Recuerdo que vi esta película siendo muy joven, desde mi ingenuidad más supina esperaba una cinta de aventuras sobre una idílica revolución francesa, donde el pueblo disfrutaría de la libertad conseguida al librarse de la monarquía y la tiranía de los poderosos nobles. Pero lo que me encontré fue la visión aterradora de la revuelta popular, de igual forma el hambre y la miseria la sufría el pueblo, de cómo el complot y las traiciones, los atropellos e injusticias eran moneda de cambio en un nuevo régimen de terror instaurados por los siniestros comités revolucionarios. El nuevo régimen era diferente pero el poder seguía en manos de unos pocos que estaban dispuestos a todo para imponer su control. Transcurridos casi 40 años, su mensaje permanece impoluto y certero, un análisis que es demoledor y atemporal, el tiempo nos ha revelado ejemplos revolucionarios como: Méjico, Rusia, China, Cuba, todas ellos terminaron en regímenes totalitarios y fraudulentos para con el pueblo al que presumen defender.

A principios de los años ochenta en Polonia la dictadura comunista del general Jaruzelski, obliga a exiliarse al gran cineasta Andrzej Wajda. Su cine destacaba por la crítica al sistema político de su país, su gran éxito internacional especialmente con “Cenizas y diamantes”, eso le otorga una fama que le permite rodar en diversos países europeos. De tal modo consigue filmar en París una visión inconformista de la revolución francesa. Una lujosa producción franco-polaca de fascinante y cuidada ambientación, basado en el drama “L´Affaire Danton” de Stanislawa Przybyszewska, modificado por el guión del afamado gracias a Buñuel, Jean Claude Carriére. Una reconstrucción del agitado contexto de los primeros años de la sublevación, su justicia política y sus masivas ejecuciones en la guillotina de la plaza de la Bastille.

El film sintetiza en poco más de dos horas de tensión permanente e inquietud constante, las intrigas palaciegas, las adhesiones y ajustes de cuentas, en definitiva, el paradigma de las contradicciones de la Revolución. Recrea a un Danton tosco y arrogante (magistral Depardieu) articulando una serie de monólogos brillantes con su especial oratoria para seducir al pueblo ante un simulacro de tribunal de justicia que le acusa de traición. Compensado con la genial presencia de Robespierre (asombroso Wojciech Pszoniak), un despótico tirano, enjuto y paranoico, dispuesto a proteger a sangre y fuego los supuestos principios nobles de la revuelta. Una vez más, la Historia como pretexto o argumento demostrativo de una problemática intemporal alusiva a la corrupción que ejerce el poder absoluto y totalitario. Resulta ejemplarizante y paradójico que el hombre que instauró los macabros y arbitrarios comités revolucionarios, el héroe instigador de la justicia popular fue víctima de ellos.

Quizás el film peca de discursivo y un tanto esquemático, pero no es menos cierto su sagacidad en el análisis del poder. Su excelente puesta en escena, su estrategia sibilina en la creación de personajes, como ese niño adoctrinado recitando los artículos del ideario revolucionario que el decrépito Robespierre escucha con horror. La acertada música atonal resalta ese miedo escénico a la silueta de una guillotina que preside la trama. Su fotografía pálida y gélida que muestra el ambiente de terror social y político. La miseria moral y las penurias que sufre el pueblo engañado y manipulado por la utopía de la Revolución. Una obra reflexiva e interesante que permanece insobornable como un clásico.

Thriller futurista y atractivo del gran director holandés Paul Verhoeven en el debut de su etapa americana, pues había comenzado en su país con unas cuantas películas interesantes que le propiciaron su salto al cine yanqui. “Robocop”, a pesar de los años transcurridos desde su estreno y proyección en la clausura del Festival de cine fantástico de Sitges de 1987, continúa teniendo elementos de interés pese a su estética de los ochenta, combina a partes iguales temas como la ciudad del futuro, la alta criminalidad y la cibernética, partiendo de una historia en cuyo núcleo podría interpretarse la idea de un “Lázaro” resucitado que, a través de la robótica, es manipulado por el Poder dominante para erradicar la violencia ciudadana con métodos ultraviolentos. Una sociedad muy influenciada por los medios televisivos cargados de publicidad que el cineasta se encarga de explicitarnos convenientemente desde el principio del film. Como podemos observar es algo que no desmerece de lo actual, si tenemos en cuenta el poder convocante de la televisión, aunque hoy se acaba imponiendo internet y las redes sociales, posibilidad imprevista por aquellos años.

