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Críticas de Luis Guillermo Cardona
Críticas 3,333
Críticas ordenadas por utilidad
4
13 de diciembre de 2012
7 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay remakes cinematográficos que apenas sirven para confirmar aquello de que, “todo tiempo pasado fue mejor”… una frase por demás sin mucho asidero porque, por ejemplo, cómo va a ser mejor lo que ocurría en los viejos tiempos, cuando a un político corrupto o a un banquero tramposo, les resolvían su problema colgándolos de un árbol, cuando ahora, en cambio, les dan su casa (o finca) por cárcel… solo para que sufran un poquito por no poder asistir a los desfiles de modas.

La, <<LOLITA>> de Adrian Lyne -hay que decirlo así para que a nadie se le ocurra confundirla con la joya que hizo, en 1962, el gran Stanley Kubrick-, está bien lejos de ser una importante película porque, aunque toca reconocer que Lyne es sobresaliente como planeador de ambientes sensuales; entiende bastante de fotografía; y sabe cómo extraer las mejores y más coquetas expresiones de cualquier mujer conservando cierto pundonor... como narrador cinematográfico, el también realizador de la fatal, “9 semanas y media”, es un copietas poco imaginativo y en los diálogos es incapaz de trascender lo que puedan aportarle sus poco sobresalientes guionistas.

Ha de recordarse que, el guion para la película de Kubrick lo escribió el propio autor de la novela, Vladimir Nabokov, siendo el director quien añadió su particular humor negro y el fortalecimiento del personaje de Quilty. El guion para Lyne lo hizo, Stephen Schiff, un debutante sin ningún crédito notable hasta el sol de hoy, y quien solo resalta en dos tempranos momentos de la película: cuando propone la metáfora de la lámpara atrapa-insectos y en ese significativo cambio de ropa de Humbert (en un abrir y cerrar de ojos… de puerta), que ilustra perfectamente la loca ansiedad del maduro profesor por estar en la cama con la ninfa. De haber mantenido este nivel… de algo muy distinto estaríamos hablando ahora.

En cambio, el filme se va al piso con tantísimos planos largos, repetitivos, y en muchos casos, inanes por completo. Los diálogos son muy pobres y los intentos de poesía parecen escritos por algún desteñido baladista: “Luz de mi vida/ fuego de mis entrañas/ mi pecado”... y lo peor de todo, fue la torpísima idea de convertir a una muchachota de 14 años -que da claras pistas de tener su mundo y de que sabe cómo le va el agua al molino-, en una empalagosa bebita, como de 5 añitos, que no deja de chupar bombones, pintarrajearse la boca, hacerse bigotes con la leche, y volverse cargante cada que monta en coche.

No luce, por ningún lado, un contador de historias personales, con sello propio y brillantez… y queda entonces acelerar de tanto en tanto la imagen, hasta ese burdo clímax -donde por fin veremos, sin sorpresa alguna, el rostro del asediante, Clare Quilty (Frank Langella)-, realizado con el peor gusto que pueda uno imaginarse.

La versión de, Stanley Kubrick, duraba 152 minutos y nos quedó faltando lo que él tanto anhelaba incluir. La película de Lyne dura 137 minutos, y yo diría que le sobra cerca de una hora.

Eso sí, queda para el recuerdo el embelesador rostro de, Dominique Swain.
Luis Guillermo Cardona
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3
16 de diciembre de 2015
3 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ésta, dizque fue una historia verdadera ocurrida en Japón a comienzos de siglo. Hasta monumento le mereció al perro protagonista, y de seguro, muchos Hachi comenzaron a venderse a partir de este intrascendente melodrama que, por haber hecho sacar pañuelo a más de uno, ahora se piensa que es una maravilla. Si a esto vamos, puedo recomendar unas cuantas telenovelas que, día de por medio, harán fluir las lágrimas a chorros.

