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Críticas de Kasanovic
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Críticas 400
Críticas ordenadas por utilidad
6
17 de marzo de 2017
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Existen bastantes estereotipos acerca de los centros psiquiátricos. Cuando pensamos en esta clase de instituciones, normalmente se nos vienen a la mente recuerdos de ciertas películas de terror o de intriga, por no hablar de representaciones extremas como la de ese manicomio llamado Asilo Arkham, de Batman. Pero, en realidad, esta clase de lugares existen para tratar de ayudar o, dependiendo del caso, también de reinsertar en la sociedad a personas normales que han llevado a cabo un acto traumático en su vida.

Un ejemplo de esto lo tenemos en Villa Biondi, centro psiquiátrico italiano ubicado al norte de la Toscana y que focaliza buena parte del metraje de Locas de alegría (La pazza gioia), película del realizador italiano Paolo Virzì. En esta institución de mujeres, el personaje más carismático no es otro que el de Beatrice, mujer que dice ser una rica y famosa condesa y que, pese a su internamiento, no duda en comportarse según los estándares de su título. Todos parecen mantener una distancia con ella, al menos hasta que Villa Biondi recibe la llegada de Donatella, una joven de apariencia física salvaje pero con un comportamiento austero que refleja cierto misterio acerca del motivo de su ingreso.

Locas de alegría es, pues, la historia de la relación entre estas dos mujeres. Sin eludir un necesario alegato acerca de que las personas a priori locas están, a veces, más cuerdas que las teóricamente normales, el film se nutre en su esencia de un toque humorístico bastante claro y universal. La enorme diferencia de personalidad entre las dos protagonistas —la extroversión y el refinamiento de Beatrice frente al carácter introvertido y origen humilde de Donatella— posibilita que veamos una cinta bastante rica en su guión y repleta de gags de humor más graciosos de lo que pueda parecer.

En este sentido, Valiera Bruni-Tedeschi se alza como el rostro más perdurable de la película, al estar la actriz turinesa ante un papel que le viene perfecto. Combinando fina ironía y enérgica presencia para caracterizar a Beatrice, su actuación complementa bien a la no menos meritoria de su compañera Micaela Ramazzotti y, desde luego, también a la realización de su director. Paolo Virzì le da la vuelta al tono más dramático con el que concibió la recomendable El capital humano pero sin apartarse de ese espíritu ácido que tan bien le sientan a esta clase de obras. En este caso, no tanto por el calado que posee en la línea general del relato (con pocas ínfulas de querer ser trascendente) como sí en ciertas escenas donde, dejando de lado la línea humorística, es fácil extrapolarlas a lo que sucede en la realidad. Temas como la doble y falsa moral de algunos ricos o el machismo aparecen con frecuencia.

Locas de alegría es una comedia que difícilmente podrá ser calificada por alguien con el rastrero adjetivo de inteligente por su falta de sofisticación cinematográfica (aunque hay méritos formales y algún homenaje a cintas como Thelma & Louise), pero tampoco como burda porque en absoluto sus gags son estúpidos o chabacanos. Es una comedia en el más puro sentido, un film que hace pensar sobre ciertos aspectos sin que, por ello, sea necesario esconder la siempre recomendable carcajada. Eso sí, en su recta final pierde gancho por lo efectista que resulta en ciertos momentos, tanto en la elección de ciertos planos como, sobre todo, en la sobreexplicación que se otorga sobre detalles que todavía no habían quedado resueltos en pantalla. En cualquier caso, Locas de alegría no deja de ser una cinta muy interesante para echar unas risas y sacudirse de encima una ristra de tópicos acerca de los psiquiátricos… y de las personas que en ellos residen.


Álvaro Casanova - @Alvcasanova
Crítica para Cine Maldito
Kasanovic
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5
4 de marzo de 2016
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
El mito de Judas Iscariote es uno de los que más impacto ha tenido en la cultura cristiana. No es extraño ver cómo en pueblos del interior se procede a quemar una efigie representativa del sujeto durante el Domingo de Resurrección, un hecho que en ciertos casos incluso trasciende a los propios personajes bíblicos para transformarse simbólicamente en el desprecio a ciertas personas cuyas acciones han herido a toda la comunidad. ¿Quién no se ha referido alguna vez a alguien como “un Judas”? La traición de amigos o personas queridas siempre es dolorosa para el ser humano, de ahí que el nombre de este apóstol haya estado presente hasta nuestros días como un adjetivo de uso más o menos corriente.

Todos los caminos de Dios (Tots els camins de Déu) es una película dirigida y escrita por Gemma Ferraté que propone una revisión moderna de este mito. Rodada en catalán y financiada por crowdfunding en un presupuesto que no llegó a los 33.000 euros, la cinta narra los tres últimos días en la vida de un individuo que acaba de traicionar a su mejor amigo y que se adentra en un bosque para encontrarse a sí mismo y tratar de expiar su culpa. Allí, el protagonista se encuentra con un joven que le persigue sin saber muy bien la razón, aunque al entrar en contacto con él pronto adivinará que puede ser una señal a través de la que lograr el perdón.

