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España España · Barcelona
Críticas de Alvaro_Pelis
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Críticas 26
Críticas ordenadas por utilidad
5
1 de enero de 2023
41 de 51 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un grupo de personas de alta clase social asiste a una cena organizada por un chef que pide a sus comensales que “no coman, sino que degusten, se deleiten y se dejen llevar por la experiencia”. Una experiencia que plantea un concepto, en mi opinión, un tanto contradictorio a lo que realmente se aferra la película. Pero primero veamos lo bueno.
"El menú" es una comedia negra con pinceladas salvajes de thriller y terror, tres géneros muy bien homogeneizados en la película gracias principalmente a su puesta en escena. Esta, encierra a la protagonista Margot (Anya Taylor-Joy) en una claustrofóbica prisión con forma de restaurante, mientras el chef Julian (Ralph Fiennes) no deja de murmurar nadie sabe qué a sus cocineros en la distancia, al final de una profundidad de campo que separa el punto de vista protagónico del antagónico. Y, en medio de ellos, unas personas que parece que solo han ido por si podían sacar una foto para Instagram.
Pues esta situación, donde los clientes se pueden permitir una cena de miles de dólares, no solo está bien acompañada por una cámara a favor de mostrar la aparente “mejor versión” de los personajes, sino que además el espacio está tratado con un irónico glamour. Esa arquitectura moderna pero rústica y casi minimalista, con vistas al mar, se acabará convirtiendo casi en una “cárcel para ricos”, donde lo que parece un cristal impoluto que casi se puede traspasar, será un muro impenetrable que no se rompe ni aunque el personaje más cobarde le lance una silla.
También, es un recurso muy original el de dividir “el menú” de la película en varios bloques formados por cada uno de los platos ya que, como si de un episodio de "Chef’s Table" se tratara, se construye una estructura donde cada plato cuenta un poco de la historia, la cual en este caso se va volviendo cada vez más inquietante y personal para Julian, el chef. A la vez, los platos se van convirtiendo en algo cada vez más literal, hasta que el concepto que rodea el plato y la parte más carnal de este se fusionan en un resultado de lo más macabro y alarmante.

Así pues, ya desde el principio, la película plantea un tono a través de la puesta en escena, las sutilezas del guion y los actores, donde da la sensación de que “aquí está pasando algo raro”. Solo cabe destacar las violentas palmadas de Julian para llamar la atención antes de empezar sus discursos, las cuales se acaban convirtiendo casi en latigazos para Margot. Y, efectivamente, la historia personal que va contando el chef a cada plato, se va a ir convirtiendo en algo tan personal para él como para los clientes.
La idea de la película ronda alrededor del concepto que Julian pone en palabras: lo importante no es la comida en sí, sino la experiencia que van a vivir los personajes a través de las anécdotas que cuenta sobre la familia, el amor, el sexo… y cómo finalmente van a presenciar la forma más pura de arte, sin egocentrismos. Es una idea muy interesante para poner en pantalla ya que, si en el arte debe haber un receptor que interprete la forma en la que el emisor transmite una idea, en "El menú", aparentemente el emisor es el chef y los receptores son los personajes, pero en realidad el emisor es el director (Mark Mylod), quien intenta transmitir una historia a los espectadores mientras estos deben interpretarla para encontrarle significado. Y ahí es precisamente donde encuentro el gran problema de la película: una gran idea totalmente desaprovechada por un texto que no dispone de subtexto, un concepto que, al ponerlo literalmente en palabras de los personajes, se vuelve evidente y carente de lecturas.

Como ya he mencionado, Julian plantea varias veces en forma de diálogo a los personajes (y, por lo tanto, al espectador) su intención detrás de todas esas situaciones que tiene preparadas. Pero me da la sensación de que, contradictoriamente a esa “forma de arte pura con significados tras los actos” que plantea el personaje, el significado de la propia película es el mismo. Es decir, al igual que los personajes interpretan las ideas del chef/artista, el espectador no tiene mucho que interpretar sobre lo que intenta transmitir Mylod más allá de lo satírico como “película contra ricos” que se muestra en la superficie. De esta manera, la obviedad del significado me da a pensar que, tras el lujoso dispositivo de la película, solo se encuentra un thriller pretencioso que da más importancia a las situaciones autónomamente y el hecho de crear una atmósfera perturbadora para mantener la atención del espectador que al conjunto, la solidez que debería mantener la obra alrededor de unas capas de significado a través de lo superficial. En pocas palabras: la película trata de lo que dice que trata, cosa que anula toda su profundidad. Una historia intelectual que es en realidad, torpemente, una historia experiencial. Y olvidable.