Pero ¿qué es lo valioso de esta historia que ya había sido filmada en Japón con el título "Hachikô Monogatari"? El cuento en pleno es bastante insulso: Un perrito de aquellos que prefieren los emperadores (¿esto habla en favor de ellos o les perjudica?), es puesto en la carga de un tren… y al llegar a su destino, se escapa de la jaula. Un profesor de música, a quien el perrito elige –sí, ¡elige!- para que lo cuide, por más que se esfuerza como Umberto D (primer “gran aporte” del guionista) para dejarlo en buenas manos o regresarlo a su dueño, no lo logra y entonces le “toca" quedarse con él como si el animalito hubiera caído del cielo destinado, al parecer, para una “gran tarea” en la vida del profesor. En un viaje en tren, donde no se permite llevar mascotas, el profesor ladrará simulando ser el perro que está a punto de delatarlo (segundo “gran aporte” del guionista… tomado de “Girl Shy” con Harold Lloyd).

¿Y cuál es la emocionante misión del perro? 1. Seguir a su amo todos los días hasta el tren. 2. Mostrarle que es muy orgulloso y que no recoge las pelotas que le lanzan. 3. Recoger la pelota sólo como señal de que algo malo va a ocurrir. Y 4. Mostrar que por nada del mundo acepta que le abandonen y que está dispuesto a esperar el regreso del amo hasta que san Juan agache el dedo. Así, aquella escultura en un parque de Japón, bien podría llamarse el monumento a la terquedad porque se me ocurre preguntar: ¿Y si el perro se hubiera amañado en aquel parque sólo por las salchichas y demás comida que, a diario, le daban los buenazos que lo apreciaban?… ¿Será muy ilógica esta idea?

La larga espera del perro, los más románticos la han asumido como un canto a la fidelidad. Pero ¿es eso fidelidad? Hasta donde sé, fidelidad es lealtad al amigo, al pariente o al amo, en nuestra relación de convivencia, y no, ¡nunca jamás!, condenarme a la soledad y a la amargura, a la espera inútil de un regreso que no ha de producirse. ¡Esto es locura y auto-negación del derecho a seguir viviendo… y nada tiene que ver con la fidelidad!

Lo racional es que el ser humano sepa que la separación es consecuente a toda unión, y tras el comprensible proceso de duelo, lo correcto es seguir viviendo procurándose el bienestar que siempre nos merecemos. Cuando se sabe dar gracias por lo que se tuvo, uno no lamenta lo que un día pierde. Esto es estado de conciencia de que nada nos pertenece y es, sobre todo, fidelidad a la dicha para la que fuimos creados.

Solo me queda desear que este malogrado y sensiblero filme, no vaya a animar a nadie a guardar luto toda la vida o a sentarse a diario frente a la tumba de su pareja o de su hijo, con la esperanza de que le hagan un monumento... ¡O a la espera de recibir salchichas sin esfuerzo alguno como el astuto Hachiko!
Luis Guillermo Cardona
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7
21 de agosto de 2011
3 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sí, estoy de acuerdo con el director Harold Trompetero, esta película no competirá por los premios Oscar, no será seleccionada para Cannes ni para los premios Goya… pero me ha resultado suficientemente divertida. Sus personajes son deliciosamente pintorescos y resultan bien cercanos con la típica familia colombiana, paisa, rola… o valluna... y es bien probable que hasta de otras latitudes.

El objetivo era divertir, y de ñapa, rendir un homenaje a la institución familiar que consigue preservarse en el amor, la tolerancia, la comprensión, el dejar ser… y el constante esfuerzo por mantenerse unidos.

