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España España · Barcelona
Críticas de Rómulo
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Críticas 355
Críticas ordenadas por utilidad
7
17 de noviembre de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sully

No necesita presentación porque todos conocemos la brillante y feliz trayectoria cinematográfica de este vetusto y octagenario seductor californiano que es Clint Eastwood. Pero desde "El gran Torino" yo había sentido el desencanto que te producen aquellas personas a las que profesas una gran admiración, "errare humanum est", y piensas que nunca te pueden fallar. Y he de reconocer que desde entonces, muy a mi pesar, ni "Invictus", ni "J. Edgar" o "El francotirador", llegaron, no digo ya a entusiasmarme sino a provocarme siquiera la más leve emoción. Pensé, en algún momento, que el desgaste y el cansancio que producen la edad podían a sus 86 años haber minado su capacidad narrativa. Otro error. Ha vuelto el imprevisible Eastwood a lo grande y de qué manera. ¿Sería exagerado decir que arrollador? A mí no me lo parece porque "Sully" es un prodigio de síntesis (apenas 93 m), de clarividencia y extraordinario vigor descriptivo.
Poca gente ignora el desafortunado accidente acontecido en el gélido e insoportable enero neoyorkino de 2009 cuando aquella tarde un Airbus 320 de la compañía aérea US Airways salió del aeropuerto de La Guardia en Nueva York rumbo a Charlotte en Carolina del Norte. Apenas despegar, una inoportuna bandada de barnaclas canadienses inutilizaron e incendiaron los dos motores del avión dejándolos inservibles. Y fue el comandante Chesley Sullenberg (el cariñoso diminutivo de su apellido da nombre a la película) al mando del aparato, el hombre que logró la hazaña de deslizarlo sobre el Hudson salvando la vida de las 155 personas, incluido él y la tripulación, que viajaban en ese vuelo. El llamado "Milagro del Hudson" fue un hecho insólito y cobró un gran difusión en todo el mundo porque jamás nadie en la historia de la aviación había logrado algo semejante sin que el avión saltara por los aires hecho pedazos, lo que convirtió a Sully en un héroe planetario. Hasta aquí son hechos reales por lo que nada descubro a mis improbables lectores.
Pero lo que ya no es tan conocido -al menos yo no tenía ni idea- es lo que ocurrió en los días siguientes de aquel -nunca mejor dicho- espectacular y venturoso patinazo. Me refiero a las humillantes y vergonzosas pruebas e interrogatorios de las que fue víctima nuestro sufrido héroe, pues tras las bambalinas del escenario público y las luces de la prensa se esconden intereses mucho más terrenales que no se subordinan a la gloria de la épica ni les ciega el brillo de la epopeya. Eso es lo que da sustento a este extraordinario guion. Como piezas de un puzzle perfectamente ensamblado, continuos cambios de ritmo, avances y retrocesos en la configuración del relato e imágenes de impactante poder -para abrir boca el filme ya inicia con una escalofriante escena- el talento de Eastwood consigue mantenernos boquiabiertos durante hora y media, tan pasmados como a títeres narcotizados.
Y luego, claro, está Tom Hanks, que hace creíble todo aquello que interpreta como si su profesión fuera para él algo tan natural como pasearse en bata por el salón de su casa. Y con la misma e inconcebible naturalidad este irrepetible actor nos hace reflexionar sobre lo que 208 segundos pueden representar en el devenir de toda una vida y cómo tan breve espacio de tiempo es capaz de demoler, conviertiéndola en escombros, la orgullosa estructura levantada por un hombre de intachable conducta y probada honestidad a lo largo de más de 40 años de trabajo. No se la pierdan porque en el peor de los casos, si no les gusta, las impresionantes vistas aéreas de Nueva York pagan, por si solas, el precio de taquilla.

Emilio Castelló Barreneche
Rómulo
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7
31 de octubre de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Viaje a Italia

