Sin ser de las mejores películas de Hitchcock, “Spellbound” se ve con interés creciente y tiene la originalidad, para la época, de basar su argumento en las entonces novedosas técnicas del psicoanálisis. La acción, en lugar de transcurrir por paisajes y ciudades, en vez de consistir en policías examinando pistas o en carreras en pos del delincuente, se desarrolla dentro de un cerebro humano. Dentro de la mente de un Gregory Peck jovencísmo que aun conserva un poco el desgarbamiento del adolescente. Da la réplica y actúa de detective del alma, una estupenda —como siempre— Ingrid Bergman. Se muestra ya en esta película el interés notable de Hitch por los misterios de la mente humana, que desarrollará en varios de sus filmes posteriores. Las imágenes del sueño, elaboradas por el ya entonces famosísimo Dalí, suponen un añadido interesante.

La vi en el cine en su momento y la he pillado empezada varias veces en la tele; siempre me engancha hasta el final. A pesar de que hay cosas que me rechinan un poco, como esa indefinición entre el realismo social y el cuanto de hadas, o algunos decorados que a veces parecen de postal. El caso es que encuentro magia y encanto en esta película. Está el sempiterno Fernán-Gómez, haciendo como casi siempre de sí mismo, con ese personaje entre el ogro del cuento y el oso blandito, tan en consonancia con su imagen. Están los secundarios, algunos en su primer papel, como ese Antonio Valero en el papel de estudiante despistado. Y está, sobre todo, Angela Molina en un momento cumbre de su carrera, con esa mirada suya profunda y misteriosa, concitando sobre ella el deseo del viejo, del joven y del poderoso funcionario, un Nacho Martínez al que no tendremos muchas más oportunidades de ver por su prematuro fallecimiento. Esta película, en manos de otro, habría sido un drama amoroso sobre fondo de denuncia social; pero Gutiérrez Aragón, con ayuda de la fotografía sugerente de Alcaine, la convierte en una fábula con ramalazos de realismo que inquieta y emociona.

Basada en tres cuentos de Guy de Maupassant, esta película está llena de encanto y de detalles sutiles. La puesta en escena es muy teatral, como suele ocurrir en este autor. La cámara se mueve entre los decorados, como un observador que espiase a los protagonistas. El cuento central ocupa la mayor parte del metraje y trata del viaje que hacen unas prostitutas invitadas a la comunión de la sobrina de la "madame". Es todo un ejemplo de lirismo y sensibilidad, no exento de fino humor, desde las primeras escenas que retratan a la variopinta clientela del burdel, hasta el regreso, pasando por el pintoresco viaje en tren y -como motivo central- la escena en la iglesia, llena de belleza. Es un cine intemporal que no se atiene a las modas del momento.

"El desencanto" supuso la radiografía de una cierta clase social en un momento determinado. Los hijos y la mujer de un prohombre del régimen charlan desenfadadamente sobre su vida y sus miserias años después de muerto éste. Fue una especie de juego de "a ver quien dice más burradas" no exento de verdades profundas. Aquí Ricardo Franco vuelve sobre el tema veinte años después. Ha muerto ya la madre, eje principal y sufriente del drama. Desaparecido ese único nexo, cada hermano permanece en su burbuja, ajeno al resto. Michi, el pequeño, hace de narrador principal, desde su destartalado piso de la calle Ibiza de Madrid. Sigue manteniendo ese aire dicharachero. Despotrica del loco de su hermano Leopoldo, se queja de la cobardía de Juan Luis y, sobre todo, de lo pesados que son los dos. "Lo peor que puede ser una persona es pesada", dice en algún momento. La decadencia física y el abandono de un Michi de solo 43 años son patéticos. Son constantes las referencias a la anterior película, mediante insertos e incluso visionados comentados por el protagonista. No en vano dicha película conformó la leyenda de los Panero e influyó decisivamente en su vida.

¿Dónde vas Aaron tú solo por esos andurriales? Cuánto mejor estabas de botellón, que el alcohol mata pero lentamente y yendo de marcha no te pasas esos sofocones. Una película en la que todo el rato el prota está atrapado en un barranco con la mano derecha atrapada por una gran roca. La verdad es que tiene mérito tener al espectador en la butaca durante 93 minutos. Para eso el director echa mano de todos tipo de ensoñaciones, músicas, grabaciones y fotos del propio prota (ya es tener humor), inundaciones de mentiras, cuervos que vuelan a una hora fija, hormiguitas pululando y músicas diversas. Pero la cosa no funciona demasiado. Todo gira sobre ese desenlace anunciado (ese que todos saben pero yo no voy a poner aquí) tan terrible y tan morboso que al final es el plato fuerte de la película. Total, todos esperando a ver cómo se las apaña ese chico un poco chiflado que, en vez de ir a ligar o a privar los findes, se dedica a meterse por grietas dejadas de la mano de Dios y de los hombres, con cámara de video y todo tipo de cachivaches pero, eso sí, sin móvil (total para qué) y sin decir a nadie donde va a estar. Todo bajo la etiqueta de "basada en hechos reales" que siempre da un plus de realismo. ¿Y esto llena tantos cines? Pero si hay miles de telefilmes parecidos...