A veces nos sorprende la capacidad del cine para superar a lo real, para imitar lo que casi no podemos palpar por la fugacidad de lo vivido. No somos conscientes de la riqueza de matices, de texturas, de olores que nos rodean cuando nos dirigimos a través de eso que llamamos tiempo, el cual no podemos agarrar pues el susodicho siempre apremia.
Una de las dificultades del cine y en eso consiste la fascinación por este arte, es recrear todo eso en un fotograma. Difícil labor. Louis Malle parece que no tiene ningún problema en solventar este tipo de dilemas.

El protagonista de la película se abre a su propia vida ante el gran asombro que le supone su despertar sexual y el conocimiento de ese mundo adulto, ajeno, que se le hace atractivo, sugerente e incomprensible. La narración a través de minúsculos, fugaces, pero firmes pasos, avanza desde los primeros traspiés de este chico hacia algo mayor, hacia algo mucho más sólido y amplio que un simple juego o travesura. El resultado es completamente coherente con la sensibilidad, respeto y madurez que caracterizan al director francés en la mayoría de sus películas.

La belleza y capacidad interpretativa de Léa Massari en la película es absolutamente admirable al igual que la capacidad del joven protagonista para interpretar un papel con una naturalidad apabullante.

Irritante ópera cantada inserta en un cuento algo gracioso y rocambolesco que tienen que ser digerido a trompicones .

Hay algo de maestría en este director portugués que hace que no apaguemos el portátil y aguantemos hasta el final lo que roza al punto de ser insoportable y eso se ve en los actores y la puesta en escena que logran crear cierta armonía.

La música aberrante, oblicua, disonante y enmarañada en algo que resulta forzado. Es como los caníbales comiendo carne humana sin tener hambre. Es sólo vicio, vicio de hacer cine y que este cine se aleje en pretensiones de lo que suele significar hacer buen cine; contar bien una historia.

Mi sensación al ver la película fue que quizás nos hemos perdido demasiado en nuestro cine patrio en ese intento fatuo de contar buenas y contundentes historias, quizás pensando en hacer algo diferente, algo con un sello, que oscilase entre el buen consenso de la crítica y no se ahogase en una pretensión comercial demasiado evidente.
Grupo 7, se desmarca en ese nueva ola de calidad que desde un prisma para todos los públicos, logra salir del paso y salvarse al final del filtro.

Podríamos tildarla de frenética y demasiado rápida. Ensarza personajes bien conseguidos, acción y más acción. La acción cumple a rajatabla con las expectativas del género, los personajes parecen salir a flote en un maremagnum sevillano que aparece cercano y desconocido al mismo tiempo.

Motivos personales, de superación, de responsabilidad e incluso compasión, dan fiereza y humanidad a los protagonistas.

Magnífico Antonio Torres. Mario Casas con una presencia aceptable no alcanza a dictar palabra con propiedad después de más de varias oportunidades en la pantalla grande.
El resto de los protagonista correctos, a destacar el papel de Manuel Poga, Estefanía de los Santos y Julián Villagrán.

La realidad recobra su auténtica dimensión cuando observamos los tractores reordenando la tierra y levantando el polvo que difuminan la imagen de los barrios de Sevilla que se ven al fondo. Todo un acierto haber escogido lugar y tiempo, historia y personajes, ya que no hay unos sin otros cuando estos encajan como piezas de puzzle.

Es difícil crear un mundo propio y unos personajes bien definidos que se amolden a él, pues en ese ejercicio de creación narrativa estos dos elementos tiene que ir de la mano, unidos como cuerpo y alma.

Alice et Martin tiene momentos de intensidad visual donde se palpa por instantes ese mundo donde podrían vivir esos personajes. Personajes que al mismo tiempo poseen cualidades que se podrían ensartar en cualquier buena historia. Pero ahí está el problema, ambos, personajes e historia van por separados en la intención de querer contar más de lo que se puede en esos 127 minutos de filme.

Alabar la capacidad de Techiné para crear momentos de gran lirismo y escenas visualmente potentes, además de un buena elección de los temas musicales.

Interesante interactuación entre Juliette Binoche y Carmen Maura y destacar a Mathieu Amalric en su personaje secundario.

La bruma, la lluvia, la humedad y una mansión victoriana son agentes perfectos para narrar esta historia notable en su ambientación y puesta en escena. Además interpretada por un actor con posibilidades y presencia en su intento por escapar del encasillamiento de su conocida saga anterior.

Ahora, ¿Quién es esa horrible mujer de negro? Sigo en el spoiler aunque no creo que "spoile nada" pero por si acaso. Ya se encarga ella de destrozar la película.