Por otro lado, da la sensación desde el principio, especialmente desde que las cosas se empiezan a enredar en peligros para los personajes, que se va a construir una historia hilada, casi una “película puzle”, donde el espectador se verá incitado a descifrar qué es lo que pasa exactamente. Pues, aunque he de reconocer que durante los primeros 40-50 minutos de película se logra generar ese misterio sarcásticamente divertido y a la vez sorprendente, llega un momento donde el guion empieza a oscilar de un lado a otro sin saber a dónde ir exactamente, hasta que las cosas se empiezan a deshilar e incluso a volverse predecibles y un tanto ridículas. Acabamos reconociendo que la película no aterriza, no conduce a nada. Para explicar mejor este punto, entro en la sección Spoilers.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Alvaro_Pelis
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5
15 de enero de 2023
48 de 71 usuarios han encontrado esta crítica útil
Siempre me han fascinado historias como la que cuenta “Severance”. Ya desde “Black Mirror” o algunas obras de Charlie Kaufman, se ponía en juego la mente de los personajes a través de la tecnología. Pues “Severance” no es una excepción, ya que plantea una tesis tremenda. Esta “separación” a modo de sátira distópica entre el mundo personal y el mundo laboral, donde los personajes mantienen una doble vida en la que sus yos unos no conocen a sus yos otros, habla mucho sobre la moralidad, el libre albedrío y la visión que tiene la sociedad actual del trabajo.

Me maravilla como “Severance” trata visualmente la separación entre los dos mundos. Se pone en contraste el mundo real (en la superficie de la tierra, con una puesta en escena sombría, casi siempre de noche, a veces utilizando la cámara en mano) con el mundo laboral (un mundo subterráneo, con un espacio laberíntico y pulcro, casi monocolor, organizado y retratado como si fuese el interior de un ordenador). Cada vez que veo las escenas del episodio piloto donde Helly intenta salir por la puerta pero queda atrapada en un bucle debido a que su otro yo le impide huir, me vuela la cabeza. A través de los puntos de vista y la narración visual el espectador entiende las reglas y conecta las ideas que forman el rompecabezas. Cada vez que las veo es como si fuese la primera.
Los actores también aportan mucho. Hay elementos en el acting de Adam Scott que dicen mucho de lo que siente, desde los pequeños gestos con la cara hasta esos cambios de andares entre el mundo real y el laboral.
La banda sonora, también fantástica, utiliza muchas variaciones del tema principal según el estado de los personajes. El timing de la música es perfecto. En el último episodio de esta primera temporada está casi en todo momento presente y progresivamente en crescendo, cosa que apoya muy bien esta construcción del suspense.

Volviendo al apartado literario, “Severance” hace muy bien su trabajo cuando juega con la tesis, haciendo que los personajes tengan que estar constantemente tomando decisiones que les pueden cambiar la vida. Pero pienso que la serie desperdicia su gran potencial en problemas esenciales y muy evidentes.

Creo que “Severance” se podría resumir en un episodio de “Black Mirror”. De hecho, el episodio “Blanca Navidad” trata la misma tesis en mucho menos tiempo y de una manera más consistente. Pienso que en “Severance” sobran tramas y personajes los cuales no aportan algo demasiado sustancial, o estos se podrían sintetizar: la psicóloga Ms. Casey, la vida privada de Mark, la relación entre Irving y Burt, los fundadores de la empresa, las intromisiones de Harmony, las apariciones de Petey y su móvil constantemente en vibración, entre otras cosas.
Al final, todas las tramas que se presentan solo van a servir como motivación para que los personajes quieran salir de allí. Asi que la serie se complica tanto la vida en lograr su objetivo que se acaba perdiendo sobre sí misma.
Además, la superficialidad de la mayoría de las motivaciones en los personajes me impide creérmelos. Pongo ejemplos con Spoilers hasta el final del párrafo.

