No queda nadie tras la fiesta. La quise tanto en el tiempo que duró nuestro cruce de miradas... Fueron varios años, creo recordar. Aunque tal vez fueron días. O ni siquiera fue. Pero esa obsesión pura no pudo ser un simple espejismo. Tuvo que haber verdad en ella. La angustia viene cuando compruebo que nada quedó, que se disipó aun antes de terminarse. Paso a paso, fui descubriendo que soy yo quien la odia y que el final feliz nunca hubiera sido posible. Apártate, no sé qué vi en ti, porque me trajiste hasta esta orilla donde ahora todo está oscuro y, todavía peor, inigualablemente repugnante. Qué triste mi maraca, ahí abandonada, fuera del ritmo, sin compromiso. Estuvo, pero fue aún menos que si no hubiera estado.

Mírame. Vuelve a mirarme, no temas. Sigue mirándome, no hay nada más. Está el mundo alrededor, lo sé, pero no me importa, no me interesa, sólo existes tú. Tú, tú, precioso vampiro de terciopelo y sombra reinventada. Párteme el alma, no la quiero. Redúceme a mi pensamiento de ti. Déjame ser siempre amor, toda amor, un puro y limpio vacío repleto de ti. Tengo miedo, pero te tengo. El diamante de tu piel me subyuga y me trastorna. Él es mi amigo, le quiero. Pero a ti... a ti te amo irreversiblemente. Déjame ser de los tuyos. Aunque sepamos que nuestro amor no morirá ni en la vejez ni tras morir. Aunque sepa que este escalofrío que me recorre es para siempre.

Iré como un caballo salvaje. Me detendré en la colina de la hamburguesa sin saber por qué quedan tan pocos combatientes.

Otra vez vuelven a ser los hombres devoradores de hombres. No ha cambiado nada, salvo que la jauría humana es más reducida y "está" más salvaje (no "es" más salvaje, pues su esencia es ésa).

En este paseo por el amor y la muerte nunca acaba el día de los tramposos. Dame tu cariño, que el mío lo tendrás sin duda.

Apenas quedas nada. No digas nada. Juntos, nada más.

Si los hijos de la naturaleza no resucitan, algún día moriremos en alguno de los horizontes perdidos que puedes ver desde aquí.

Las ciudades están más muertas que nunca, que ya es decir bastante.

Agárrame fuerte, no sé qué pasa. O sí, si lo sé:

Ese hombre que viste de negro no siempre viste de negro. Sin embargo, no puede apartarse de sí. Es lógico: le retiene un cuerpo no domeñado. Su astucia también fue astucia contra su dicha. No la puso al servicio de su felicidad, sino al servicio de las alas que están contra él por el mero hecho de no existir.

Qué culpa tengo yo, se dice. Pero también se dice, soy yo el único culpable. Y aunque no lo es, su subconsciente así lo quisiera, para, por fin, justificar un despropósito tal como es vivir. Lo tiene todo y apenas se sostiene. Su cuerpo recita los salmos de un modo involuntario y retorcido. Busca la salida, y si la encuentra está perdido. Además, nada le queda salvo la salida. ¿Qué otra cosa hay al final sino la puerta chica?

El misterio se bate en duelo a muerte con mi evidencia. Vence la estupidez de lo inexorable.

Soy La Tierra.

Me he cansado de la voz chirriante, de la aurora ruidosa, del olor de los temperamentos, de la arena caída de la mente de los hipócritas y los psicópatas.

Me he cansado de la torcedura del pie equivocado, de la razón manida de la corazonada, de los sabores de los patés y la temperatura de las estufas.

Me he cansado de las cajas de cerilla imponentes y las malogradas actitudes. Me he cansado de los ojos, de las palabras, de las promesas y los zapatos.

Me he cansado tanto, tanto de ti... Pero tanto, tanto...