No se nos pinta a la familia ideal, se nos pone en el espejo con una familia de altas y bajas… como la suya o la mía. El marido, Alex (un acertado Antonio Sanint), sumiso con su déspota jefe; lleno además de buenos propósitos y un completo blandengue al lado de su grotesca suegra. Pero también, un hombre que, después de veinte años de casado, todavía ama a su esposa -¡claro que, por donde se la mire, por dentro o por fuera, por arriba o por abajo, Hortensia (Carolina Gómez) se lo merece de sobra!- e incluso cae en la cuenta de que, hasta ahora, nunca consideró necesario serle infiel… y bueno, quizás este paseo le sirva para reencontrarse y superar algunas liviandades. Hortensia, (seguro Dago usó este nombre para homenajear a alguien que aprecia mucho) es una dama ejemplar: preciosa, equilibrada, cariñosa, analítica… ¡la clase de mujer que cualquier hombre desearía en su hogar… ¡sin la suegra, claro!

Sus hijos también son estupendos. De un lado, Octavio o Ramayán -como prefiere él que lo llamen para hacer honor al sendero espiritual que ahora recorre- es un chico contradictorio que, no obstante, aporta la cuota de equilibrio y desprendimiento que reafirma a su padre, y al resto de la familia, en su propósito de llegar a la costa contra todos los obstáculos. Natalia es, por su parte, la chica plástica con telefonitis aguda, ¡tan de horrible moda en los últimos cien años!, pero que, con su juvenil belleza, hace llevadero su cerebro de algodón. De la suegra, ni hablar… de las que provoca "quererlas" mucho porque, si se odian, son capaces de seguir presentes tres o cuatro generaciones.

Aunque la historia luce más acomodada al facilitamiento del rodaje que a la lógica narrativa (el robo del equipaje, la pérdida del perro… son puros descaches), podemos encontrar un agradable conjunto de personajes con el que se arma una buena ancheta de divertidas situaciones, rociadas con suficiente sal y pimienta para que pasemos un rato entretenido.

Y eso sí, ¡a Cartagena llegamos porque llegamos!
Luis Guillermo Cardona
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3
4 de agosto de 2010
16 de 39 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es absurdo, pero, con el convencimiento de la "ingenuidad del pueblo", esta película se realizó, en 1945 -apenas terminada la II Guerra Mundial-, con un sólo objetivo: Había que cambiar la imagen de la guerra: "No queremos que la gente piense en atrocidades como los millones de cadáveres con horrendas heridas tirados como cardúmenes de peces en las barracas; ni en los cientos de mutilados que perdieron los brazos o las piernas; ni en las infames y crueles torturas a que sometíamos a los prisioneros; ni en los millones de niños, mujeres y ancianos inocentes exterminados en los hornos crematorios. Que no se acuerden de las órdenes despóticas dadas a cientos de soldados, ni los rigores ni el maltrato a que los sometimos. Que se olviden de las injusticias y atropellos que cometimos defendiendo la justicia, de las niñas que prostituimos, de los varoncitos que sodomizamos… y que se olviden de que estuvo en nuestras manos haber parado la guerra, pero, no lo hicimos porque el negocio de las armas es altamente lucrativo.

Para este juego se prestó, John Ford, un director brillante y un hombre sensible quien, en los 10 años previos, se había convertido en uno de los más grandes cineastas del mundo, pues, había realizado sus mayores hitos cinematográficos (“El Informante”, “La Diligencia”, “El Joven Lincoln”, “Las Uvas de la Ira” y “Qué verde era mi valle”). Con estas obras, había demostrado que su mente y su corazón estaban al servicio del pueblo; le dolía la pobreza y la explotación; le indignaba el racismo y soñaba con un país donde a todos los seres humanos se les respetara su derecho a la dignidad y a la vida. Así las cosas, los "poderosos" entendieron que, con un artista de este talante no se podía pelear; preferible era halagarlo y seducirlo para que comenzara a servir a los intereses del gobierno... y Ford no era, Fritz Lang, quien prefirió abandonar su tierra antes que servir a los intereses de Goebbels. El director irlandés, agradecido con la tierra que lo había acogido, se inclinó ante los gobernantes y empezó a hacer (con apenas excepciones donde parecía recordar sus auténticos sentires), un cine patriotero, reaccionario y ajeno a la verdad.

