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Venezuela Venezuela · Caracas
Críticas de Reinaldo
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Críticas 8
Críticas ordenadas por utilidad
9
18 de marzo de 2019
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dueña indiscutible de los European Film Awards, Cold War (2018) nos ubica en la Polonia de los 50. Marcada por las heridas sufridas en la segunda guerra mundial, las nuevas autoridades comunistas promocionarán la creación de un grupo de músicos que, a través del folklore local, intentarán llevar algo de alegría a los camaradas polacos, y de paso transmitir mensajes de alabanza sobre el Camarada Stalin. Wiktor (Tomasz Kot) pianista de este grupo coral, se enamora de Zula (Joana Kulig) cantante folklórica con un pasado truculento. Juntos vivirán un bello romance que irá yendo y viniendo a lo largo de más de una década entre Oriente y Occidente.

Apasionada historia de amor que termina por consumarse en otro plano existencial, Cold War es una síntesis cabal de lo que significó la supervivencia de la guerra: intolerancia, revancha, desesperanza. Historia ya contada y recontada en sin fin de films, pero que esta vez logra la conexión en un elemento emocionalmente universal: la música. Elemento concatenador de emociones, termina por ser el hilo conductor de los pensamientos, las fantasías, las ideologías, el progreso, el retroceso, el amor, el odio.

Su evolución desde las tradicionales y remotas melodías del pobre país polaco, hasta el elegante y fascinante jazz de París, nos lleva en un recorrido por casi toda una Europa consumada por las barreras ideológicas y físicas de la tan dañina guerra fría. Con una fotografía que se hilvana casi perfectamente con la banda sonora, construyen un discurso de blancos y negros muy bien remarcados e intensos (simbolismo del radicalismo) a través de lo que parece ser un amor imposible de consumarse. Un deseo, como muchos, que terminará igual que el país de origen: navegando sin rumbo y sin interés.

Pawel Pawlikowski vuelve a sorprendernos con su intima visión penetrante de las emociones. Su intensidad de siempre estar tan cerca de los personajes, continúa siendo su marca de dirección, pero que esta vez logra moldear con un contexto que es tan protagonista como sus personajes, creados juntos con el coguionista Janusz Glowacki. Apasionado por la intimidad, Pawel encuentra en la narración visual y vocal la conexión para que el espectador construya lo que muchos sintieron en la guerra: esperanza. Para luego arrebatarla, como siempre ha ocurrido. Con balas o con diplomacia.

Cold War es una exquisita obra fílmica que pasa por un detallado uso del espacio donde se cuenta la historia. El encuentro en espacios pequeños llenos de claustrofobia o apasionado encuentro carnal, o las grandes salas musicales y espaciosas calles de las metrópolis, son un inequívoco mensaje de la imposibilidad de encontrar el momento ideal para que en tiempo de fanatismos sea posible una aproximación sin que la rivalidad prevalezca. Es posible que sea en otro plano astral donde entenderemos que aún nos falta mucho por aprender de nuestros errores.

Sin duda, nuestros abuelos si lo saben.
Reinaldo
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6
17 de abril de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La saga de Star Wars no deja de ser un gran universo de donde extraer nuevas historias, nuevos personajes y nuevos mundos para ampliar o complementar lo ya filmado. Una inagotable fuente de creatividad para los guionistas que buscan ser parte de la creación y productores que intentan ampliar las recaudaciones de una saga que sobrepasó ya los 7 mil millones de dólares, ocupando el tercer lugar por debajo de universo de Marvel y Harry Potter, primero y segundo respectivamente.

Sin embargo, esta vez la promesa recae en la derivación del intermedio de dos historias: Episodio III: La Venganza de los Sith (2005) y Episodio IV: Una nueva esperanza (1977). Rogue One: Una historia de Star Wars (2016) primer spin-off de la saga, cuenta la historia de un grupo de rebeldes que decide realizar una misión de muy alto riesgo: robar los planos de la nueva súper arma del Imperio Galáctico, La Estrella de la Muerte, antes de que entre en operaciones, pues el futuro y esperanza de la Alianza Rebelde y toda la galaxia depende de su éxito.

Lo que parece un trabajo más sencillo que las anteriores entregas, por tener que concatenar una línea secuencial ya conocida, llegó a ser más complejo de lo esperado, especialmente por ser una historia muy corta, con una gama de personajes nuevos y una variedad de mundos como ninguna otra película ha mostrado en la saga, todo obra de John Knoll (CCO de Industrias Light & Magic, ILM) y Gary Whitta (guionista de El Libro de Eli (2010), After Earth (2013), y dos episodios de Star Wars Rebels (2016)) que se encargaron de rellenar esta historia entre ambos episodios.

