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España España · Pamplona
Críticas de Asier Gil
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Críticas 85
Críticas ordenadas por utilidad
6
14 de enero de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una habitación estrecha, de paredes blancas, sin decoración y con cortinas que no dejan ver el exterior encarcela a Viviane Amsalem. Durante cinco años, esta mujer israelí luchó por que un tribunal rabínico le concediera el divorcio de su marido, al que ya no quiere y al que abandonó en el hogar familiar. En casi dos horas de metraje, el espectador nunca va a escapar de esa sala -o la contigua de espera-, para sentir en sus propias carnes el agobio claustrofóbico de una sociedad moderna en la que el papel de la mujer aún se encuentra supeditado al del hombre. Si no existen motivos como el maltrato o el adulterio, la aceptación del divorcio recae en el marido. Y en este caso, él no está dispuesto a darle la libertad.
Los hermanos Shlomi y Ronit Elkabetz cierran con esta película una trilogía sobre la familia, el matrimonio y el rol que desempeñan las mujeres en Israel. Para mostrar su situación, introducen al público en un juicio y descartan cualquier aderezo que contamine su mensaje. No hay acompañamiento musical ni movimientos de cámara, y los planos fijos siempre representan la mirada de alguno de los protagonistas. No por ello los encuadres dejan de estar trabajados, pero el mayor esfuerzo se centró en la confección del guion y en dirigir a un pequeño reparto que sabe muy bien cuál es el objetivo: plasmar la realidad en una certera y dura crítica al modo de vida israelí. Sin posibilidad de matrimonios civiles, la mujer tiene que amoldarse a las decisiones del marido, quien, además, dicta cómo debe comportarse, con qué amistades se relaciona o la manera en la que cría a los hijos.
La trama antepone la desesperanza de Viviane, incapaz de entender que los jueces no valoren la incompatibilidad que sufre su matrimonio, con la testarudez de su esposo, que todavía la quiere y que desea que vuelva a casa. Sin embargo, los períodos de prueba que el tribunal aconseja a la mujer no surten efectos beneficiosos, y ella siempre acaba regresando a esa habitación para implorar los papeles del divorcio. Los testigos -vecinos y familiares- citados para exponer la vida conyugal describen al marido como un hombre recto, noble y temeroso de Dios, que otorgó a su mujer todo lo que necesitó, además de darle independencia y no obligarla a seguir la estricta senda religiosa por la que él transita. Pero Viviane busca afecto y comprensión, cualidades que no encuentra en su marido y por las que clama que su matrimonio es inviable.
Los dos directores caminan seguros cuando el drama empatiza con la tristeza de Viviane, pero zozobran al introducir reacciones absurdas que, por otro lado, potencian la denuncia contra un sistema que menosprecia a las mujeres. La austeridad estilística queda compensada por una narrativa que pormenoriza el interior de los personajes, sobre todo el de la protagonista, aunque corre el riesgo de acabar siendo repetitiva. No obstante, ahí es cuando gana enteros la crítica, ya que resulta inconcebible que tanto el marido como los jueces demuestren un grado de incomprensión tan exacerbado.
La propia Ronit se encarga asimismo de encarnar a Viviane y logra trasladar al público sus sentimientos de desamparo y angustia, sin forzar el carácter de su personaje. El único que le planta cara en ese escenario teatral que supone la sala del juzgado es Sasson Gabai, rabino y hermano del marido, al que trata de ayudar para que su matrimonio salga con vida del tribunal.

Diario de Navarra / La séptima mirada
Asier Gil
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7
14 de enero de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Abel Morales está sentado en su escritorio. Inmigrante llegado a Nueva York, dirige una empresa de transporte de combustible que crece a pasos agigantados debido a su poderosa ambición. Brota la sangre en 1981, el año más violento en la historia de la ciudad de los rascacielos. Tiempo de gánsteres, de asesinatos, de robos, de tiroteos... de no poder levantar un imperio sin ensuciarse las manos. Abel Morales, sentado en su escritorio, había intentado no salirse del camino correcto, hacer todo conforme a las leyes y nunca caer en la tentación de avanzar casillas en el tablero dejando un reguero de pólvora. Recibe una llamada, otro camión robado. Su abogado le informa de que lo van a llevar a juicio, acusado de prácticas fraudulentas. El banco lo ha dejado colgado en mitad de un negocio crucial. Su mujer, hija de un capo, le insiste en que actúe ante la inseguridad que vive la familia, amenazada por los matones de las empresas competidoras. Abel Morales, sin levantarse de su mesa, le lanza una mirada fría y dura, y con la fuerza que desprendía Michael Corleone le dice: “Yo me ocupo”. El espectador reza entonces por que coja el teléfono y, después de haberlo visto zancadilleado y ninguneado por no aprovechar los atajos, demuestre a sus rivales lo efectiva que puede ser en los negocios la cabeza de un caballo entre las sábanas.
