Lo mejor para disfrutar de las cualidades de Riget sería no haber visto antes nada de Von Trier. Especialmente su última criatura: el Anticristo. Esta serie es lo opuesto al gore bíblico que se esconde actualmente en la cartelera bajo su firma. Esta serie es otra cosa. Maravillosamente diferente. Es Lars Von Trier en su faceta de entertainer más pura. Aparentemente sin esfuerzo, cada vez que le apetece el danés cambia de género, unas treinta veces por capítulo. Genio o niño egoísta, la cuestión es que él es de los poquísimos capaces de sugestionar al espectador con los elementos expresivos mínimos. Una vela, una señora anciana y... basta. ¿Para qué más? En Riget sobre todo uno se divierte y se instala mullidamente en el pacto de ficción. Me quedo con el humor que impregna toda la serie. A partir de ahora lo echaré de menos. Su visión del mundo fantasmal en un hospital danés consiguió engancharme. Aguantar su cuelgue depresivo salpimentado con la idea de la castración como redención del pecado original no consiguió ni siquiera despertarme las ganas de seguirle la corriente. Quedémonos en los noventa. Para volver a surfear las olas que se rompen al ver llorar a Emily Watson.