Mientras tuve la oportunidad de vivir en EEUU, una noche a la semana, regularmente y sin falta, la familia entera nos reuníamos para ver los tan esperados capítulos semanales de Friends. A continuación, echaban una serie llamada Scubs. A mi familia le encantaba, pero yo no entendía ni la mitad de las bromas y me parecía una serie más bien simple y estúpida. Igual que me puede haber pasado con otras muchas cosas, un día, tres años después, la serie llamo a la puerta de la mano de un buen amigo. Fue un regalo de los buenos, de los que para mí se pueden llamar regalo con todas sus letras. Con temor a reiterar demasiado lo que ya se ha dicho, no recomendarla sería un error, y no dedicarle un tiempo a disfrutarla, una catástrofe.
Siempre he pensado que la televisión debería existir para ayudarnos en el día a día más que para complicarnos la existencia. La energía que transmite la vida de estos personajes no tiene precio; la sinceridad con la que se ocupan de sus asuntos diarios y la manera que muestran de afrontar problemas de la vida cotidiana (muy atípica si nos fijamos en los que la TV nos tiene acostumbrados) hacen de Scrubs un canal de aprendizaje excelente. La suma de esto, junto con el humor paranoico y desternillante de las situaciones y los diálogos dan como resultado un conjunto 100% disfrutable.
Es una barbaridad la de momentos en los que uno se puede llegar a sentir identificado con cada uno de los personajes, y la de momentos en los que le daría al pause, pensando… “un momento… esto… madre mía! no?” Una serie de televisión como las hay pocas, y como deberían haberlas más.