Solo por los nombres principales del reparto ya merecía la pena darle una oportunidad a esta película. Así, como cómputo general, no me ha parecido una mala película, aunque sí es cierto que, en mi opinión, tiene muchos aspectos a mejorar.

Entre los que destacar, comenzar con las interpretaciones, excelsas en la mayoría de personajes. Aun así, hay uno que destaca: Chadwick Boseman. Todos sabemos ya el contexto de lo que significa este film en su ya eterna figura, pero, al margen de esto, su interpretación me ha parecido insultantemente buena. Además de él, no me quiero olvidar tampoco de Viola Davis y un Glynn Turman que me pareció terriblemente creíble en cada una de sus muecas.

En cuanto a los lugares que podemos observar, si es cierto que el reducido ámbito de acción limita la historia. Aun así, no creo que sea algo tan criticable como he leído en varias reseñas, pues, desde mi punto de vista, es totalmente coherente con la historia que nos cuentan, que no es más que una sesión de grabación (quizá el principal problema esté en este aspecto y no tanto en su reducido emplazamiento).

Cuando ya la película discurre en el estudio, destacan los diálogos de marcada profundidad, pues existe poca conversación banal en esta historia de poco más de hora y media. Esto tiene también su lado negativo, que es que muchos de estos pasan la línea de lo creíble 1. Destacar los varios comentarios sobre los zapatos, que muestran de soslayo la personalidad y la actitud ante la vida de cada uno de los músicos (incluso de la madre del blues).

Por último, hay que hablar del final. La metáfora es muy interesante, y me parece una idea plausible; eso sí, la ejecución no creo que pueda ser peor, pues es la razón de ese final tan increíble (en el mal sentido). En definitiva, deja ver una falta coherencia en muchos sitios que lastran una historia bastante sugerente.

Ya como conclusión, creo que la película cumple como producto interesante, que nos puede hacer disfrutar (como ya digo, especialmente con las interpretaciones, lo más destacado del film). Sin embargo, queda esa sensación de tener una historia muy interesante entre manos y no saber cómo darle forma para hacerla coherente.

Después de la muy destacable primera temporada de Euphoria, se nos regalan dos episodios que enlazan con su segunda. Podría parecer algo baladí, pero la realidad es que ha sido un regalo en toda regla.

Las limitaciones de la pandemia hicieron que este episodio se desarrollara en un único lugar, algo que, lejos de perjudicar, da un mayor empaque a la historia. La realidad es que podemos vivir esta hora de Euphoria como nuestra, siendo testigos directos de una conversación impagable para los fans de la serie.

Así, supone un punto de partida inmejorable para entender lo que viene. La conversación que mantienen los dos personajes de esta historia es realmente profunda, pero aun más oscura. Es un viaje a los infiernos que ni el propio Dante podría haber guionizado con tanto atrevimiento. Este episodio supone un viaje a lo más profundo del ser de Rue, a sus miedos, preocupaciones y creencias, una conversación de quilates para acercarnos a una mente diferente, muy problemática, que explica la razón de ser de esta serie.

De este modo, hay momentos de absoluta brillantez, en una historia emocionante y triste a partes iguales, que explica qué es Euphoria y quién es Rue. Colman Domingo está soberbio, pero solo por ver los ojos de Zendaya en cada mirada vale la pena ver esta hora que nos han regalado. Dolor en cada ojeada. Tremendamente emocionante.

En mi opinión, capítulo inmejorable, a pesar de las limitaciones a las que se vio abocado.

Así de fácil. Para contextualizar, decir que soy una persona que odia las conspiraciones baratas, especialmente las vaticanas (ejem ejem Dan Brown), y los monstruos increíbles sin sentido. Además de esto, detesto los clichés y lo inexplicable. Partiendo de esta base, era imposible que me gustara una serie como esta, pero, entonces, llega Álex de la Iglesia y le da la vuelta a todo lo que creías.

Esta serie es una barbaridad (para lo bueno y para lo malo). Está repleta de simbolismos (ejemplo en la parte de spoilers), intrigas y acción, además de un ritmo apabullante y buenísimas interpretaciones (como es el caso de un inconmensurable Eduard Fernández o, especialmente, don Manolo Solo, extraordinario, quien, entre otras, monopoliza mi escena favorita de la temporada en un restaurante italiano). Aun así, no se conforma con esto, pues cada episodio gira en torno a una rama diferente dentro del mismo entramado, siendo una construcción verdaderamente plausible.

En el aspecto técnico, destacar la fotografía, única, que le da un aura inquietante de principio a fin; y, por supuesto, la música, que pone los vellos de punta en cada escena de tensión. Si a todo esto le añadimos la introducción más chocante y desatada que he visto en mi vida, tenemos la esencia de 30 monedas.