<<NO ERAN IMPRESCINDIBLES>>, fue el inicio de su deshonra, y para timar a los ingenuos –aquellos que creen más en lo que oyen decir, que en lo que ven con sus propios ojos- osa mostrarnos la guerra como un paseo: Un tiempo feliz donde abunda la camaradería, donde los altos mandos son encantadores amigos, donde se baila y se bebe, y queda tiempo para enamorar y para disfrutar cantando en el esplendor de las noches. Donde ¡claro! no falta "uno que otro herido y uno que otro muerto", pero eso hace parte de la rutina en cualquier tiempo y lugar.

Imagino, ahora, a un soldado de aquellos que padecieron el fragor de las batallas y al que una granada le cercenó ambas piernas y le dejó la piel como tierra del desierto, sentado luego en su silla de ruedas, olvidado del gobierno y presenciando esta película. Donde, Ford, se ponga a su alcance… ¡no quiero ni pensarlo!

Título para Latinoamérica: FUIMOS LOS SACRIFICADOS
Luis Guillermo Cardona
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3
6 de mayo de 2011
5 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Miren las sutilezas de esta película: El juez Parker, está juzgando al sheriff federal, Rooster J. Cogburn (John Wayne), porque, de los últimos 64 sospechosos que tuvo a su alcance… ¡sólo 60 murieron! –esto lo aclara el cínico acusado- y tras decirle que, “El oeste está cambiando y usted no ha cambiado con él. Está caduco”, el juez le quita la placa y el revólver, declarándolo así, insubsistente… pero, en breve, y porque cree que, sólo él podrá hacerlo, lo contrata para que capture, y traiga VIVO, a un bandido llamado, Hawk, quien acaba de robarle al ejército una nitroglicerina. ¿Qué tal esto?

Este comienzo, nos sugiere una continuación de, "True Grit" -la película por la que, Wayne, ganaría su único premio Oscar-, y al comenzar su búsqueda de los bandidos, una nueva escena (el asalto a una misión orientada por un predicador y su hija) nos remitirá a, “The African Queen”, excelente filme por el que, Katharine Hepburn, fue nominada al Oscar. Dos filones explotables a los que, el director Stuart Millar, no tuvo reparo en acudir, en un intento –vano- de solventar su pobrísimo guion.

La más deprimente sutileza, es haber convencido a la senil, pero memorable, Katharine Hepburn, para que se sumara al característico juego machista y reaccionario de Mr. Wayne, apoyando la venganza, no obstante ser misionera de Biblia en mano (¿o sería precisamente por esto?); diciendo, además, frases tan desentonadas e incoherentes como: “Quiero asegurarme de que los asesinos de mi padre cosechen su merecido” o “Estoy segura que, el buen Dios, fuma excelentes cigarros”… y de ñapa, matando y rezando como cualquier seudo-héroe de los peores westerns.

¡Y grande sorpresa! A la pareja la sigue un joven y leal indio llamado, Wolf, y hay que ver el estrecho lazo de amistad que tiene con el sheriff Cogburn, es decir, con el mismísimo, John Wayne. ¡Cómo se atreve a decir el juez Parker que éste personaje no cambió en nada!

Después habrá más sutilezas: Cogburn-Wayne se reafirmará en el machismo que le acompañó durante toda su vida; aumentará su larga lista de ajusticiamientos; traicionará sus promesas demostrando, entre otras cosas, que le importa un rábano la espiritualidad... y contará con el admirado e incondicional apoyo de la hermana, Goodnight (¡Hepburn!), quien rematará diciendo lo que, Wayne, tanto soñaba: “Usted honra al sexo masculino”.

¡Con cuánta frecuencia, la senilidad se permite las peores torpezas!

Título para Latinoamérica: <<EL ALGUACIL DEL DIABLO>>
Luis Guillermo Cardona
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