La nueva versión de Los Diez Mandamientos me ha resultado absolutamente decepcionante, aunque debo reconocer que posiblemente el llegar a ella demasiado llena de prejuicios y conservar una memoria tan clara y entusiasta de la versión de DeMille, haya podido contribuir a que esa impresión haya sido tan negativa.
Pero por mucho que intente ser imparcial, no encuentro nada en “Dioses y Reyes” que resista la menor comparación con la otra. Ni tan siquiera los efectos especiales, realizados con toda clase de los más modernos medios que ofrecen las nuevas tecnologías, poseen la belleza y la espectacularidad de Charlton Heston separando las aguas del Mar Rojo.
Los 151 m de esta nueva versión se hacen pesados y aburridos frente a los 219 de la antigua que, de principio a fin, conseguían captar el interés del espectador, y que acaso sólo decaía ligeramente en el último cuarto de hora.
Es una película que carga las tintas en el aspecto épico y que no consigue, ni por asomo, alcanzar la dramática intensidad de la relaciones interpersonales entre los protagonistas, que a mi juicio era unos de los puntos de mayor atractivo de la historia de DeMille.
Ni las personalidades de Ramses y Moisés, que aquí forman una pareja de seres anodinos, resultan tan atractivas como lo eran las encarnadas por Yul Brinner y Charlton Heston, cuyo contraste, aunque pudiera pecar de maniqueísmo, era lo que las hacía tan seductoras.
Por último, la personificación de Yavé en un niño en quien se ha querido reflejar la crueldad vengativa del Dios bíblico, no pasa de aparentar ser una rabieta de chiquillo malcriado, que por momentos raya en lo ridículo.
En resumen: ¡Que desilusión!

Lucy (Sacrlett Johanson) casualmente lleva el mismo nombre que dieron sus descubridores a la hembra de Australopithecus afarensis de más de 3 millones de años de antigüedad en la que ya se apreciaban los de signos de evolución que a través de diversos estadios desembocarían en el actual homo sapiens sapiens.
Lucy se verá envuelta involuntariamente en un caso de tráfico de una potentísima droga que supuestamente segrega la mujer en dosis mínimas en la sexta semana del embarazo, y que es la causante del desarrollo cerebral del feto cuando, accidentalmente, la droga se introduce en su organismo.
Independientemente de que esta sustancia pueda o no asimilarse remotamente a algún elemento real, eso es lo de menos. Lo que presenta la película es una de las muchas teorías que llevan barajándose desde hace mucho tiempo acerca de la explicación de la evolución de la especie humana desde los primitivos primates hasta el hombre actual, y como podría continuar dicha evolución hasta el hombre del futuro.
Morgan Freman, en el papel de un científico que ha imaginado los principios elementales de esta evolución, asume el papel de ir explicando para el espectador todos los detalles pseudo-científicos, de manera que la trama resulte comprensible para todos.
La película entretiene e incluso interesa durante una gran parte de su metraje, que transcurre en medio de una acción intensa, pero como sucede con todas las teorías que no se conforman con ser esbozadas, sino que pretenden dar explicación a lo inexplicable y respuestas a lo desconocido, acaba por defraudar.

Película de excesivo metraje, visualmente bella y artificialmente complicada, para conseguir dar peso y brillantez a una trama que no tiene tanto de lo uno ni de lo otro en realidad. Se resume, en medio de fantásticas teorías,(por cierto no tan originales como aparentan: recuerden "La Gran Huida" 1986 dirigida por Joseph Ruben e interpretada por Dennis Quaid, en que se esboza una idea similar por supuesto si tantas pretensiones), en demostrar la posibilidad de penetrar en la mente humana por medio del sueño, primero para descubrir sus secretos y, rizando el rizo, para inculcarle ideas que beneficien a un tercero que pagará por ello al profesional que realiza la labor.
El problema es, que la vida de ficción puede llegar a parecer a algunos más atractiva que la real y atraparles en un paraíso ficticio del que es difícil escapar y, más aun, aprender a distinguir cual de las dos vidas es la auténtica. En mi opinión, el resto de las tramas acerca de su aprovechamiento para el espionaje industrial, la complicidad y brillantez de su ejecución y los peligros que acarrean, son sólo comparsas secundarias de la tesis principal.
La película puede verse, pero sin hacerse demasiadas ilusiones, aunque merece la pena hacerlo, aunque sólo sea por admirar su belleza plástica

Una interesante, aunque ciertamente farrogosa, disquisición acerca del misterio que plantea a la mente humana lo inalcanzable de captar el auténtico significado de la dimensión temporal. La película sugiere la posibilidad de que el tiempo puediera tener, al igual que las dimensiones espaciales, dos direcciones en lugar de la única que contemplamos actualmente, es decir, de pasado a futuro. Por alguna extraña circunstancia, el protagonista es capaz de recordar, no sólo su pretérito, sino también el tiempo venidero de su existencia, lo que le podría permitirle elegir en algún momento de su pasado cambiar aquella decisión, que, aunque en aquel preciso instante hubiera podido insignificante, ha sido suficiente para dar un vuelco completo a su vida futura.
Película que recomiendo ver, pero sólo en aquellos días en que nos encontramos predispuestos a la reflexión. Si lo que les apetece en ese momento es entretenerse un rato, mejor elegir otra.
Un inconveniente en mi opinión es su excesivo metraje, pero, ya digo, que merece la pena.

Genial parodia desmitificadora de la vida cotidiana en la antigua Roma, con el valor añadido de ser la última aparciión en pantalla de Buster Keaton. La risa que provocan las escenas finales puede poner en serio peligro la salud del espectador. En resumen: una de las películas más divertidas de todos los tiempos.