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España España · Madrid
Críticas de Servadac
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Críticas 359
Críticas ordenadas por utilidad
9
8 de enero de 2009
157 de 175 usuarios han encontrado esta crítica útil
Zhivago es médico y poeta. Sus manos son el instrumento sanador. Con ellas cura cuerpos, restaña las heridas materiales producidas en el hombre por el hombre. Con ellas, cuando escribe, procura dar alivio a las heridas sin costura del espíritu, acaso más profundas. ¿Quién duda de que la cicatriz de Striélnikov sea más interna que exterior?

Más allá de las imágenes excepcionales, fascinantes, grandiosas, sobrecogedoras y perfectas; más allá de la precisa metáfora de la balalaica, desbordante de colores vivos entre paisajes grises; más allá del mecanismo visual hermosamente matemático; más allá de la exactitud milimétrica en el diseño del vestuario, en el trazado de los personajes, en la puesta en escena, en el uso de la luz, en los encuadres, en la composición de cada plano. Más allá de la maestría narrativa, de la belleza de Christie y de Sharif. Más allá, digo, de los aspectos técnicos de la película, Doctor Zhivago es el retrato milagroso del alma de un poeta.

Yuri Zhivago busca sin descanso una ventana, una abertura, un pasadizo, que le permita escapar de la cárcel más inmensa que pueda concebirse. Una cárcel tan grande como el mundo. A Yuri le basta con un mínimo cuadrado que le deje ver el cielo, con su hijo, en un vagón repleto de personas; le basta con un cerco de luz en un cristal cubierto por la escarcha. Le basta con el sol, el aire, la luna o las estrellas.

Pero en la cinta no encontramos sólo campanitas del lugar y atardeceres. La narración es inmisericorde con sus habitantes. Komarovski (un espléndido Rod Steiger) hubiera situado con cinismo socarrón el agujero de escape para Yuri entre las piernas de Larisa.

Nunca sabemos si las separaciones serán irrevocables: los individuos no son quienes hacen la Historia; la Historia les pasa por encima.

“Si encienden las estrellas / es porque alguien las necesita, ¿verdad? / alguien desea que estén, / alguien llama perlas a aquellos salivazos”, nos dice Mayakovski, el gran poeta de la Revolución.

David Lean convierte el salivazo que es la vida de sus personajes en perlas para los sentidos. Nos enseña, sin palabras, los versos de Zhivago.
Servadac
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8
6 de enero de 2012
147 de 155 usuarios han encontrado esta crítica útil
‘Le Havre’ aborda el espinoso tema de la inmigración y, sin embargo, es un cuento de hadas colorido.

Kaurismäki mide sus palabras: no habla de inmigrantes ilegales sino de refugiados. Los actores, hieráticos, pronuncian su literatura inverosímil, tan creíble.

Aquí no hay realismo sucio ni fotografía granulada.

El humor, en clave absurda y visual, es delicioso –la estampa de Monet con la piña resulta inolvidable.

- Siento la muerte de tu marido.
- No te preocupes, era fatalista.

Para expresar la más terrible enfermedad, un gesto leve es suficiente. Sin tremendismo ni retórica –la retórica queda para el parlamento del protagonista: Marcel Marx, un Don Quijote limpiabotas.

El lobo feroz es la maquinaria sin rostro del Sistema –el prefecto de policía es una voz en un despacho.

‘Le Havre’ ilustra dos valores esenciales: uno individual; el otro, colectivo. El primero de ellos es la dignidad. La solidaridad es el segundo.

Kaurismäki desea que la solidaridad obre el milagro. Y convierte en cine su deseo.

En tierra humilde y solidaria, florece un plano Ozu: con un almendro en el jardín concluye la película.

