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España España · Barcelona
Críticas de hnereida
Críticas 2
Críticas ordenadas por utilidad
8
10 de marzo de 2018
10 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras quince años rodando cortometrajes de la mano de la fantasía oscura, el director Paul Urkijo (Vitoria, 1984) cumple su sueño de dirigir un largometraje que ha ocupado seis de esos últimos años de experiencia y duro trabajo. Las varias selecciones y premios internacionales acumulados por sus últimas obras han dotado al cineasta de un notable reconocimiento, gracias a ello, ha podido disponer de los medios necesarios durante la realización de su primera película. Producida por el aclamado Álex de la Iglesia, "Errementari" (El herrero y el diablo) nos transporta a un pequeño pueblo de Álava en el siglo diecinueve, haciéndonos sentir partícipes de la tradición oral vasca como nuevos oyentes de la fábula del herrero: Patxi "Errementari".

El inicio del filme nos introduce en la historia con una serie de ilustraciones muy logradas que de dulce aunque inquietante manera recuerdan a cómo comenzaban los cuentos en antiguos largometrajes animados. Desde el principio, el hilo argumental se desarrolla de forma muy clara, permitiéndonos entrar en el universo del relato sin esfuerzo alguno y animándonos a centrar nuestra atención en la adecuada fotografía y el exquisito uso del sonido, que juega un importante papel durante toda la obra. La dosis de suspense durante las primeras secuencias resulta perfecta, mantiene en tensión al espectador y hace que sufra por el desarrollo de la narración, que se avecina trágico.

Por lo que al elenco protagonista se refiere, en "Errementari" se nos presenta a una dulce, astuta Uma Bracaglia interpretando a la niña protagonista Usue. Uma debuta en el mundo del cine y nos deja sin palabras. La construcción de su personaje está realmente lograda, es emocionante ver la fortaleza que reflejan los ojos de la joven actriz. El actor Eneko Sagardoy (“Handia”, 2017) da vida a otra de las figuras protagonistas del largo: el demonio Sartael. El juego presente en el desarrollo de este personaje es sin duda fascinante por el contraste entre su carácter malévolo incial y sus cada vez más entrevistos rasgos tiernos e incluso cómicos. Cerrando el triángulo, Kandido Uranga (“Vacas”, 1992) interpreta al herrero, figura que da nombre al cuento y que con una evolución de personaje realmente conseguida, no se queda atrás en términos de interpretación. Cabe también destacar la calidad de las interpretaciones del resto de actores y actrices, todas ellas contribuyentes a la atmósfera de la película deseada y sin duda conseguida.

La adaptación de la historia vasca del herrero en esta cinta es vivamente creativa y se lleva a cabo de la forma más delicada posible. Se nos da a conocer la figura del demonio desde su propio punto de vista, uno poco frecuente y que, por lo tanto, queda manifestado de forma fresca y original. El uso de efectos especiales y visuales, que caracterizan en gran parte la autoría del director en esta película, resulta único en momentos como los de las últimas secuencias. Urkijo ha cumplido sin duda alguna su deseo de hacer de "Errementari" un film de corazón auténtico. Oscura, dulcemente sombría e incluso cómica en varios momentos, esta obra cinematográfica es un verdadero logro del director.

Firmado: H Nereida
hnereida
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9
25 de marzo de 2018
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
El principio de la no contradicción de Aristóteles dice así: “Es imposible que, al mismo tiempo y bajo una misma relación, se dé y no se dé en un mismo sujeto, un mismo atributo.” En el año 1976, con El Fantasma de la Libertad, Luis Buñuel (España, 1900) cerró el triángulo de películas con el que desafió tanto a la narrativa convencional como a la metafísica que uno de los más influyentes filósofos de la historia nos había dejado en herencia años atrás. El discreto encanto de la burguesía (1972), La Vía Láctea (1968) y el filme protagonista de esta crítica son, sin duda alguna, un bonito legado de Buñuel, quien con estas obras consiguió revelar el azar como un nuevo y hábil motor narrativo altamente capaz de trascender en el espectador (y en el séptimo
arte).