Pero en esta historia no hay ningún Luca Brasi. El director y guionista J.C. Chandor confiere a su personaje una moralidad inquebrantable que pone a prueba la construcción del sueño americano, tal y como en su primera película, 'Margin Call', asaltó las entrañas del egoísmo y la avidez en el origen de la crisis financiera. Y al igual que en 'Cuando todo está perdido', su protagonista demuestra que nada ni nadie conseguirá derribarlo. El tercer filme de la carrera del cineasta estadounidense deja patente que, pese a no contar con una narrativa demasiado seductora, la magnífica descripción de sus personajes resulta incontestable. De Abel Morales descubriremos su faceta empresarial a través de los discursos a sus trabajadores; su bondad, al arropar a uno de sus camioneros heridos; y su fuerza, en los enfrentamientos con todo aquel que por su actitud reclamaría una respuesta violenta.
La falta de ritmo es la única pega que se le puede achacar. De manera deliberada, J.C. Chandor despliega la trama con un pulso pausado y evitando las secuencias de acción para no ensañarse con muertes y persecuciones. Y lo filma con una belleza aplastante. Tapar un agujero de bala en un tanque de combustible con un pañuelo doblado resume el cariz que atesora la cinta, envuelta en una fotografía sombría de tonos ocres y grisáceos, y elevada por unas interpretaciones arrolladoras. Estos dos aspectos atrapan el interés del público, que debería haber caído prisionero del desarrollo del argumento si se hubiera potenciado la fluidez narrativa.
Por suerte, el realizador contaba con dos de los mejores actores del momento. Jessica Chastain aprovecha sus escasas escenas para desplegar el hastío ante su situación, que le hiere el orgullo por ser hija de quien es. Pero es comprensible que la cámara no se separe de Oscar Isaac. Con una presencia que recuerda al Al Pacino de 'Tarde de perros' o 'Serpico', sus miradas llevan implícita la carga dramática que Michael Corleone aportó al cine. Aunque en este caso, el personaje opte por no traicionar sus principios. ¿Recuerdan? “Yo no soy así, Kay”.

Diario de Navarra / La séptima mirada
Asier Gil
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7
14 de enero de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Clichés, tópicos y lugares comunes atestan el metraje. El protagonista, un sacerdote de un pequeño pueblo en la costa irlandesa, oyó la llamada de Dios cuando su mujer ascendió a los cielos. Inerte por la tristeza, hipotecó sin avales su hígado y apartó de su lado a una hija que, años después, regresa a abrazarlo tras haber intentado coger ese atajo que empieza en la muñeca y termina sin salida. Sopla el viento. Y se ven parajes verdes poblados por tipos que lo mismo levantan un vaso que empuñan un bate de madera. Porque todos sus feligreses presentan taras emocionales gigantescas, y él los escucha con ánimo redentor y un aura de santidad que crepita al chocar con un cuerpo que entiende el pecado. La música orquestal satura de melancolía las escenas, mientras la cámara se mueve de forma pausada y enfoca en primeros planos los rostros que, en ocasiones, miran al espectador reclamándole que comparta su locura. Ni la forma ni el contenido resultan novedosos para retratar los siete días en los que un hombre debe poner en orden su vida antes de despedirse. Y, sin embargo y a pesar de sus excesos, la efectividad de 'Calvary' es indiscutible.
Comenzando por un inicio arrebatador. Una primera frase demoledora que abre un diálogo en el que una voz invisible en un confesionario le cuenta al protagonista que sufrió abusos sexuales de un cura cuando era un niño, y le alerta de que él, pese a ser inocente, expiará su culpa el siguiente domingo a balazos en una playa. En esa semana, el sacerdote -que, a diferencia del público, conoce la identidad del asesino- se reunirá con los miembros de su parroquia para tratar de ayudarlos por última vez.