Kathleen Kennedy, aún como productora principal desde la compra de Lucas Film por Disney, entregó el testigo de la dirección a Gareth Edwards (Godzilla (2014)) quien refrescó la perspectiva manufacturando una visión más humanizada de esta galaxia lejana. Apoyado con los guionistas Chris Weitz y Tony Gilroy, emplazan la narrativa a un campo más real y menos místico de la guerra de las galaxias. Los términos fuerza, jedi, sable de luz, son relegados esta vez para dar cabida a sentimientos que recaen en un grupo de nuevos personajes, y constantes y contundentes escenas de acción más terrenales. Tal vez, sea esto lo más débil del film, dado que la herencia que dejan los anteriores episodios son el gran peso de la religiosidad mística de la fuerza, elemento solamente nombrado en diálogos que pasan a ser repetitivos y redundantes, únicamente visible al aparecer, al final y por poco tiempo, el gran poder más allá de las armas del villano Darth Vader.

Edwards juntó un gran grupo de profesionales, en especial Michael Giacchino, que al parecer está tomando la batuta de relevo de John Williams, aunque hizo un mejor trabajo en Jurassic World (2015). Lograron una pieza cinematográfica técnicamente impecable. Sin embargo, Rogue One no terminó como un evento de la cultura pop como Episodio VII: El Despertar de la Fuerza (2015). Terminó siendo una especie de máquina del tiempo en dirección a los años 80, con su onírico efecto de producir continuamente elementos familiares (especialmente los espectaculares cameos de personajes queridos) para reconfigurar y reorganizar un pasado hacia la insinuación de un futuro preordenado y ya conocido.
Reinaldo
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7
27 de septiembre de 2017
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine negro, a pesar de haber nacido en los años 30, y su mayor apogeo en los 40 y 50, sigue siendo un género que mantiene una vigencia, fuerza y atractivo literario-fílmico. Sus claves son oscuras, tenebrosas, muestran la parte más negativa del ser. Sin embargo, no dejan de ser seductoras para los creadores que muestran su visión de sociedad. Especialmente para el año 2016, lleno de una cinematografía contemplativa y crítica.

Este interés actual requiere de una solidez al momento de contar estas historias, y nada más sólido que voltear la mirada y ver en el cine clásico una poderosa herramienta narrativa y estética. Ejercicio que puso en práctica Tom Ford en su última película, que con la sutileza, destreza y detallismo que como director y guionista se caracteriza, fue capaz de mimetizar un Thriller con preponderancia de cine negro, o como es conocido en su nueva corriente: Neo-noir.

Animales Nocturnos (2016) narra la historia de Susan Morrow (Amy Adams), quien recibe el manuscrito de una novela titulada “Animales Nocturnos” de su ex marido (Jake Gyllenhaal) a quien no ve desde hace 20 años, quien le pide su opinión y crítica. Susan, a medida que se sumerge en la narración, acaba por relacionar los hechos que allí ocurren con su vida actual. Perturbada, empieza a explorar su pasado, recordando su anterior matrimonio, terminando por confrontar algunas verdades oscuras de sí misma.

La novela de Austin Wright “Tony y Susan”, de donde fue adaptado el guion por parte de Ford, narra un drama psicológico criminal. Pero es el director quien logra capitalizar los simbolismos de este género literario y nutrir su expresión visual en el cine negro. La escasez de luz y exceso de sombras logran contextualizar un ambiente dúctil para el conflicto de crisis de identidad del protagonista, generando así una estética muy orgánica que termina penetrando en el espectador. Ello refleja un entendimiento más que complejo por parte de Ford sobre lo que puede esta fórmula llegar a impactar y proyectar en un conflicto interno. Quizás, hasta logra el reflejo de los demonios internos de quienes la vean.

Aunado a ello, está el gran casting. Los grandes y camaleónicos Jake Gyllenhaal y Amy Adams, en tal vez una de sus interpretaciones más sombrías y depresivas (en el buen sentido) quedan eclipsados bajo las emergentes y exquisitas interpretaciones de Michael Shannon (nominado a Mejor Actor Secundario en los Premios de la Academia) y Aaron Taylor-Johnson (ganador del Globo de Oro como Mejor Actor Secundario) quienes se roban el show actoral con dos personajes completamente opuestos, desde lo anímico, lo violento y lo moral.

Lo que queda en el tapete de esta nueva corriente cinematográfica que aún sigue en construcción, es ¿dónde queda la “Femme Fatal”?. Y es probable que Ford haya logrado mostrar en su film que este personaje esta vez no sea femenino (definitivamente, su mayor logro en el film) emergiendo con ello un nuevo esquema interpretativo de este género clásico. ¿Un nuevo aporte para la cinematografía futura?
Reinaldo
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7
18 de marzo de 2019
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Es siempre placentero el poder disfrutar del ascenso de un artista, en especial cuando te toma por sorpresa en un área donde te parece inusual e irreconocible. John Krasinski ha realizado un total de 23 films como parte del reparto, donde más se le reconoce. Sin embargo, ha estado tras cámaras en 3 en los roles de productor (1), escritor (2) y director (3). Su ascenso se ve en su madurez literaria y discursiva desde lo visual y simbólico. Es incluso interesante evaluar cómo, en su rol de productor, se ve una crecida ambición de conseguir eventos que requieren un mayor desarrollo técnico administrativo para su realización, y con A Quiet Place (2018) lo logró.

