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España España · Madrid
Críticas de paki
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Críticas 203
Críticas ordenadas por utilidad
9
26 de noviembre de 2013
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He visto últimamente tantas películas de colegios que creo que podría ayudar al ministro del ramo a elaborar la nueva ley de educación. Saldría igual de mal, claro, pero mucho mejor documentada que la suya.

Bueno, de todas esas películas, ésta es la que más me ha gustado. Es la más optimista; seguramente porque los niños son más pequeños pero más adultos, en el mejor sentido de la palabra, y el profesor no es tal, pero es muy bueno, en el mejor concepto del término. Y el resultado de todas esas contradicciones es que me ha resultado la más auténtica, creíble y conseguida. Soñar cuesta tan poco (menos que una beca) que me parece que ha retratado el mundo de la educación como puede, podría y, tal vez, algún día sea.

En realidad trata sobre una clase donde se aprende a convivir, a convivir aprendiendo, a aprender aprendiendo y a convivir conviviendo... Todo un aprendizaje. Más difícil de escribir que de vivir, si las cosas fueran como deberían ser, claro... Y el comienzo de todo no es nada optimista. Todo lo contrario. Con una gran síntesis de imágenes, pero brutal en su sencillez. Todo blanco, alegre, limpio y, de repente, lo brutal... Los niños, de unos 8 a 10 años, están traumatizados por algo terrible e inasumible para ellos. Cada día dan clase con el recuerdo indeleble de la muerte. Hablan pero no hablan. Está en el silencio, en las explicaciones de los adultos, profesores, psicólogos y padres, en la conciencia de todos, intentando "des-traumatizarse" para que la vida y la muerte sigan su curso como las lecciones que hay que continuar dando y recibiendo...

El profesor Lazhar es solamente un sustituto. Alguien que llega en ese punto y aparte para continuar o volver a empezar donde se quedaron. Por su parte, es también un hombre herido. Como ellos. Traumatizado. Como los niños. Con sus propios recuerdos de muerte, imposibles de asumir. Pero lo intenta. Tiene que aprender enseñando. El contacto entre uno y otros es terapéutico. El hombre les enseña respeto, supervivencia, adaptación, sinceridad... a veces con libros gordos que no entienden, o en un idioma que les suena raro, pero que es el suyo propio porque viene traducido en ternura, autoridad, comprensión y paciencia. Los niños, variopintos, de todos los colores y situaciones, le dan su propia lección. Todos aprenden. Pura educación...

Me gustó mucho. Me hubiera quedado en esa clase de mundo donde existía la comunicación, la ternura, la sinceridad y el humor. Pura ficción, tal vez. En cualquier momento, piensas que puede abrirse la puerta y alguien pedirá papeles, informes, decretos y leyes, y todo quedará en una utopía... De momento. Tal vez un día serán más importantes los profesores que los ministros y todo cambiará para mejor... Ay, sí... esta película me hizo soñar..
paki
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8
6 de septiembre de 2011
2 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
El planeta de los simios, la de Charlton, es una de mis películas favoritas. Lo tenía todo: ciencia ficción, aventuras, historia sorprendente, filosofía, imágenes inolvidables y Charlton... Así que me daba un poco de miedo la "precuela", como le llaman ahora a aprovechar una buena historia para estirarla como si fuera un chicle, con el riesgo muchas veces de hacerla pedazos infumables. Pero ésta no.

El guión está muy bien. Yo me imagino a los que lo escribieron como unos admiradores de la historia original. Gente con talento e interés por continuarla de una forma inteligente y decente. Yo creo que lo han conseguido. Si alguna vez me pregunté cuál fue el origen del planeta de los simios, esta explicación me parece muy digna. Esos errores-horrores de laboratorio, las manipulaciones, peligrosas como bombas de relojería, por parte de manazas avariciosos y sin escrúpulos; la pandemia; la explotación "inhumana" y salvaje de todo lo que no puede defenderse en las mismas condiciones; la crueldad y el abuso con los más débiles... En fin, una civilización "deshumanizada", en el peor sentido del concepto, está condenada a autodestruirse o a provocar una rebelión en masa de los que solo reciben de ella sufrimiento o egoísmo.

Me faltaba Charlón, sí, pero está César. César es el simio diferente. Un mono de ojos verdes que busca su lugar. Inteligente y extraño en un ambiente donde nadie es como él, pero acomodado, por el cariño, a una familia donde está protegido, aunque aislado.

Hasta que un día es llevado a un lugar donde todos son como él, pero donde se sigue sintiendo diferente. Es decir, que sigue sin encontrar su sitio. Ni simio ni hombre. Una criatura nueva para un mundo que va a cambiar. Y se convierte en un líder. Un estratega tan listo y hábil como el general romano que lleva su nombre. Un ser astuto, sin odio ni rencor, que canaliza la hartura de los que llevan toda su vida sufriendo abusos y maltratos. La fuerza enorme de la unidad, reflejada en unas escenas espectaculares donde daban ganas de aplaudir y chillar...