El film muestra una cierta estética de cómic, planificada a modo de viñeta, plena de escenas espectaculares y dantescas, pero manteniendo una cierta personalidad de su director, de una violencia extrema y hasta macabra. El film oscila entre la delincuencia brutal y la ironía distante en su trama, la primera es exigencia del producto, la segunda es gentileza del cineasta. Su fotografía es acorde con lo que cuenta, metálica y fría de colores, los escenarios en los barrios de Detroit son desoladores, clara prueba de una de las ciudades más violentas del país y en plena decadencia por el cierre de la industria del automóvil. Una urbe donde las grandes corporaciones privadas dominan la seguridad pública, que experimentan con ciberpolicías para un proyecto de futura ciudad moderna, todo ello bajo intereses espurios de unos ejecutivos arribistas y ladinos. Y en medio de este dislate hayamos a Murphy, un joven policía víctima de una banda de delincuentes que será utilizado como ciber-policía perfecto para luchar contra el crimen.

Otro tema importante es la parte humanista del film, la perspectiva de mitad hombre mitad máquina. La precisión tecnológica no puede evitar que “Robocop” tenga sueños y sentimientos como todos los seres humanos, y que esos sueños reproduzcan precisamente los últimos momentos de su vida como agente y padre de familia, detalle a destacar es la visita posterior a su hogar para revivir su pasado, transmitiendo una extraña sensación de amor y dolor. Bonita y sugestiva es esa relación de amistad con la compañera de patrulla Lewis, en mi opinión demasiado mona y pizpireta para el papel de policía femenino. Creo que Verhoeven logra un film personal muy digno con el material que le cedieron: su áspera visión de la violencia, su fina ironía y su desconfianza hacia el poder y hasta una cierta misantropía, todo ello en un tiempo que abundaban los justicieros violentos en las pantallas. Una seria reflexión sobre el miedo a la violencia urbana y la falta de seguridad, que no podemos confiar a tipos corruptos y desaprensivos que sólo pretenden enriquecerse a costa de experimentar con los ciudadanos. Un film que merece revisión y que no decepciona.

Para un fan de The Beatles, entre los que me cuento, aunque los descubrí por mi edad mucho después de su separación, este documental te rememora aquellos años iniciales y cómo llegaron a ser el grupo más famoso y aclamado del mundo. El documental se esmera en describirnos detalladamente su ascenso y éxito, pero cierra apresuradamente la historia del grupo, desde un escepticismo lacónico, cuando la fatiga de la carretera (el avión y los viajes durante tres largos años) plantean su oposición a seguir dando conciertos y dedicarse a evolucionar en su música con sus discos en estudio, precisamente en mi opinión, es cuando The Beatles rompe con su pasado pop de acarameladas melodías y comienza a crear su música más interesante y que tanto ha influido en la historia del rock. Ron Howard se limita a ser políticamente correcto, ilustrar desde el terreno sociológico, humano y cultural el fenómeno de la Beatlemanía y su leyenda.

Me refiero a álbumes tan reconocidos por el paso del tiempo, de los que apenas se dicen unas palabras en la cinta como, Sargent Peppers, Magical Mystery Tour, Yellow Submarine, Abbey Road o Let it be. Donde podemos apreciar las influencias culturales y sociales de finales de los años sesenta, componiendo una música sublime y revolucionaria, de una calidad infinitamente mejor, por la experiencia acumulada de la legendaria banda de Liverpool. Sacrificando el dinero y la popularidad de los conciertos en directo, tampoco existían los medios de ahora, para centrarse en su evolución y desarrollo personal como músicos. Otro tema que echo a faltar es, la nula referencia a las causas de la disolución del grupo, seguramente para no adentrarse en terreno movedizo y bastante desagradable, por las noticias que tengo sobre el asunto (celos, rencillas y problemas con las parejas de cada uno de ellos).

Lo peor del documental son las aportaciones personales de algunas fans narrando sus vivencias juveniles que personalmente no lo creo necesario, por muy famosas que luego fueran Woopi Goldberg o Sigourney Weaver. En cambio resultan más interesantes algunos músicos o cineastas como Elvis Costello o Paul Greengrass, además de mi admirado Richard Lester. La edición en video se presenta en un pack de dos DVD con extras que no se incluyeron en el documental para no hacerlo eterno, además de un librito que sirve de apéndice de lo que vamos a presenciar en un estuche impecable para coleccionistas. Por último, ruego me permitáis hacer mi lista de canciones favoritas entre tantas magistrales, que espero coincida con muchos de los que lean esta humilde reseña: Yesterday, Michelle, All You Need Is Love, Yellow Submarine, Strawberry Fields Forever, Something, Come Together, Let It Be, Get Back, y por fin… que no por último The Long And Winding Road, ese largo y sinuoso camino que cuenta la canción y que les llevó al Olimpo de los mitos de la música contemporánea, ya nunca nada sería igual.