Dylan quiere salir de allí porque quiere conocer su familia tras haber visto a su hijo durante un momento. Lo interesante es que se trata de algo personal, pero creo que no es suficiente. No veo la relación entre querer conocer a su hijo y querer acabar con la empresa. Él, desde un principio, debería ser consciente de que tiene una vida más allá del trabajo. Creo que la intrusión de la trama de su hijo solo es una excusa inútil para contar que Dylan está cansado de trabajar en Lumon. Pero esque, además, me da esta sensación con cada uno de los protagonistas. Todos tienen una motivación aparentemente diferente: Dylan y su hijo, Irving y su relación con Burt, Mark y las pequeñas pistas que encuentra y Helly en desagusto con su nueva vida desde el principio. El conflicto interno de cada uno va a un sitio totalmente diferente, pero al final todos quieren salir de allí porque están cansados de estar encerrados, lo que no deja de ser el mismo conflicto externo que se presenta en Helly. Es decir, la serie da mil vueltas sobre sí misma para acabar en el mismo sitio en el que empieza. Por no hablar del bombo que se le da a Petey y su nariz ensangrentada, o esas falsas insinuaciones de que los van a asesinar ahí dentro, con la imagen casi mitológica de oficinistas matándose entre ellos. Es información que se da, más que nada, para engendrar ese falso misterio, pero que no acaba dando respuestas. Todo acaba en la única cuestión básica de “quiero salir de aquí porque noto cosas raras”, sin haber visto nada real.

Estas imprecisiones en el desarrollo de los personajes transmiten demasiada poca credibilidad para la cantidad de tiempo que se les dedica. Pero es cierto que, más allá de esto, lo importante es el hecho de quieran salir, ya que la tesis de la serie ya lleva consigo la motivación directa de huir por no volverse loco.

Mi gran problema con el guion de la serie está en algo mucho más básico: el tratamiento emocional de la historia hacia el espectador, y como la narrativa manipula las emociones para que se preocupe más de lo que debería. Creo que “Severance” es un episodio de “Black Mirror” con la narrativa de “Fringe”. Lo que al principio parecía un misterio que los personajes debían resolver junto al espectador, a modo de “Eternal sunshine of the spotless mind”, se acaba convirtiendo en un thriller que nunca se resolverá de manera satisfactoria. En el momento en el que un episodio va a revelar algo importante, este termina. Y repito que la serie tiene un gran potencial, porque las ideas son buenas y están ahí, pero parece que a los guionistas les da miedo mostrarlas. Cuando se podrían construir los episodios con una historia consistente y una recompensa final hacia el espectador, "Severance" prefiere aferrarse a la desfasada idea de "tendrás que ver el siguiente episodio para descubrirlo".
Sigo en la sección Spoilers.
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Alvaro_Pelis
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4
16 de marzo de 2024
19 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es demasiado arriesgado que una película apueste todo su significado primordialmente en la experiencia cinematográfica, en la sobrecarga de estímulos. Sino, de la misma manera que según qué obras de arte moderno hacen en un museo, al quitar la película del cine, esta pierde automáticamente su valor. Así solo será una moda pasajera, imposible de entender en la tele de casa, de las que todo el mundo habla durante un mes pero que en un año nadie se acuerda.
Esto no deja de ser una estrategia de marketing. Si no la ves en el cine no la disfrutas, y verla en el cine es más caro que verla en casa. Y además la tienes que ver en IMAX, que es todavía más caro y, lo peor, cambia el aspect ratio y hay más imagen por arriba y por abajo. Osea que tengo que pagar más incluso para ver más información en pantalla, como si fuesen unas patatas de complemento Deluxe en el McMenú. Al igual que pasó con “Avatar 2”, ahora diseñan cine para que tengas que invertir el máximo dinero para convencerte a tí mismo de que te ha gustado y así sentir que formas parte de la multitud.

La factura técnica será impecable, pero eso no la hace necesariamente una película espectacular, solo más profesional. Como ocurría con “La sociedad de la nieve”, todo es tan correcto y está tan dentro de su línea que no hay espacio para que la peli tenga carácter. Se cuenta la historia de la manera en que se supone que debe ser contada y eso anula cualquier factor sorpresa. Por ejemplo, el combate de Feyd-Rautha (Austin Butler) en la arena de gladiadores sigue siendo plano y mediocre por mucho que esté en blanco y negro, con el pelo rapado, con exceso de primerísimos primeros planos y haciendo muecas raras cada dos por tres. Pienso que “Dune 2” tiene una estética vacía porque lo artístico y lo narrativo juegan en ligas diferentes. La grandilocuencia del envoltorio no justifica la decepción que resulta el contenido.