===

El mundo estilizado de 'Le Havre' está cuajado de momentos especiales: la colección callada de primeros planos de los inmigrantes descubiertos en el contenedor; el primer encuentro (y último) de Idrissa y Arletty; la reconciliación con luces blancas de Mimie y Little Bob…

Parafraseando a André Breton: Un plano y todo está perdido; un plano y todo se ha salvado.
Servadac
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10
17 de enero de 2010
169 de 200 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vértigo es hipnosis o alucinación. El estado de ánimo del que persigue, alcanza, pierde y reconstruye, describiendo una espiral necrófila y perversa.

Recrea la neurosis obsesiva en sus detalles.

Vértigo carece de argumento. La historia del marido es un dislate y Hitchcock la desvela sin contemplaciones.

En Vértigo, la imagen es volumen, la cámara desnuda a la protagonista, su lente es una lengua que camina por el cuello de Kim Novak.

Un automóvil va detrás de un automóvil, recorriendo las dunas de la gran ciudad, con un movimiento acompasado, cadencioso, como de respiración intensa y contenida.

Vértigo sólo puede existir dentro del cine. Su descripción escapa a la literatura. Es un tapiz indisoluble de elementos visuales y sonoros.

Es una luz solar en medio de la niebla. Un cementerio suspendido entre dos mundos. Un neón verde legendario.

Está fuera del tiempo y en el tiempo. Elude toda explicación.

Es infecciosa y fascinante.

“El mal no vence como seducción, sino como vértigo”, nos dice Nicolás Gómez Dávila en uno de sus aforismos.

Y Hitchcock lo sabía.
Servadac
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8
4 de enero de 2010
149 de 165 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para narrar la trayectoria que va del punto A hasta el punto B, la convención formal señala que es preciso mostrar uno o dos puntos intermedios.

David Lynch, en sus mejores cintas, suprime los enlaces. Nos muestra el punto A y el punto B, desordenados y desnudos. Nace así su imagen pura, heredera de Hitchcock. Fascina y desconcierta. Los analistas de historias reciben un rompecabezas cuya resolución procura un placer tibio. Los sensuales, reciben el don de la ebriedad, placer en vena ilimitado. Los hay, naturalmente, que declinan entrar en ese juego; bostezan y se salen de la cinta.

Para narrar la trayectoria que va del punto A hasta el punto B, Béla Tarr nos muestra todo el intervalo. El camino es irreducible a sus momentos decisivos. No puede resumirse. Cada paso, aislado, es irrelevante. E imprescindible para conocer la suma total del recorrido.

David Lynch nos ofrece el resultado de la suma, apuesta por la intensidad. Béla Tarr nos dice que la suma es una serie inacabable de momentos repetidos. Apuesta por el círculo fatal.

Lynch retrata noblemente nuestra angustia. Tarr ofrece cabalmente la desolación.

Aunque, de momento, disfruto más con el primero, ambos extremos me complacen.

===

Sátántangó es el mar en el que desemboca la corriente algo menor de ‘La condena’. Es el retrato de la espera indefinida. Una espera tan antigua como el hombre, tan bíblica como el diluvio universal. Tan triste y tan anciana como el mundo.

Tarr se pregunta en esta cinta: ¿Cuál es la línea que separa el cielo de la tierra, lo oscuro de la luz? ¿Qué diferencia al hombre de la bestia?
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Servadac
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7
18 de octubre de 2008
165 de 198 usuarios han encontrado esta crítica útil
No me gustó la primera vez, pero las gentes de buen juicio (gracias, Guille) me animaron a repetir y, sí, la cinta es algo más que un western del montón. Es, ante todo, un precipicio de moral resbaladiza.

William Munny quisiera haber cambiado. Quisiera verse libre de sí mismo y, para ello, se aísla en una granja muy modesta situada en medio de ninguna parte. Sin nadie a mano a quien matar.

El ángel de la muerte está oxidado (es excesiva la manera en que se subraya su decrepitud: caídas del caballo, escasa puntería, torpeza exagerada en el manejo de los cerdos), pero basta dar con el fusible adecuado para que la máquina se ponga de nuevo a funcionar.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Servadac
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