Basada en una historia de Scott Beck y Bryan Woods, con quienes Krasinski comparte el rol de guionista, narran la vida en el año 2020 donde unas criaturas misteriosas han invadido la tierra, quienes con un sentido auditivo extraordinario han diezmado a la población mundial. Sin embargo, algunos humanos han aprendido a sobrevivir, en especial una familia que logra ocultarse en una cabaña y comunicarse mediante el lenguaje de señas para evitar ser cazados.

Siendo una de las miles historias apocalípticas ya antes narradas, Krasinski inmiscuye al espectador en el rol actoral colocando un elemento común entre ambas barreras: el sonido. Crea un atmósfera en comunión con ambos universos, desarrollando así una simbiosis que le permite asemejar la realidad casi vivida, pues, aún sentado en una butaca te sientes que no debes hablar, solo escuchar.

Como el catalizador del film, reclama una disciplina actoral exigente, y a su vez muy intuitiva, que desafía los intereses de la sociedad actual, llena de acción, movimiento, colores y mucho ruido. Una apuesta interesante que a diferencia de Bird Box (2018) encuentra el medio para que el espectador sienta terror ante lo que es tal vez uno de los elementos más subvalorados por las masas, pero que los creadores conocen su valor: nuevamente el sonido.

Para la American Film Institute está dentro de las mejores 10 películas del año, lo cual se refleja en la cantidad de nominaciones para los Critics Choice Awards, el Sindicato de Productores (PGA), de Guionistas (WGA) y de Actores (SAG). Incluso los BAFTA la incluyeron en la categoría a Mejor Sonido, como era de esperarse. Un irrefutable ascenso para este silencio director y escritor, que va pisando suelo firme en su interés indudable de entrar en una selecta lista de actores-directores en la industria hollywoodense.
Reinaldo
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5
18 de marzo de 2019
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Netflix cerró el 2018 con su más fructífero logro: congregar a más de 45 millones de personas en la premier de uno de sus productos. Pero como reacción se ha convertido en el más criticado y vapuleado, tanto por críticos como por usuarios.

En el universo de historias, las narrativas apocalípticas distópicas son de las más atractivas tanto para el lector como para el espectador. Sin fin de autores han realizado novelas, comics, series de tv y films con esta temática, lo cual implica que el reto no está en cambiar el ya tan conocido relato, sino cultivar más la creatividad para lograr que la forma sea más atractiva que las anteriores, desarrollando conflictos sociales no contados, eventos celulares no pensados aún, entre muchos otros. Es sin duda un universo lleno de posibilidades para narrar. Sin embargo, Bird Box (2018) no logra este objetivo. Se recrea en un imaginario ya trabajado por antecesoras que terminan por ser casi la copia en vez de una referencia: The Mist (2007) y The Happening (2008) por citar algunas.

Es posible que Susanne Bier aun no haya conseguido su camino discursivo en esta nueva etapa. En su época danesa, tenía claro su espacio de intensidad e intimidad familiar, pero su derrotero cambiante, probablemente en esa búsqueda artística en nuevos campos, aún no ha sido tan benevolente como se esperaba. Después de la oscarizada Hævnen (2010) el recorrido ha estado lleno de tropiezos y baches discursivos que aún siguen apareciendo.

Basada en la novela homónima de Josh Malerman, y adaptada para la gran pantalla por Eric Heisserer, Bird Box construye un discurso lleno de muchos personajes (pocos interesantes) que contaminan la narrativa y complejizan tanto el relato que sus resoluciones tienden a ser un poco mágicas. La novedad de la “ceguera obligada” al inicio del film, empieza como un elemento a favor de la tensión, pero que lastimosamente se va convirtiendo en su propio enemigo al desarrollar eventos poco verosímiles. Convertirse en un tropiezo, siendo el ancla de la película, lo transforma en un elemento aburrido que va diluyendo toda clase de posible terror hacia lo invisible, pues la cámara tiene la perspectiva completamente opuesta a esa intención.

Incluso el compendio de actores de renombre no logra disuadir el ya tan inequívoco conflicto de hacinamiento de personajes. No solamente el desorden que reina en la historia afecta a la degustación de cada ejecución actoral, sino que el proceso de desecho de cada uno es tan rápido que parece una estrategia innecesaria, más allá de la inequívoca y efectiva función de ganar más descargas. Es tan incongruente, que el mejor y más interesante rol, el de John Malkovich, desaparece sin razón argumentativa más allá de necesitar la soledad del protagonista.

Sin mucho que atraiga para repetir una vuelta al sofá y disfrutar de una palomitas y un refresco, lamentablemente pasamos de un Blind Side (lado ciego) a una Blind Box (caja ciega).
Reinaldo
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