproducción de superhéroes en la que la que nada sobra, nada es accesorio más allá del manido prefijo "super". La realidad es muy distinta, los héroes también sufren y quizás sufran más que nadie.

Por todo lo anterior Batman es la mejor que película que he visto en lo que va de año. Por ser capaz de sorprender al espectador con una perfecta combinación entre un talante guión y unas talentosas actuaciones, una profunda trama maridada con la más superficial acción, así como una gran carga simbólica escondida bajo oscuros decorados y rostros hieráticos que a priori no deberían ser más que góticos adornos.

Combinaciones estas últimas que lograron contraponer las bajas expectativas de quien dubitativo se sentó en la butaca y frente a la pantalla creyó que después del Batman de Christian Bale nada volvería a igualar la apuesta, menos aún pujar más alto.

El riesgo en definitiva, valió la pena.