Sin irnos muy lejos, en “John Wick 4”, de hace un año y también del género de acción, veía algo más ambicioso, sin miedo al ridículo, con ese plano secuencia cenital al estilo “Hotline Miami” o ese combate en la escalera con un tono despreocupado pero sin olvidar la seriedad que imbuye la responsabilidad de hacer tal calibre de película. En “Dune 2” tiene más valor cada momento individual que el conjunto, precisamente debido a esa monotonía emocional. Si veo cualquier escena suelta me maravillo con la propuesta formal, elegante e impoluta, como si fuese un ejercicio de maestría técnica sin necesidad, acertadamente, de cargar con el peso de construir un gran guion. Varios episodios he visto de “Love, death and robots” que consiguen esto brillantemente, eso sí, siendo estos cortometrajes de entre 5 y 20 minutos. Pero cuando veo “Dune 2” entera me aburro de ver la misma escena repetida en forma y tono una y otra vez, hasta que acabo echando de menos que me conmuevan con una narración llevada a otra categoría. No necesariamente eso se consigue solo con el guion (aunque en “Dune 2” sigue siendo malo), sino también haciendo que uno o varios apartados artísticos (que no técnicos) aporten algo más allá de lo correcto y efectista.

Me preguntaban si destaco alguna escena de la peli. Pues soy incapaz, porque ninguna me parece buena y ninguna me parece mala. Con “Dune 2” no siento ni frío ni calor porque todo está en la misma línea. Esto me recuerda a una cosa.
Kenji Mizoguchi dijo: "hay que lavarse los ojos después de cada mirada". Es decir, cuando vemos una peli tenemos que valorarla desde un lienzo en blanco. Cuando veo “Dune 2” me olvido de la primera parte, de que es una adaptación de una novela, de “Star Wars”, de “Juego de tronos” o de David Lynch. Por lo tanto, no puedo decir que tal escena me ha gustado más, ni siquiera las supuestamente épicas, si todas están construidas desde un lenguaje tan imparcial. Y no vale la excusa de "esta escena me gusta más porque es más fiel al libro" o "no me gusta porque han quitado historia de tal personaje". Adaptar no es contar la información básica del libro y barnizarla con una fotografía pomposa para que parezca cinematográfico. Yo creo que todos tendríamos que valorarla desde la sensación que nos deja y olvidarnos de ese pegajoso bagaje cultural que nos obliga a ir con la predisposición de que vamos a disfrutar de lo que nos cuenten, sea de la manera que sea. El público está convencido de que no importa la dramaturgia y de que una película también puede ser disfrutada solo por la ejecución técnica. Y eso es algo que ha dicho el propio Villeneuve, pero estoy seguro que si lo llega a decir Michael Bay nadie le haría caso y la mayoría seguiría detestando sus “Transformers”. El castigo que supone ver “Dune 2” no me permite apreciar su aparente logro artesanal. Pues está claro que nadie querría comprar una casa mal construida y diseñada por muy bonita que sea la decoración.

Al final, viéndolo en la distancia, esta no deja de ser una peli de acción al uso. De guerras, combates a cuchillo, naves espaciales y trajes supersónicos. Y eso es fantástico, es un cine con el que muchas veces me fascino. Por tanto, pienso que lo mejor es cerrar la biblioteca mental que los fans tienen sobre el “canon” de Dune y verla como lo que es en esencia, eso es, cine de atracciones. Y, evidentemente, como en todo cine, lo que cuenta es lo que aporta al género y cómo rompe sus reglas. Villeneuve me deslumbró mucho más en el thriller con “Prisioneros” y con “Incendies”, sus dos mejores películas en mi opinión. En “Incendies” ya veíamos ese “poder de las imágenes”, pero el concepto se integraba bien debido a escenas tan impactantes como la masacre del autobús en el desierto, una escena que demostraba la brutalidad de la historia y la valentía del director por mostrar la cara más vulnerable del personaje y en lo que su identidad se va a convertir. Pero en “Dune 2” se deja de jugar con nuestras expectativas, con los conflictos, los saltos en el tiempo o lo que esconden los personajes. Sigo en la sección Spoilers.
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Alvaro_Pelis
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8
25 de marzo de 2024
13 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los hermanos Von Erich, dedicados a la lucha libre en los años 80 bajo la sombra de su padre, viven en perseverancia por el deporte pero en serenidad entre ellos, hasta que les empieza a ocurrir una serie de sucesos trágicos e improbables, una maldición.

