No debe sorprender que este tipo de cortos proliferaran durante los primeros años de exhibición pública de películas puesto que representaba un atractivo indudable para los espectadores.
El escamoteo de personas y la aparición de otras en un escenario elegante, cuidado y estructurado con detalle casi podía significar garantía de éxito para el cineasta y su obra.
También A. Guy se apuntó a la moda y este corto resulta muy adecuado, está filmado con esmero, el decorado posee empaque y el ritmo de la acción discurre con fluidez y dinamismo.
Cada paso había que darlo a su tiempo.

Película fresca, romántica, con tintes almibarados -pero también con aristas puntiagudas- cuyo sentido narrativo se basa en un contexto de abundante diálogo.
R, Linklater se propone plantear ideas, esbozar teorías, argüir, sopesar los valores, elaborar una tesis, oponer una antítesis, aceptar una síntesis y hacer un guiño al destino esperando que éste responda.
Así que toda la película se convierte en una conversación.
Intimista, psicológica y detallista, juguetea con los conceptos, revive los sueños y le gusta recoger los recuerdos en una frágil red de cristal que amenaza romperse en cualquier momento pero que resiste hasta el final de la película.

El argumento es poderoso, la interpretación muy correcta, así como la fotografía. la banda sonora y la ambientación pero el guión carece del tacto que se requiere para llevar a la pantalla una obra que trasmita intensidad y contundencia.
Pero, sobre todo, credibilidad.
Esa credibilidad que posee a raudales el texto de S. King.
Para ser convincente no basta hacer una reseña completa de los hechos.
Las arrugas de la mente presentan mil colores diferentes pero Z. Hiditch sólo consigue, a pesar de sus esfuerzos, una película adornada con tonalidades pálidas en lugar de la briosa energía propuesta por el escritor norteamericano.

Las consabidas tribulaciones de H. Lloyd como protagonista vuelven a ponerse de manifiesto en esta película que al cominezo tiende hacia una propuesta slapstick pero que poco a poco la va abandonando para centrarse en ámbitos más sutiles.
Pero no llega a despojarse de esa perspectiva humorística y, por momentos, sigue ofreciendo algunos coscorrones graciosos, lances con porrazos notables y galimatías de situaciones cómicas.
La estructura está bien elaborada y la película nunca pierde interés, la acción mantiene un nivel alto de dinamismo y, a pesar de la ingenuidad propia del cine en 1932, resulta atractiva en nuestros días.
Estupenda actuación del actor de Nebraska muy bien secundado por C. Cumming en el desempeño del doble papel que interpreta.

Una pesadilla, una psicofonía, unas voces susurrantes, una neurosis, una sombra sigilosa, una casa encantada y unas pastillas para dormir.
A. de la Iglesia agita la coctelera de lo extrasensorial y le imprime un sesgo de realidad, lo adereza con una suave veladura de misticismo y le aplica el barniz de lo cotidiano para presentarla en público como una película absorbente, original, lúcida y compulsiva.
Otros escritores, guionistas y directores ya nos habían enseñado el modo de abrir la puertas de la cámara de los horrores.
La verdadera aportación del cineasta español consiste en mostrar la clave para volverla a cerrar.