Ferraté propone para contar todo esto una película en formato 4/3, cuya intención parece clara: que la imagen se oprima tanto como oprimido está el alma de Judas tras cometer una traición horrible. Al retratar el bosque con esta panorámica, se logra transmitir bastante bien el agobio ético que atraviesa el protagonista. En ocasiones, el uso de cámara en mano para rodar algunas escenas refuerza esta confusión en torno al mundo interior de Judas. La cinta está íntegramente rodada en este entorno natural donde lo único realmente artificioso es la banda sonora que trata de ambientar ciertos pasajes, circunstancia que estorba más que ayuda.

Marc García Coté es el actor que encarna a este Judas. Prácticamente toda su actuación se centra en la configuración de su rostro mediante los gestos y movimientos que realiza, ya que las líneas de diálogo son muy escasas en el film. Y lo cierto es que compone una imagen bastante veraz de lo que podría ser un hombre atormentado al darse cuenta del pecado que ha cometido. García Coté está acompañado en la interpretación por un correcto Oriol Pla y el más conocido Jan Cornet como el amigo traicionado; es decir, Dios.

El desarrollo de Todos los caminos de Dios cumple con los tramos que cabría esperar en lo referente a una historia de este tipo, lo cual deja un poso quizá más amargo del que uno podía esperar al encarar la película. Pese a que el carácter de Judas queda descompuesto de manera razonable, los medios utilizados para progresar en la trama están esquematizados en exceso. Uno de los éxitos, eso sí, se da al establecer una cierta ambigüedad en el relato. No es ninguna locura ver segundas lecturas además de la evidente en torno a la culpa; por ejemplo, existe un cierto tono homosexual descrito en torno a las miradas que cruzan los protagonistas amén del baño que ambos toman en su desnudez.

Hay quien podrá decir que Gemma Ferraté le pide bastante al espectador para sumergirse en su atmósfera, pero en realidad bastan un par de minutos para habituarse a ella, puesto que la cineasta sabe encajar bastante bien las piezas de la que dispone. Es probable que su mayor problema, entonces, gire en torno a la irregularidad de una propuesta que en su duración tampoco tiene una aliada: menos de 70 minutos para contar la quiebra interior de un hombre y su búsqueda del perdón. Posiblemente el humilde presupuesto haya tenido que ver en esa circunstancia, por lo que resulta difícil negar a Todos los caminos de Dios su más que meritorio resultado final.


Álvaro Casanova - @Alvcasanova
Crítica para www.cinemaldito.com (@CineMaldito)
Kasanovic
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6
1 de diciembre de 2015
11 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
A través de un largo plano secuencia, vemos a una mujer llamada Krisha llegar a un típico chalet americano en el Día de Acción de Gracias. En ese momento, su numerosa familia sale poco a poco a recibirla bajo el típico ritual burgués: besitos, qué tal estás, qué bien te veo. Todo buenas palabras, pero en seguida llega la realidad, y es que realmente a nadie le importa Krisha más que para cocinar el pavo que se zamparán como cena. Ella lo percibe rápidamente y desde el otro lado de la pantalla vemos cómo reacciona a la situación, algo en lo que tiene una especial relevancia aquello que sucedió en el pasado y que nadie parece querer mencionar.

El nombre de la protagonista es también el título de la ópera prima del cineasta estadounidense Trey Edward Shults, así como tía natural del mismo. No en vano, los personajes que vemos en la película son su familia en la vida real, un detalle con posos de cómico que seguramente tenga más que ver con cuestiones presupuestarias que con la propia realidad de la obra. Y es que Krisha deja claro que busca incomodar tanto a través de la técnica como del propio guión. En el primer caso, el director altera tiempo, formato, narrativa... Juega con todos los elementos de los que dispone, consciente de que quiere dejar tocado al espectador a través de múltiples facetas que le definan a él mismo como cineasta. En el segundo caso, contemplamos el asfixiado ambiente de una casa donde los jóvenes berrean y echan pulsos mientras los adultos se muestran nerviosos, un contexto en el que la presencia de los perros es la guinda necesaria para generar esta asfixia.

Krisha es una película que se cuece a fuego lento. Llegado un momento de la cinta, todo apunta a pensar que ese intento de impactar se queda en un mero ejercicio de estilo sin base argumental sólida con la que alimentarlo. Pero no. La recta final es realmente vibrante, ya que sobre el tapete cinematográfico se pone en liza toda la baraja y Edward Shults sabe jugar sus cartas de manera verdaderamente sorprendente, llevando al paroxismo esa alteración narrativa que comentábamos.