Tanto Buñuel como su compañero de guion, Jean-Claude Carrière (Francia, 1931), se tomaron el largometraje como la más libre oportunidad que habían tenido hasta el momento de jugar con la casualidad, la evidencia y sus contrarios. La historia en su totalidad es un cúmulo de impresiones en apariencia sin conexión ni sentido, pero si se hace un delicado y objetivo análisis de la película, vemos como la conectividad narrativa es de una lógica aplastante. Buñuel y Carrière nos invitan a participar en un juego difícil, de tono absurdo y que puede acabar derivando en intensa frustración. Con la cronología tan brusca de esta cinta, Buñuel pone al espectador en su sitio recordándole que es el autor (y solo el autor) quien determina el transcurso del relato cinematográfico. Abrimos los ojos y nos damos cuenta de que la sensación de libertad que inocentemente sentimos durante el visionado de una película es totalmente falsa: un “fantasma de la libertad” que vive en nosotros cuando estamos frente a la gran pantalla.

El largometraje está formado por ocho secuencias, todas ellas desarrolladas en un contexto contemporáneo a la producción y que a primera vista nos puede llegar a resultar ordinario. El entorno donde tienen lugar los episodios es el de una sociedad anómala donde imperan la discordancia, la incoherencia y la antítesis en referencia a aquello que asumimos familiar y común. Las secuencias están conectadas entre sí por personajes que pasan de una a otra sin profunda relación con los anteriores. Es aquí donde vemos la aplicación del azar como mecanismo de progresión narrativa en puro estado. Y es que realmente la manera en que Buñuel entrelaza los elementos del relato es más que fructífera.

En cuanto a narrativa se refiere, podríamos calificar de violentos los cortes que hay entre historias durante la película, ya que en varios casos se producen justo cuando la secuencia individual está en auge. Esto es, sin embargo, un logro de Buñuel, ya que poniendo los puntos suspensivos en los instantes más apropiados, consigue generar en el espectador una sensación de suspense abierto cada vez mayor. En términos de cámara e imagen los cambios de secuencias están realmente logrados, siendo algunos notablemente creativos. Es interesante notar que la cronología de este largo es circular, con su punto medio situado en la escena de la tía y el sobrino en el hostal. Este no es más que uno de los detalles que nos hace ser conscientes del minucioso trabajo que hay detrás del guion del filme.

Es curioso que no escuchamos banda sonora alguna, a excepción de en el inicio y final de la cinta, momento en que tanto el uso del sonido como el flujo de imágenes que se nos presenta llega a resultar estridente, asegurándose de dejar una huella duradera en el público. Los movimientos de cámara resultan inesperados en diversos casos, aunque siempre hechos de manera sutil e incluso elegante, como si estuviesen hechos casi sin esfuerzo. Ciertamente podemos llegar a entrever tendencias cromáticas y lumínicas propias de cada escena. Aun así, el puente de una a otra está tan cuidadosamente preparado que de primeras ni si quiera llegamos a darnos cuenta de diferencia alguna en estilo o viveza visual.

El trabajo realizado por Buñuel es de valorar en cuanto a la dirección del elenco de la película, si más no compuesto de 11 personajes protagonistas que van y vienen durante la historia. Cada sujeto presente en el relato tiene una personalidad compleja, profunda y a la cual el actor o actriz ha debido brindar de gran dedicación y esfuerzo para obtener el excelente resultado final que vemos en la obra. Ningún personaje se beneficia de un mayor protagonismo que otro, todos en igualdad de condiciones frente a la audiencia. No obstante, es indiscutible que unos despertarán más estima e intriga que otros, dependiendo de quién vea la película, ya que el repertorio de identidades y temperamentos que vemos en la cinta es de los más heterogéneos que hayamos podido ver en un único largometraje de hora y cuarenta minutos.

El Fantasma de la Libertad es una película capaz de dejar perplejo a cualquiera. Siendo una gran (si no la máxima) representación del surrealismo cinematográfico (característica por excelencia de nuestro Buñuel) esta película constituye una ávida provocación al espectador y a la moral. Una bomba que cae, estridente, sobre la religión, la sexualidad y las normativas sociales. Buñuel nos habla de monjes viciosos, pederastas, voyeurs, sadomasoquistas, incestuosos y aburridos. En una de las primeras escenas, un personaje nos advierte de que está cansado de la simetría, y es que está película es una clara provocación a la simetría moral: estamos frente a una de las mayores obras de arte de la historia cine.

Firmado: H Nereida
hnereida
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