La dirección de John Michael McDonagh, cuya firma aparece también al pie del guion, reniega de excentricidades o sellos de autor para transmitir de un modo claro y conciso lo que desea: ahondar en la vida interior del protagonista y emocionar con su entereza frente a la amenaza de muerte. No obstante, sus cualidades se presentan a través de sus relaciones con el resto de personajes. Es en este aspecto donde radica la principal fuerza del filme, gracias a unos diálogos que profundizan en la espiritualidad del clérigo y en los anhelos de sus vecinos, sin perder realismo y con una validez asombrosa. De hecho, el realizador irlandés se excede con el uso de la música y con el carácter extremo de algunos de los habitantes del pueblo en su objetivo de conmover al espectador. Pero lo logra. Y mucho mejor que en su debut en el 2011 con 'El irlandés', película con la que comparte toques de un humor negro innato, aunque no tan ácido como en su ópera prima. La trama, con reminiscencias de 'western' y que no decae en ningún momento por el deseo de conocer quién es el antagonista, escapa de la crítica a la pederastia, ya que la acción se centra en describir la personalidad del cura y en cómo trata de buscar el afecto de sus feligreses.
Todo lo anterior hubiera fracasado si McDonagh no contara con el que se está convirtiendo en su actor fetiche, Brendan Gleeson. Impresiona la cantidad de matices que aporta a su actuación el intérprete irlandés. La paz y serenidad que transmite en sus paseos por la playa contrastan con la ira que desata cuando se le provoca, la firmeza con la que desafía a sus interlocutores y el amor, la comprensión, la tristeza y el cansancio de un ser humano noble y compasivo que pone a prueba su alma en su camino al Calvario.

Diario de Navarra / La séptima mirada
Asier Gil
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2
6 de enero de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La polémica del ciberataque a Sony Pictures y las amenazas terroristas a los cines que proyectaran 'The Interview' dio alas a una película que debería haber pasado desapercibida debido a su ínfima calidad y escaso sentido del humor. Evan Goldberg y Seth Rogen no buscaban capitanear ninguna sátira política contra el dictador de Corea del Norte, sino prolongar la sombra de su 'Juerga hasta el fin' con la luz de una de esas bombillas que se encienden tras una noche de desfase. Y qué más querían el propio Rogen y un James Franco que pide a gritos un freno de mano para continuar la diversión con una comicidad que inundaría de bochorno un patio de colegio. Franco y Rogen encarnan, respectivamente, a un presentador narcisista y a un productor vendido a los índices de audiencia. Cuando se enteran de que Kim Jong-un sigue incondicionalmente su programa televisivo, proponen entrevistarlo para desatar la envidia del periodismo serio y plantar otro hito en su carrera. Pero la CIA toma cartas en el asunto y los obliga a formar parte de un complot para asesinarlo.
Esa ingeniosa ocurrencia representa el único asomo de brillo de un guion terriblemente pobre, con el que el filme nunca levanta cabeza. Más aun, llegado el momento de la entrevista con el líder norcoreano y del punto álgido de la trama, la simpleza y la falta de recursos entierran el interés que, a lo sumo de un adolescente, pudiera haber sobrevivido hasta entonces. Hay críticas para repartir: al deseo del público por descubrir los trapos sucios de los famosos, al escándalo en las pantallas por arañar unas décimas de 'share', a la facilidad de gatillo de la CIA, al régimen dictatorial de Piongyang y a la ignorancia cultural de los estadounidenses. Todas banales y bañadas en el fango de un humor basado en referencias machistas, escatológicas, sexuales y soeces. Quédense con dos perlas: “En el 2014, las mujeres piensan”; y, ante un tanque regalado por Stalin, “en mi país se pronuncia Stallone”.
No es de recibo menospreciar el proyecto por dejar pasar la ocasión para asestar dardos incendiarios contra el régimen del líder supremo norcoreano, ya que ese no era el objetivo de los directores. Pero no cabe otra que propinarles una sonora bofetada por gestar una comedia en la que, durante 109 eternos minutos, la comisura de los labios no protagonice ni un solo amago de sonreír. Los chistes son lamentables y las situaciones filmadas generan en el espectador reacciones de vergüenza ante el infantilismo de dos tipos que se comportan como dos niños que hubiesen aprendido una palabrota nueva.
