Amour de Haneke es un retrato de ese sentimiento tan difícil de explicar, que es el amor, visto desde una óptica tremendamente dramática; la vejez, la enfermedad y la muerte.

Una pareja de ancianos músicos retirados cuyo amor parece no haber flaqueado nunca, vive plácidamente hasta la parálisis de la mujer, Anne. A partir de este momento parece que su amor será puesto a prueba. Siempre se ha dicho que el amor se demuestra con actos y no con palabras, y así es como el marido lo demuestra, cuidando de su mujer de la manera más tierna posible e intentando no flaquear en ningún momento.

Es un retrato realmente conmovedor de una historia de amor en el momento de su final, tratado con una simpleza que resulta cruda, pero que no necesita de ninguna artificialidad para transmitirnos lo que sienten los personajes en pantalla. Sólo hace falta el magnífico duelo interpretativo entre Jean-Louis Trintignant y Emmanuelle Riva que llega a estremecer y deja en su lugar secundario a la gran Isabelle Huppert como hija de ambos.

Haneke sostiene el plano hasta límites insospechados, hasta que llega a resultar incomodo. No le gusta el plano/contraplano cuando puede dejar la cámara fija en el punto perfecto para que observemos la conversación como un espectador externo. Nos deja la cámara quieta durante largas estancias de tiempo deteniéndose en las reacciones de los personajes, y ahí es donde más encontramos lo desgarrador de lo que nos están contando, donde podemos identificarnos con lo que están sufriendo los personajes y la incomodidad de todos aquellos que irrumpen en el sufrimiento íntimo de la pareja.

"Anne: Es bonita.
Georges: ¿El qué?
Anne: La vida. Es tan larga."

Una pareja que ha tenido una vida digna, bonita como dice la protagonista, pero que no puede más que afrontar la decrepitud de la vejez y observar como su dignidad se va perdiendo entre pañales. Haneke nos lo muestra de la forma más simple posible, porque su cine muestra el horror de lo cotidiano, de aquello palpable por todo espectador. Es un retrato tan crudo y simple que llega al instante, se graba y duele en el proceso.

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El árbol de la vida es una película de autor pero en demasía, controvertida, novedosa y a su vez exasperante. Es una película que no todo el mundo llegará a entender, porque utiliza una nueva narrativa a la que el espectador no está acostumbrado. No se trata de una película convencional, es poesía traducida a imágenes, casi videoarte, pero dichas imágenes se alargan hasta límites que parecen desafiar la paciencia del espectador. A su vez, estas imágenes son increíblemente bellas, una batería de imágenes, la gran mayoría de la naturaleza, y cada una de ellas una metáfora con la que el director intenta aclarar sus ideas sobre el mundo. Pero claro, al principio a un espectador medio estas imágenes le pueden parecer bonitas, a un espectador más leído le puede resultar interesante relacionar la imagen con la metáfora e intentar analizar dichas imágenes una tras de otra, pero al alargar tanto la cantidad de imágenes y metáforas, ambos espectadores desisten, lo bello se transforma en aburrido y lo interesante en pedante.