Benito Zambrano sigue el tono de western carpetovetónico o thriller al aire libre de la novela de Carrasco y dota a la historia de unos acertados escenarios, buenas actuaciones y buen ritmo, con lo que consigue un producto técnicamente irreprochable, si bien trufado de todos los tópicos del cine de mera evasión: ¡ay, esa curiosa tendencia de los malos a tener menos puntería que los buenos incluso cuando disparan en mejores condiciones!, o ¡esa no menos patológica manía del villano de dar por muerto imprecavidamente al héroe cuando aún no lo está! Tan trillado y elemental debió de parecer el fondo de la historia a la vocación social de Zambrano que, tratando de dar algún tipo de trascendencia a su película, se forzó en meter algunos detalles y algunas frases que remarcan más que en la novela original la ética altruista del cabrero protagonista, con lo que desgraciadamente no consiguió otra cosa que redondear el dibujo del personaje como perfecto héroe ejemplar típico no ya del Hollywood actual sino del viejo Hollywood de James Stewart y Gary Cooper. Y ya se sabe: cuanto mayor la ejemplaridad del protagonista, menor la credibilidad general. Eso sí: muy delicadamente tratado (sin oportunismos ni sensacionalismos) el tema de la pedofilia.

Olivier Assayas cuenta muy bien una historia que poco a poco va perdiendo interés y en su tramo final demuestra no encontrar su diana. Juliette Binoche, muy bien secundada por Kristen Stewart y más tarde por Chloe Grace Moretz, recrea estupendamente el punto de vista de una estrella de cine y teatro que prepara una obra que le supone un esfuerzo especial: adoptar el papel de la mujer mayor en un drama de amor lésbico en el que veinte años atrás, cuando ella tenía diecinueve, interpretó a la más joven y logró con ello su primer éxito, algo así como si en los años noventa Hanna Schygulla se hubiera lanzado a interpretar a Petra Von Kant (y tal vez lo hizo, en teatro). La estupenda intensidad de las conversaciones entre la estrella y su asistente, la prolija y siempre interesante descripción de su día a día y de sus ensayos (jugando a ofrecer paralelismos entre la relación profesional de ambas mujeres y la relación sentimental de los personajes de la obra) desembocan en una tierra de nadie, sobre todo a partir de la dimisión de Stewart como asistente, no demasiado bien sustentada y expresada además mediante una desaparición repentina en mitad de un paseo serrano demasiado espectacular para el tono general de la película. La idea básica de la obra parece haberse difuminado entre esas nubosidades que ninguno de los comentaristas de esta web, incluyendo los que más valoran la película, han conseguido interpretar.

Simon Curtis cae en un género blandengue y soporífero, el del biopic sobre un personaje reciente que requiere quedar bien, además de con el biografiado, con diversos países y colectivos, y sólo consigue eso, una película bien-queda siguiendo esquemas bien establecidos: el señor o señora que se empeña, el amago de abandono que no cristalizará, la intuición maravillosa que lo cambia todo, el quemar las velas para conseguir lo que se quiere (y que en las películas siempre se acaba consiguiendo, pues no se hacen películas de quienes hicieron eso mismo pero fracasaron).

En esta película Dominike Moll se acerca a las historias de azar que borda el escritor Paul Auster, pero hay demasiados puntos inconsistentes en la trama como para que ese círculo de casualidades y malinterpretaciones que se pretende trazar (y que resulta tan bien rematado, con la estupenda coletilla de la última secuencia) pueda considerarse sólido. Principalmente, el personaje de Denis Menochent rompe la credibilidad del espectador, por muy generoso que este quiera ser (demasiada ingenuidad, se mire como se le mire, y probablemente, también demasiada violencia sin un motivo sólido), aunque ese no es el único detalle que rechina (la pasión de la jovencita por la cuarentona, por ejemplo, tampoco está bien transmitida). La apuesta es, sin duda, original y desde el primer minuto la historia crea una intriga que va aumentando a cada momento, hasta un punto que el espectador sospecha que los autores no van a saber dar respuesta satisfactoria a todas las expectativas levantadas. Y así es.

Creo que el fallo de fondo de esta película está en que, en lugar de centrarse en analizar con mayor o menor rigor el personaje del charlatán y estafador que encarna Christopher Waltz y las circunstancias sociales en que desarrolló sus ridículas actividades (con algún éxito durante cierto tiempo), apuesta como baza principal para atraer al espectador por la intriga sobre si es o no el asesino de su esposa y sobre cómo va a probarse su inocencia o culpabilidad. De ese modo, la película pierde su fuerza en un pobre e insulso juego de detección policial y judicial (que el título español recalca aún más) y deja en un simple bosquejo, mayormente humorístico, ese retrato de caracteres y ambientes sociales, en cuya profundización hubiera podido encontrar su verdadera razón de ser.