La América como tierra de las oportunidades y la Irlanda como hogar y patria chica pero sin futuro ni esperanza. Las vivencias de una joven indomable y atrevida, que se resiste a marchitarse en la mediocridad de una sociedad anclada en el pasado, su tortuoso viaje en barco, sus experiencias en la gran urbe, la añoranza por los suyos y su difícil adaptación a su nuevo entorno. Conmovedor melodrama irlandés cargado de amor y melancolía por la tierra propia, pero obligada a buscar nuevos horizontes en el nuevo mundo durante la década de los años 50. Narrada dentro de un profundo clasicismo y estilo formal, el film goza de una buen argumento aunque un tanto previsible. Un film correcto donde el casting es acertado por su juventud y frescura, aunque sin actores conocidos excepto la joven protagonista y la veterana Julie Walters.

Basada en la novela de Colm Toibin que no he leído y desconozco hasta qué punto es fiel, lo que más me ha gustado es la sencillez y transparencia con lo que nos es mostrado, sin alardes artísticos pero con imágenes potencialmente emotivas. La ambientación es muy cuidada para no ser una superproducción, pero los personajes aunque de profundidad dramática resultan un tanto estereotipados y arquetípicos. Saoirse Ronan (Eilis), una bella joven de mirada limpia y rictus angelical, lleva una carrera artística ascendente y es el “alma matter” de esta historia de origen literario pero emparentada con muchos dramas de innumerables inmigrantes del siglo XX, avatares que hemos visto en muchas ocasiones en films ya míticos (desde “El emigrante”, el genial corto de Chaplin hasta “El Padrino 2”, la obra maestra de Coppola.

La película resulta correcta y simpática, para pasar un rato entretenido sin más. La dirección de John Crowley no se aleja en ningún momento de los patrones narrativos y visuales preestablecidos, la película está articulada en dos partes: la marcha de Eilis a Nueva York comenzando una nueva vida y su regreso forzoso por una temporada a su Irlanda natal donde se vuelve a plantear sus raíces presionada por el ambiente social que la rodea. El film posee un innegable tono feminista que defiende la libertad de la mujer para elegir su futuro, las miserias de unas gentes mezquinas e hipócritas en una época en que la mujer luchaba por sus derechos sociales frente a una sociedad irlandesa lastrada por las convenciones ancestrales y religiosas.

Esta película podría ser paradigmática con respecto a la CIA, como lo es “2001, una odisea del espacio” a la ciencia ficción, “El Padrino” a la Mafia, o como lo es “Casino” a la ciudad de Las Vegas. Este excelente film de Robert De Niro nos ofrece un retrato nada épico de los orígenes de la CIA, a través de las vivencias profesionales y personales de uno de sus más destacados artífices, Edward Wilson (un inmenso Matt Damon), un tipo metódico y parco en palabras, un hombre implacable, eficiente y deshumanizado que arrastra sus propios traumas de adolescencia, un espía de despachos, oscuro y gris, poco simpático pero muy eficaz. Nada que ver con el arrogante y presuntuoso Bond de Ian Fleming, ni con el aburrido funcionario británico Smiley de John Le Carré. Este es un tipo que puede pasar desapercibido, a pesar de pertenecer a una clase alta y un club social elitista, rechaza por convicción la aparatosa espectacularidad de misiones heroicas.

Un tipo imperturbable e inexpresivo que guarda secretos y mentiras, de traje y gabardina gris con sombrero de fieltro y cartera de piel, que toma el autobús para dirigirse a su trabajo. La magistral presentación del personaje oculta bajo la soporífera normalidad, un mundo siniestro rebosante de asuntos sucios y movidas políticas externas como suelen ser las agencias de inteligencia. Quizás alguien puede creer que el resto son hermanitas de la caridad, el KGB ahora con otro nombre, el Mosad israelí, o el MI5, vamos hombre..., que nadie se lleve a engaño, todos son parecidos, sus métodos no son nada éticos y sus fines inconfesables, sean de una u otra ideología. Un film de casi tres horas que no se hace pesado ni tedioso, por su excelente montaje y sus oportunos “flash-backs” que la hacen ligera y cuyo argumento fluye de forma natural. La historia de este hombre abarca desde sus comienzos en la 2ª Guerra Mundial hasta el fracaso de Bahía de Cochinos, en su infatigable lucha por encontrar al traidor a ese fracaso.

Una cinta cruda, hiperrealista y muy bien ambientada, que tiene un casting de lujo si miramos su ficha técnica. El minucioso retrato psicológico de Wilson es fundamental para entender el discurso del film de De Niro. Inspirado en un personaje histórico, James J. Angleton, su infeliz vida personal y familiar, su afición a la poesía, protagonista de un viaje reflexivo, no en vano es la cita reiterada del “Ulisses” de James Joyce. El guión es impecable y el director se sirve de él para un lenguaje temerario que refleja las cloacas del estado democrático de un país multicultural: “Los italianos tienen la iglesia y la familia, los irlandeses la tierra, los judíos sus rituales y trdiciones, los negros su música, y la CIA..., cuida del País”. Película muy recomendable de puesta en escena muy clásica pero no por ello menos atractiva.