Encuentro mucha autenticidad en esta película. Siendo la mitad de la historia casi una tragedia griega, esta se siente verdadera porque, sin recurrir a falsas justificaciones o resoluciones dramáticas, nos hace entender que los personajes viven en una situación realmente fuera de lo normal, una ironía extraordinaria en la que ellos pierden progresivamente lo único por lo que han luchado. Es una maldición y nada más allá de ahí, cosa que ya conlleva a una carga emocional devastadora entre lo verosímil y lo surrealista. El padre no es un brillante profesor diabólico a lo “Whiplash” con el que acabamos entendiendo tanta dureza sino que es alguien que simplemente ha querido sacar lo mejor de sus hijos pero ha tenido mala suerte. Lo mismo con el resto de personajes. Pam (Lily James), la novia, por ejemplo, no es un plato principal en la historia sino que solo es una manera de que Kevin (Zac Efron) tenga algo a lo que aferrarse, un pequeño aprendizaje, un personaje con quien compartir sus pensamientos. No es más que un corazón puro el cual el sinsentido de la vida acaba rompiendo.

Es irónico el hecho de que Fritz (Holt McCallany), el padre, al igual que su hijo Mike (Stanley Simons), abandonara la música para convertirse en un “verdadero hombre” dedicado a la lucha libre. Sabiendo lo que más adelante le ocurrirá a Mike por haber seguido los pasos de su padre, podría parecer que la película nos intenta inculcar erróneamente el peligro de este deporte en comparación con lo pacífico que es tocar la guitarra. Pero, como he dicho, esto no es más que una maldición, sin buenos ni malos. El peligro no viene directamente del ring sino de una fuerza externa incontrolable, cosa que convierte a la historia en algo mucho más inaparente, injusto y cruel. Esta no es una película sobre deportes, ni sobre la madurez, ni sobre el perdón. Es una película sobre la aceptación. El deporte es la metáfora, muchas veces visual, que utiliza la película para señalar que los verdaderos puñetazos no están en el ring sino en la vida. Resulta que debajo de tanto pectoral hay un sorprendente gran corazón.
Me encantan esos planos con la cámara en el suelo del cuadrilátero o justo frente a las cuerdas mientras Kevin no para de tirarse al suelo o de impulsarse de un lado al otro. Es como si el personaje estuviese chocando contra la cámara, machacándose, inquieto y ansioso por entrar y salir del encuadre, de sus traumas. Esto muestra a través de lo cinematográfico el ring como un espacio de tortura hacia uno mismo.

Poco a poco vamos entendiendo la película y valoramos mucho más las vidas de los personajes cuando nos damos cuenta de que ellos no tienen nada de especial como luchadores, no hay conflictos en el deporte, simplemente son personas que se quieren a las que les ocurre una serie de hechos puramente trágicos. No es tanto la recreación dramática de los hechos sino el propio valor de estos. Es decir, la historia, por muy simple que sea, es suficientemente desgarradora como para adornarla con melodrama (cosa que incomprensiblemente ha funcionado para el público en otras como “La sociedad de la nieve”), por lo que no hay otra opción que mostrar la perspectiva más pura de los personajes. Y para ello, parece que no, pero se necesita una destreza increíblemente sofisticada para la forma cinematográfica. Se trata de que la película tenga enfoque. Precisamente eso es lo que más me gusta de esta.
Fijémonos en que, en el guion, la maduración de Kevin es algo tan simple como ser el favorito de su padre, conocer a una chica, seguir entrenando, cuidar de sus hermanos y poco más. Es la transformación de una persona dedicada, que tiene corazón y encaja en la sociedad, ni más ni menos. Y es simple porque la película no trata de su transformación sino de cómo los sucesos que le ocurren afectan a esa transformación. De esa manera se consigue el verdadero aprendizaje, el llamado “deseo inconsciente”. Y esto se respalda con la brillante dirección de la película y el recurso que mejor utiliza: la utilización del tiempo mediante la elipsis o la dilatación.