Precisamente, la complicidad entre Rogen y Franco es de lo poco rescatable de la película. La vis cómica de su dúo persiste pese a los intentos de los realizadores y de ellos mismos de emprender proyectos surrealistas y humillantes. La deriva caótica e hiperactiva del cineasta californiano merece un estudio aparte: pasó de ganar el Globo de Oro por interpretar a James Dean y estar nominado al Óscar por su papel en '127 horas', a coquetear con el porno homosexual en 'Interior. Leather Bar', dirigir una adaptación de Faulkner y acabar dedicándose a las insulsas comedias de adolescentes. De hecho, ese era el destino de 'The Interview' antes de que todos los focos se posaran sobre ella y generaran unas expectativas que el filme es incapaz de asumir.

Diario de Navarra / La séptima mirada
Asier Gil
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6
6 de enero de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Olvídense del genio científico. Esta no es una película biográfica, sino una historia de amor. Y no se dejen engatusar por la impresionante actuación de Eddie Redmayne. Aunque el inglés acabe robándole el Óscar a su legítimo dueño, Michael Keaton, la protagonista de 'La teoría del todo' se llama Felicity Jones. Su Jane Wilde Hawking enternece y nos permite apreciar la pasión de quien decide acompañar en su viaje a un enfermo de esclerosis lateral amiotrófica, pese a que eso suponga conquistar metas desde una silla de ruedas, porque no contempla otra forma de vida. Si la muerte ha de llegar en dos años, ella no se separará de su lado hasta entonces.
El documentalista James Marsh, conocido por 'Man on Wire', adapta el libro en el que la primera esposa del astrofísico Stephen Hawking describe su matrimonio, un relato cronológico que comienza cuando ambos se enamoran en la universidad y que termina en su separación, con tres hijos en común. Las investigaciones sobre el origen del universo y los agujeros negros no tienen cabida en el enfoque del filme y se despachan con una infantil comparación entre guisantes y patatas. El objetivo del director no es emborronar mentes con pizarras ininteligibles, sino adentrarse en los sentimientos de dos personas que hacen frente juntas a los socavones que el destino pone en su camino.
Marsh colma la narración de secuencias románticas con las que asestar puñaladas emocionales al espectador. No hay lástima por ver a Hawking encadenado a una silla de ruedas, sino por contemplar desde sus ojos cómo otro hombre lleva en volandas a su hijo y conquista el corazón de su mujer, y cómo el científico le pide ayuda, cuando la palabra ayuda se encuentra a varios infinitos de distancia de cargar con sus maletas de camino a casa. Pero la acción se centra en Jane, en su dura existencia como amante, madre, enfermera y diana de los dardos envenenados de la familia del cosmólogo, que la acusa de estar engañándolo. La película muestra su coraje por permanecer junto a su marido frente a las adversidades, y la tristeza de descubrir por medio de una voz electrónica que será otra persona la que lo acompañe a recibir un premio.
El peligro del filme radica en asomarse demasiado al precipicio del melodrama y en saturar la empatía del público. Asimismo, cae en el error de reforzar los momentos más trascendentes con una banda sonora que, por otro lado, evoca a la perfección el romanticismo de las imágenes. Hasta que se declare inconstitucional acompañar un beso en pantalla con fuegos artificiales, la industria cinematográfica seguirá pensando que no somos capaces de ver por nosotros mismos la profundidad sentimental de la trama. El guion debiera mermar su oda al positivismo, pero se llega muy bien al interior de los protagonistas, y el visionado de la película resulta tremendamente emotivo.
La que mejor transmite el amor incondicional y el cansancio y la soledad de no sentirse completada es Felicity Jones. La imitación de Redmayne es digna de aplauso, porque su comedida interpretación a base de gestos y tics faciales recuerda vivamente a Hawking, pero es la actriz británica la que dota a su personaje de una mirada inocente y valiente que encandila a la cámara. Es ella quien sufre por los dos y, cuando los minutos pasan centrados en la vida del físico teórico, uno siempre espera que vuelva a aparecer e inunde el metraje de ternura.

Diario de Navarra / La séptima mirada
Asier Gil
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