Que no pasará a la historia: sin duda. Que es un guión tramposo, falto de ritmo con graves carencias narrativas: nada que alegar.
Ahora si lo que quieres es que el cine te haga volver a sentirte ese adolescente tembloroso que miraba una pantalla con la devoción de una polilla atrapada por la luz, esta película te hará sentir esa emoción de nuevo.
Y es que en una época de películas con grandes presupuestos y cortas ideas se agradece esta pequeña obra teatral que con algo tan sencillo y tan complicado a la vez como es una buena historia sujetada por unos buenos actores, consigue atraparte, involucrarte, sorprenderte y reconciliarte con el cine actual.
Es mi primera crítica y no quiero soltar más ladrillo, demasiado poder en mis manos de mortal.

La premisa es simple: 2 amigos en lugar de entretenerse haciendo krampacks como debe ser, deciden ( vaya usted a saber porqué) asaltar un chalet para robarlo. A partir de esa idea tan sencilla y con un nivel de recursos comparable al consumo en la RDA, David Sáinz traza un fresco de una parte de la sociedad con una frescura y un talento que muchos quisieran. Los actores hacen creíble lo increíble de la historia, los giros dramáticos de la película, las sorpresas y la naturalidad con la que se incrustan en la historia convierten a la película en algo con lo que no tienes la sensación de tirar por el retrete hora y media de tu vida. Y eso en estos tiempos que corren ( y vuelan) es más de lo que puedo decir de las últimas de Gondry.