Qué bonita, deliciosa y elegante película ha hecho el director británico Michael Winterbottom que cuenta en su haber con una extensa filmografía y conseva en sus vitrinas un "Oso de Oro" y un "BAFTA" entre otros galardones. Aunque este su último trabajo, por razones que ignoro, llega a nuestras pantallas con dos años de retraso, es una bendición -más vale tarde que nunca- poder disfrutar de esta originalísima cinta de cuyo guion también él es responsable.
En realidad "Viaje a Italia" tiene su precedente en "The Trip" (2010) en el que una pareja de brillantes guionistas y actores muy populares en el Reino Unido y amigos en la vida real -Steve Coogan y Rob Brydon, británico uno y el otro galés-, se interpretan a sí mismos y atraviesan la campiña inglesa en un viaje gastronómico, visitando los mejores y más afamados restaurantes de su país. Y Winterbottom repite en "Viaje a Italia" parecida fórmula, de nuevo con la genial pareja que en esta ocasión cubre en coche el trayecto de norte a sur por las regiones de Liguria, Toscana, Roma, Amalfi y Capri.
Este par de buenos amigos, pícaros, cautivadores, bon-vivants de irreprimible vocación, cultos e inteligentes, ya cincuentones -coincidentemente nacieron en el mismo año de 1965-, nos ofrecen chispeantes sobremesas repletas de sabrosísimo e irreverente humor; de manera espontánea, ocurrentes charlas sobre lo divino y lo humano brincotean de un tema a otro, salpicadas siempre de penetrante ironía y del más corrosivo sarcasmo bajo la cegadora luz mediterránea. La atención del espectador, puesta a prueba cada segundo, deberá de permanecer muy despierta si desea seguir los hilarantes e ilustrativos diálogos de este mareante carrusel verborreíco que gira sin parar un solo instante. Nos asombrarán con divertidas anécdotas y formidables imitaciones de míticos personajes del cine de cuya mordacidad no se salvarán Michael Caine, Marlon Brando, Tom Hardy, Alfred Hitchcock, Hugh Grant, ni Humphrey Bogart, entre otros.
Se alojarán en lugares de ensueño inalcanzables para el común de los mortales, antiguos caserones y magníficos palacios ahora convertidos en exclusivos hoteles discretamente escondidos y estratégicamente situados al borde de los soberbios acantilados que se extienden a lo largo de la costa amalfitana y en donde las vistas adquieren categoría de belleza indescriptible.
Nuestros protagonistas siguen la huella de Byron, Shelley y Keats que tienen relevante presencia en este recorrido. Los dos primeros, por diferentes motivos -un sonado escándalo familiar el uno y discrepacias políticas y religiosas el otro-, se exiliaron a la bella Italia y Keats, ya enfermo, llegó invitado por Shelley. Desde entonces este país formó, inevitablemente, parte importante del acervo cultural que quedó impreso en la obra imperecedera de estos insignes poetas británicos. De manera que al inicio de su viaje en Génova conoceremos "Villa Saluzo" último refugio de Byron antes de zarpar hacia Grecia; veremos la "Casa Magni en Lerici", en la que habitaron Shelley junto a su esposa Mary en el momento en que éste encontraría la muerte en un trágico naufragio y harán una parada en la playa de Viareggio donde quemaron su cuerpo ante la presencia de Byron y Trelawney; para acabar, y no extenderme demasiado, nos acercarán al museo Keats-Shelley en Roma y a la casa de Keats cuando la tisis acabó con su vida.
Al final, Winterbottom, supongo que con la intención de humanizarlos un poco y disminuir la intensidad de tanto glamour, deja planear sobre la figura de nuestros ingeniosos anfitriones -y parece que ellos, obviamente, lo aceptan con total normalidad- un halo de adversidad que afecta a la intimidad de sus respectivas vidas domésticas tal y como, por otro lado, ocurre en el ámbito familiar de cualquier individuo.
He visto esta película con verdadero agrado y al finalizar me acometen irresistibles deseos de realizar algún día ese mismo viaje aun sospechando que, llegado el momento, deberé rebajar sustancialmente ciertas pretensiones en donde las posibilidades de mi bolsillo juegan, desgraciadamente, un papel determinante.

Emilio Castelló Barreneche
Rómulo
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7
18 de junio de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Corazón gigante

El cine islandés está de plácemes. Este pequeño país, gélido, casi polar, de apenas 300 mil habitantes (como Valladolid en España, Ciudad Obregón en México o Corpus Christi en EE.UU., para que ustedes se hagan una idea), civilizado, altamente desarrollado tecnológicamente, de una potente y pujante economía, dotado de leyes liberales, modernas y con unas prestaciones sociales a la altura de sus vecinos nórdicos, nos ofrece últimamente, además, un cine de primorosa factura.
En esta ocasión ha sido Dagur Kári, islandes por supuesto, quien firma el guion y dirije esta deliciosa obra maestra que es sin duda alguna "Corazón Gigante". Por su bajo presupuesto y su engañosa sencillez pudiera parecer a primera vista una obra pequeña pero esta intimista y veraz historia tiene, como su título, un corazón gigante.
Dagus Kári, sirviéndose de la imponente humanidad del gigantesco Gunnar Jónsson, construye un personaje enternecedor, increíblemente humano por su singularidad y tocado por la inmensa sensibilad de un director en estado de gracia.
Gunnar Jónsson, al que ya vimos anteriormente en la estupenda "El valle de los carneros" vuelca aquí, una vez más, el inmenso caudal del talento que atesora y nos deleita de nuevo con una actuación sorprendente, convincente, tierna, para dar vida a un ser maravilloso, indescriptiblemente ingenuo y bonachón que no parece pertenecer a este mundo.
Porque el buen Fùsi, el personaje que interpreta Jónsson, es un hombre retraído, acomplejado por su mórbida apariencia que hace que las miradas de sus semejantes choquen con la barrera de su físico sin lograr penetrar en el fondo de su alma. El espejo opaco de nuestros prejuicios lo empuja a su doloroso aislamiento condenándolo a una existencia gris y anodina.
Sin embargo, Kári, su director, no juzga ni culpa a sus criaturas, al contrario, las justifica y redime en un gesto de noble y compasiva humanidad. Y de un espléndido, delicado e inteligente equilibrio narrativo surge esta emotiva película, modesta sí, pero que es una joya, créanme, de muchos quilates.