Durante la primera mitad no paramos de ver los momentos idílicos o cotidianos de los personajes. Esos largos abrazos cuando se reencuentran, esas primeras escenas que muestran el día a día de los hermanos, esos combates donde ellos son un equipo inseparable e invencible, siempre con los puños en alto, como si en “El luchador” de Aronofsky todo estuviese bien. O esos bailes en la boda donde incluso acabamos viendo un travelling lateral que muestra el rostro de los cuatro hermanos y la novia en primer plano, uno a uno, pasándolo bien, unas imágenes al desnudo sin nada de subtexto. Esta "calma antes de la tormenta” no tiene ninguna prisa en dejar de mostrar sus sonrisas. Ni un ápice de tragedia en esta primera mitad cobra sentido cuando la seguimos viendo. Lo que parece una alegría tan superficial y monótona se acaba convirtiendo en algo que echaremos de menos.
Y en la segunda mitad es donde la película gana fuerza. Sigo en la sección Spoiler.
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Alvaro_Pelis
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9
30 de enero de 2023
24 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
Quién diría que el propio Chazelle haría el anti-La La Land. Tras la injusticia de su no ganado Oscar en 2017, con su destronación por “Moonlight”, Chazelle escupe en la cara a la Academia con una película libre, salvaje y destructiva. Entre "Érase una vez en Hollwood" y “Holy Motors”, “Babylon” utiliza su historia de fondo y da importancia a las situaciones y su forma cinematográfica. Es la transformación de la vida al cine, y la destrucción del cine para reinventarlo. Ya no hay suspense, ni intriga. Todo lo que el espectador quiere ver, Chazelle se lo da de inmediato, en una sucesión infinita de estímulos y placer visual y emocional. Chazelle sabe lo que hace, y “La La Land” solo era un acercamiento para intentar contar la historia más cinematográficamente pura posible. "Babylon" es otro paso hacia adelante y el ejercicio de cine más ambicioso que he visto en años.

Eso sí, un paso tan ansiadamente grande que pierde el equilibrio en algunos de sus aspectos. Es realmente interesante el afán por integrar todos los géneros posibles para buscar la entidad del cine más auténtico. Pero eso no quita que "la ambición del pionero" se pierda en cierto modo e inevitablemente en un resultado algo agotador.
Y como he dicho, "Babylon" es casi el antónimo de “La La Land”, la subversión de la forma clásica. Pero es ese deseo por destruir lo perfecto para convertirlo en una perfecta imperfección (supongo) lo que hace la contradicción. Aunque la película es perfectamente consciente de, técnicamente, la "monstruosidad" cinematográfica que es (en el sentido de anti-forma clásica), la libertad es tanta que el resultado es uno imperfecto. Se agradece una película así por lo que significa para el significado del cine, valga la redundancia. Pero una película que habla de películas, irónicamente, se vuelve un "nada que no haya visto". Se pierde el valor en el metalenguaje porque no hay innovación como tal, solo la reiteración del cine por el cine.

Pero la película tiene tantas virtudes que solo me puedo fijar en ellas. Aunque no lo parezca (también debido a su duración), la película nunca se repite a sí misma. Parece que de alguna manera no sobra nada y todo tiene una función. Los personajes nunca dejan de evolucionar y cada escena hace avanzar la historia. Pero eso es tan básico que Chazelle va más allá. Construye cada escena para que funcione por sí sola como un espectáculo, ya sea cómico o trágico. El estilo de la película surge cuando Chazelle busca la estética más pura, es decir, en sus despliegues audiovisuales. Esos rodajes simultáneos en el desierto del primer acto o la escena donde ruedan con sonido por primera vez e irrumpe el caos son algunos de los mejores ejemplos. Los espectadores simplemente contemplamos el panorama mientras Chazelle, sin necesidad alguna, lo construye de manera barroca, a veces solemne, o grandilocuente, o a veces bella y a veces desagradable. Es un Chazelle que quiere darlo todo en cada escena y en todo momento se está reinventando. En ocasiones al guion se le va rotundamente la olla. La cámara aprovecha cada situación para retratarla con las imágenes más singulares. El montaje crea transiciones hilarantes, encadena frenéticamente elementos visuales al estilo "Whiplash" e incluso cuando todo se calma en la segunda mitad nos da un tortazo en la cara para despertarnos con otra escena desenfrenada. El sonido puede convertir una escena completamente muteada en el estruendoso ruido de una fiesta y utiliza todo tipo de maneras de romper el silencio. La música no para de repetir los mismos temas, pero nunca nos cansamos de ellos porque siempre tienen un valor diferente. Chazelle no tiene miedo de explotar sus recursos para que cada escena sea memorable. Aunque esto hace a la película una imperfecta y a veces sobrecargada, también la hace extraordinaria y sublime. Indudablemente, sale ganando. Sigo en la sección Spoilers.
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Alvaro_Pelis
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