Por una parte, lo oímos y lo vimos, sabemos que Haneke siempre ha sido un director crudo. Por la otra, nos lo dicen y nos lo enseñan, se tiende a interpretar la crudeza como algo intrínsecamente negativo. ¿En dónde reside la grandeza de Haneke? En el hecho de que cuenta la crudeza como algo que ocurre en lo real, no teniendo más significados que su propia pertenencia a dicho lugar. Reduce el acontecimiento a su mínima expresión y se nos asemeja crudo, pero no lo es, pues no es más que acontecimiento.

La labor se presentaba altamente compleja, pues adaptar una obra de Kafka al lenguaje cinematográfico no se cree recomendable. Y sin embargo, lo hace. ¿Cómo y por qué?

Encomiable documental de la banda Sigur Rós. De primeras, como todo trabajo audiovisual basado en la labor musical de una agrupación, en este caso, el tener escuchada la obra de los susodichos, o no, condiciona nuestra ulterior percepción de "Heima". Un servidor sí lo había hecho, por lo que la visión aquí mostrada viene dada por el lado de la afirmación anterior.

Más allá de lo entrañable del leitmotiv del documental, esto es, la gira por varios puntos de la geografía islandesa, la vuelta del hijo pródigo, se nos traslada un sentimiento identitario de un lugar que es absolutamente diferente a lo que nosotros, como continentales, estamos acostumbrados. Se nos presenta Islandia, su gente y sus paisajes, a través de la música de unos jóvenes autóctonos que tienen el poder de trasladar esta realidad a un nivel de sensibilidad extrema. Aproximan a los oyentes la belleza de un modo distinto, raro, atrayente, sugerente; quien queda conectado con Sigur Rós queda hilado en una espiral de satisfacción sensitiva cuasi celestial. "Heima" no solo refuerza este hecho, habitual en las escuchas de álbumes como "Takk" o "()", sino que incrementa, en varias ocasiones, la inexplicable y erótica atracción de lo único.

Técnicamente no es una maravilla, pero tampoco semeja necesario. Un notable alto. Absolutamente recomendable para cualquier oído con un mínimo de gusto. Lástima, eso sí, de aquellos que se lo pierdan, que los habrá. Una bendición para el resto.

Vaya por delante que no me he leído las obras de Ian Fleming; soy un aficionado cómodo de James Bond. Por los ojos, por favor, y rapidito. Es lo que le pido a una película como ésta, pues no he considerado apropiado endiosar al espía inglés -como sí he considerado adecuado hacerlo con, por ejemplo, Batman; cada uno con sus manías-, desechando totalmente el fenómeno fan y asistiendo a la proyección como, simplemente, una más en mi vida. Ya se sabe cómo es esto de lo injustificable, que cada uno tiene sus propios códigos de idiotez. Por tanto, he venido buscando un espectáculo grato, sin rodeos. Y al acabar el metraje me veo convencido: lo compro.

James Bond siempre ha sido un personaje increíble, por definición. Sus hazañas no son reales. Puede que las intentemos justificar -idiotamente, repito, por nuestra amada ceguera-, pero carecen del más mínimo sentido de lo real. Actos no realizables. Entonces, sabiendo ésto, lo lógico es buscar el sentido de lo irreal en Bond. Que aparezca la fe.

Tras una primera parte un tanto descafeinada, aunque espectacular visualmente, esta precuela camina con pasos más firmes y consigue demostrar que la serie ha madurado correctamente.

La trama expone la cosmovisión de una civilización china renacida y que se presenta a sí misma como la parte racional que conserva la humanidad en el mundo. El reparto es sorprendetemente coral, e incluso en la versión original (vi la película en un cine de Shanghai) abunda el uso de varias lenguas del mundo, aparte del mandarín. Incluso diría que la caracterización de los anglosajones, enemigos naturales de las civilizaciones china y rusa, siendo los exsoviéticos presentados como colaboradores fiables, no quedan tan mal como cabría esperarse de una película de este estilo.

Aunque en algunos aspectos peque de sentimentalista, hay un buen equilibrio entre acción, efectos especiales y heroicidades varias, donde todos los procesos de gallardía y espectacularidad se encajan con cierto sentido narrativo, e incluso hay hueco para algún que otro chascarrillo que ayuda a que la propia cinta no se tome tan en serio a sí misma.

Recomendada para ver en un buen cine y disfrutar de una historia adulta de ciencia ficción, narrada con unos mecanismos distintos a los que nos venden habitualmente los anglosajones.

7.5/10.

Oh, qué bella es la Costa Azul.
Oh, qué bello es Cary Grant.
Oh, qué bella es Grace Kelly.

Oh, la curva donde se mató.
Oh, qué picnic en la curva donde se mató.
Oh, qué besos más bellos entre el bello de Cary Grant y la bella de Grace Kelly al lado de la (bella) curva donde ésta se mató.

Oh, oh, oh. Oh, la, la.