Emilio Castelló Barreneche
Rómulo
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7
19 de abril de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Calle Cloverfield 10

El inteligente, eficaz y diabólico engranaje que ha elaborado el jovencísimo director norteamericano Dan Trachtenberg en su primera aventura cinematográfica merece, al menos para mí, desbordado reconocimiento.
"Calle Cloverfield 10" es una película redonda, turbadora, convincente que consigue transmitir al espectador todo aquello que se propone. Y no es poco logro mantener, incluso a los más curtidos seguidores del género, aferrados como arañas panteoneras al reposabrazos de la butaca durante 107 minutos.
Estamos ante una cinta sorprendente por varias razones. Una, porque el tratamiento del guion es tan desconcertante como astutamente lúcido; otra, porque, desde que comienza hasta que finaliza, no te concede un minuto de respiro; también, porque el juego de equívocos al que te invita Trachtenberg, hace imposible decidir con qué carta quedarte; porque te pone a pensar a través de la lógica, trastocada por el pánico, de su encantadora protagonista, sometida a un constante vaivén de dudas, sin que consigas evadirte nunca de su línea de razonamiento y, finalmente, por el ritmo vigoroso con el que su banda sonora contribuye puntualmente a acelerar tu angustia y la asfixia de una pesadilla claustrofóbica sin evasión posible.
Y qué decir de ese gigantesco, voluminoso y formidable actor que es John Goodman, capaz de llenar de talento la pantalla con su exuberante presencia, insustituible icono de los Coen en películas inolvidables como "Barton Fink" o "El Gran Lebowsky" por nombrar algunas. Mary Elizabeth Winstead, bellísima actriz norteamericana, un pimpollo de lo más seductor, no le va a la zaga y en cada secuencia sientes su desconfíanza, estremecimiento y el miedo que la ahoga como una soga alrededor de su garganta.
No es, en fin, una película muy recomendable para corazones endebles fácilmente quebradizos, porque la montaña rusa a la que nos sube Trachtenberg es un viaje agitado, angustioso, de continuos y escalofríantes sobresaltos, donde sólo tiene cabida un público previamente encallecido a salvo de cualquier síncope traidor.
Y aunque el rocambolesco final no será plato del gusto de ciertos entendidos, yo disculpo a su brillante director esta supuesta flaqueza después de cortarme el aliento y haberme mantenido hipnóticamente pasmado durante el convulso trayecto de su fascinante travesía.

Emilio Castelló Barreneche
Rómulo
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7
24 de marzo de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
El regalo

Todo parece indicar en sus inicios que vamos asistir a una convencional sesión de cine, que la historia que vamos a ver es algo ya vivido en la gran pantalla en numerosas ocasiones y que nada de lo que se avecina va a sorprendernos ni alterar el pulso de nuestras emociones; un thiller, en fin, como tantos otros, trufado de secuencias y situaciones que nos resultan tan familiares como el salón de nuestra propia casa.
Pero muy pronto vamos a comprobar que estábamos equivocados, que los mimbres con los que se ha trenzado esta estupenda y estremecedora película no son los que habíamos imaginado; que lo que vemos toma decididamente un giro inesperado e inicia un vuelo del que desconocemos su ruta e imprevisible destino; comenzaremos a tener la sensación de que las cosas se deslizan por caminos menos convencionales y muchísimo más complejos de lo que habíamos supuesto en un principio y que el inofensivo regalo que nos ofrecen lleva más veneno de lo esperado.
El joven australiano, Joel Edgerton, cuya cara les será reconocible de inmediato, realiza aquí un arriesgado triple salto: escribe el guion, dirige la cinta y forma parte del trío protagonista dando vida a Gordon Mosley, el personaje más turbador, atormentado e impenetrable de todos. Consigue mantenernos en máxima tensión hasta el final y juega sus cartas hábilmente con extraordinario sentido de la dosificación, descubriéndolas poco a poco sin que sepamos nunca lo que se trae entre manos; como impulsados por un resorte logra hacernos saltar de la butaca en varios momentos utilizando su sorprendente instinto de la oportunidad y participaremos a lo largo del metraje del mismo miedo y asfixiante congoja que atenaza la garganta de sus personajes
De manera que, mis queridos pasajeros, abróchense los cinturones, permanezcan sentados y prepárense para un vuelo de lo más movidito. Aterrizarán, no les mentiré, algo exhautos pero con la serena y siempre confortable percepción de haber sobrevivido.

Emilio Castelló Barreneche
Rómulo
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