Me gustó mucho, sí. César no era Charlón pero era carismático, expresivo, fuerte y tierno. Visualmente es una película espectacular, porque la imaginación de siempre, combinada con las posibilidades de ahora, hace conjuntos portentosos. La música es preciosa, también. Y, además, no nos faltó ni aquel inolvidable "¡quita tus sucias manos de mi, mono asqueroso!". Y yo ahí ya me entregué del todo y me rendí. No tenía nada que hacer. Los simios eran mucho más buenos, inteligentes, altos y de ojos verdes... Y los hombres... ¡qué manera de degenerar una especie!
paki
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10
16 de marzo de 2023
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estoy fascinada. Loca. Feliz. He vuelto a la infancia disparada entre el miedo y la revelación. Esos tebeos, comics, películas, series y novelas que te hablaban de tú a tú como no sabía hacerlo ningún congénere de tu tamaño o muchísimo más grande. Toda esa locura desatada de la imaginación que te ponía la cabeza a mil y el corazón a volumen brutal. Eso es esta película. Toda la ficción que puedas soportar con el humor que lo chamusca todo con un talento de mil diablos (expresión grande que ahora alcanza toda su dimensión)

No digo más. Veo estas películas tan extraordinarias en todo, que me parece que siempre hablamos demasiado y atendemos muy poco. Lo contrario que hacen los niños, esos sabios que algunas veces no crecen y hacen joyas como esta...
paki
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8
27 de julio de 2017
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me lo han dicho tantas veces que pienso que es un lugar común. Me refiero a que a los adultos, a muchos, no les gustan los payasos. O les dan miedo. ¿Habrán leído todos a Stephen King? No sé. A mi no me pasa. No me gustan ni me disgustan y no me dan miedo. Será que ya tampoco los entiendo. Tal vez los payasos pertenecen al mundo de los niños. Un mundo muy raro con el que ambos conectan. Los payasos tienen un humor extraño. Un ojo que ríe y otro que llora. Una boca pintada para la carcajada y el llanto. Empiezan llorando y acaban riendo, o al contrario. Da lo mismo, porque hacen equilibrios en una cuerda muy estrechita con unos zapatones muy grandes. Tienen sus propias reglas en las que parece que es muy difícil entrar y, sin embargo, los niños lo consiguen. Se dejan llevar. Porque no hay reglas. Los niños, y los payasos, entran en ese mundo fantástico donde los colores barren al gris y se supera el vértigo y el más difícil todavía es lo único posible. Quiero decir, los payasos y los niños transforman la realidad en su mejor versión. El descampado sigue siendo un descampado y lo difícil sigue siendo difícil pero no imposible.

Miloud es un payaso. Un artista. Un mago. Una de esas personas extravagantes que a muchos adultos les disgustan o les dan miedo. Miloud es un idealista. Quiere cambiar el mundo, no sabe muy bien cómo, pero si por donde y para quién Para los niños de las cloacas de Bucarest, por ejemplo. Y lo hace desde dentro: desde el fondo de las cloacas y desde los tejados para tomar perspectiva. Y desde dentro de cada uno de esos niños. Los artistas, los magos y los payasos trabajan desde dentro de nosotros. Las palomas de sus chisteras salen de los sentimientos comunes, de algo que nos hace llorar y reír a la vez y por las mismas razones que no podríamos explicar. Sin reglas. Como la emoción. Miloud enseña a esos niños, sin palomas ni chisteras, a sacar la cabeza de una bolsa de pegamento y tener confianza en sí mismos y en alguien capaz de luchar por ellos. Les enseña, como es mago, algunas palabras mágicas como “respeto”. Y aprende, como suele pasar, muchas cosas de ellos. Que la realidad, en su peor versión: burócrata, cobarde, mafiosa o salvaje intenta acabar con los que están construyendo su mejor cara: la solidaria, idealista, comprometida y valiente. Que muchas veces lo consigue y gana batallas casi diariamente, pero la voluntad constante de construir lo destruido es infatigable y arrasadora porque trabaja desde dentro, desde la alegría, la confianza, el respeto y la emoción y cuando llega ahí, nadie puede arrancarla. Florece y prospera...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
paki
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10
10 de febrero de 2012
5 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Toda la historia gira sobre Romano. Y Romano es Marcello Mastroianni, porque después de verla no me imagino esta película protagonizada por otro actor. Y Romano es un seductor maravilloso de los que ya no quedan, porque también va de eso. De la seducción, de la belleza, del amor, de la fantasía y del final de muchas cosas. De ese punto último y mágico que marca la plenitud de algo, cuando está en su máximo esplendor, pero también a un milímetro de empezar a evaporarse. O sea, de la decadencia. Romano coincide en un crucero con un viajero ruso y le cuenta la historia de su vida. Es un hombre mayor y decadente que va a relatar su vida pasada. Tiempos mejores, desde luego, pero en los que se adivina que es un hombre nostálgico, pero todavía alegre. Un loco por vivir y por amar que aún sabe disfrutar de los placeres de la vida, aunque solo sea en sus recuerdos.

Romano es un italiano que añora Rusia, porque las personas especiales han nacido donde ellos quieren. Y es también, y a la vez, un burgués, un aristócrata o un mendigo porque en realidad es un príncipe, ya sea en los palacios más lujosos o en una fiesta gitana, porque en cada lugar, de cada momento, sabe disfrutar y exprimir lo mejor de la vida… Así que las vivencias que cuenta a su admirado oyente reflejan ese gusto por la vida, la belleza, el placer y el amor… Sobre todo, el amor, porque la historia más hermosa que le cuenta Romano es cómo conoció a la mujer que le enamoró y le permitió expresarse tal como era: un caballero, un amante, un aventurero, un romántico, un gitano ruso y un conde italiano. Todo por el amor de una mujer. Nadie más que él hubiera entrado en la piscina de lodo para rescatar su sombrero, coger una flor y salir de allí, con su traje blanco inmaculadamente sucio, como un auténtico príncipe. Ahí todos le aplaudimos, ella se rindió, el caballero ruso sonrió y yo me enamoré…

Ay! ya no quedan amores así, ni cuentos, ni paisajes, ni palacios, ni, sobre todo, hombres como Romano… Ahora es cuando, sí que sí, empieza la verdadera decadencia…
paki
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