Lo dicho, una serie salvajemente atrevida, sin ningún tipo de reparo o miedo: es, simplemente, lo que le da la gana a su director, un de la Iglesia desbocado, que culmina una de las series más bizarras y diferentes de la historia de nuestro país.

Su visualización es toda una experiencia, pues su forma da lugar a una polarización en la que solo puedes amarla u odiarla: yo, para mi sorpresa, me encuentro en el bando de los primeros. "Cordero de Satanás, que traes el pecado al mundo": la mejor definición de lo que esta serie significa en los años del convencionalismo y "buenismo" impuestos por las productoras, pues Álex es especialista en darle la vuelta a las cosas, algo que siempre será de agradecer.

El título de la crítica resume mi posición ante semejante obra maestra. Pocas películas en la historia del cine han tenido tanta importancia (sobre todo viniendo de haber visto, hace unos cuantos meses, 1917) y han sido tan brillantes.

Por comenzar por algún aspecto de este inabarcable film, destacar su fidelidad a la realidad, pues nos ofrece una imagen muy realista de las condiciones de guerra, sirviendo casi como documental de cómo se articulaban los campos de batalla.

Aun así, en lo que más destaca, en mi opinión, es en la capacidad que tiene para hacernos partícipes del relato. Ejemplos de estos hay decenas, pero los que más destacan son, obviamente, los planos secuencia de las trincheras, formando varios de los momentos más históricos del cine. De todos ellos, destacar el del momento del ataque, cuando se ve al personaje de Kirk Douglas avanzar abstraído, sin miedo, mientras que sus soldados temblaban al oír el bombardeo. Absoluta genialidad. (Parte de spoilers).

Así, la historia que se nos cuenta es un relato veraz y ausente de todo artificio, pues ese es su cometido, enseñar la verdad de lo que ocurre cuando nadie mira. De este modo, podríamos decir que la guerra no es lo más importante del film, pues, paradójicamente, la guerra sirve como excusa para contarnos lo que se mueve detrás de ella, donde están los verdaderos villanos de la historia, no en el campo de batalla.

Para ello, se le da mucha importancia a la historia interna, casi sin nombrar al enemigo (el cual ni aparece, recurso que luego tomarán otros directores para sus proyectos, como es, por ejemplo, el caso de Nolan en Dunkirk). De este modo deja claro que la guerra significa cosas distintas para cada estrato del ejército, pues, mientras que los verdaderos soldados se agarran a la vida, los burocráticos se agarran a la muerte como vía de escape, lo que supone una aguda reflexión sobre qué es la guerra, quién la quiere y para qué sirve, algo que Kubrick profundiza aun más en ese final que ya forma parte de la historia de la humanidad.

De esta forma, Senderos de gloria nos demuestra lo maquiavélico que puede llegar a ser el poder, algo que no solo muestran estos hombres de despacho (a los que, por cierto, se hace una crítica feroz en un diálogo previo al juicio), sino que también lo hacen los hombres que se resignan ante él. Nadie está libre de pecado en esta historia (aunque quizá los que más lo estén sean los que pagan las consecuencias).

Del final, solo decir que es el mejor reflejo que he visto de la esencia de la guerra, pues, de la burla y el daño al rival, se pasa a comprender que es igual que los que te acompañan, que ti mismo, pues todos están involucrados en un conflicto que no han iniciado y que no quieren continuar. Kubrick deja claro quiénes son los culpables del conflicto y de lo que pasa en él, pero también quiénes son perdedores (todos, de alguna forma, lo son). Qué grande eras, maestro.

Quién nos iba a decir que una serie juvenil, llamada "Euphoria", iba a llevarnos a infiernos tan profundos. Pues así es, y lo hace de una forma brillante.

Este capítulo sirve de contrapunto perfecto al de Rue, pues ese, acorde al personaje, era mucho más oscuro y pausado, reflexivo, mientras que este, de Jules, es pura lágrima del alma. Solo por ver cómo Hunter Schafer interpreta a Jules merece la pena ver cada segundo, pero, aun más, sabiendo que se está interpretando a ella misma. Ese símil con el océano, sabiendo la historia que tiene detrás, no puede ser más emocionante. Dolor puro en cada frase, en cada toma, pero desde la perspectiva de Jules.

Para conseguirlo, se nos intercalan imágenes de las personas que forman la vida de Jules, haciéndonos ver cómo ha llegado a esta situación, a ese ahogo que le producía la vida que vivía, la que, por evitar que le pasara a Rue, estaba matándola a sí misma. Es increíble la dureza de la historia y cómo llega hasta ese punto, sigo con los vellos de punta. Capítulo imperdible, serie fascinante y una Jules que pasará a la historia.