La cuestión es que Krisha no quiere parecerse a otras películas cuyo visionado se suele calificar de incómodo, como bien pudiera ser el trabajo de Haneke. El cineasta estadounidense prefiere no entrar en ese juego, consciente de las propias limitaciones que le confiere su juventud. Pero sí deja por el camino varios aspectos interesantes, como es el propio hecho de situar toda la acción en el ámbito familiar, donde los enfrentamientos siempre son más peliagudos al existir el vínculo de la sangre y, por tanto, eliminar el rechazo a la gente de fuera. Una grata perspectiva para una más que loable ejecución.

Pese a su bisoñez, Edward Shults no muestra complejo ninguno al llevar el pulso en la dirección, hasta tal punto de que se permite en lujo de cerrar la cinta con un plano que, al compararlo con el inicio de la misma, sirve como grato resumen de la personalidad de un cineasta cuya carrera tras las cámaras ha comenzado de muy buenos modos. Pese a que en Krisha se le puede achacar algo más de definición en el guión, que nunca llega a definir una línea clara, lo cierto es que el cineasta goza de lo más importante en el cine como es querer jugar con imágenes y sonido. Y lo consigue de buena manera en este drama psicológico que cumple con lo prometido a lo largo de sus 83 minutos de metraje.


Álvaro Casanova - @Alvcasanova
Crítica para www.cinemaldito.com (@CineMaldito)
53 Festival Internacional de Cine de Gijón
Kasanovic
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National Gallery
Documental
Reino Unido2014
7.2
667
Documental
6
14 de marzo de 2015
9 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Uno de los obligados destinos turísticos a nivel europeo es la Trafalgar Square de Londres, una archiconocida plaza donde se juntan varios de los reclamos históricos y arquitectónicos más importantes de la capital británica, pero por encima de todos ellos destaca un centro artístico; hablamos de la National Gallery, museo que pertenece al Estado británico y en el que se exhiben más de dos mil pinturas europeas, entre las que se encuentran varios trabajos de los más reputados hombres de esta disciplina, como Velázquez, Rembrandt, Van Gogh o Da Vinci. Esta apuesta por la calidad es la principal seña de distinción de este centro de arte frente a otras alternativas, más aún cuando su futuro a largo plazo se presume al menos tan enriquecedor como su presente.

La razón de comentar todo esto en una página de cine es que el aclamado cineasta Frederick Wiseman ha realizado un documental sobre el mencionado museo con título idéntico al del centro: National Gallery. Y desde luego no es una obra de poco calado, ya que Wiseman dedica 180 minutos destinados a enseñar todo lo que da de sí la National Gallery; de puertas para fuera, tenemos las visitas guiadas para gente de todas las edades, talleres de pintura con modelos reales, danza improvisada; y de puertas para adentro, vemos como los mandamases del museo planifican la estrategia para captar visitantes, recabar fondos, estructurar la plantilla y, sobre todo, tenemos la oportunidad de conocer cómo los trabajadores llevan a cabo los procesos de restauración de aquellas obras que lo necesitan.

El estilo de Wiseman para narrar todo ello es tan básico como efectivo: colocar la cámara en el lugar de los hechos y dejar que fluya la acción. No se llega a escuchar la voz del entrevistador y tampoco se abusa de otros recursos como la superposición de imágenes con una melodía alegre. No, el director tiene claro que su obra debe de tener un ritmo tan pausado como natural, pretende que el espectador se sienta como si estuviera visitando el museo en persona. Y la misma actitud mantiene con la gente que desfila por delante de la pantalla, ya que apenas muestran atención a que alrededor de ellos hay alguien con una cámara grabando todo lo que sucede. Este estilo encaja totalmente con la filosofía del realizador, que ya en su primer documental, el polémico Titicut Follies, sorprendía por la capacidad que tenía para aparentar ser invisible y de ese modo recopilar la acción como si transcurriese cualquier otro día sin cámaras delante.

A bote pronto, tres horas parece un metraje demasiado extenso para un tema que en principio tampoco merecería tal extensión, dejando de lado la evidente importancia de la National Gallery en el contexto artístico internacional. Y en verdad, al final del documental uno tiene la sensación de que el montaje final se podría haber condensado en poco más de dos horas. Pero didácticamente es un film muy enriquecedor, especialmente para aquellos enamorados de la historia del arte y la restauración de obras pictóricas que tendrán aquí una ocasión inmejorable para deleitarse explorando las entrañas de uno de los museos más importantes del mundo occidental.

Evidentemente, no es un documental que pueda gustar todo el mundo. Aquellos que sólo tengan interés en conocer el museo como lo haría cualquier visitante, emplearán mejor su tiempo si esperan a acudir algún día a la capital londinense, ya que National Gallery tampoco permite excesivos deleites respecto a la contemplación de cuadros. Lo verdaderamente interesante de este documental es explorar lo que está al otro lado de lo visible, descubrir que cuando entramos en un museo y contemplamos las obras que allí se exhiben no somos conscientes de todo el trabajo que se ha tenido que emplear para que pudiéramos efectuar esa visita. Y si, además, Wiseman nos permite hacerlo de una manera directa y sin las típicas intromisiones que suelen conllevar este tipo de obras de no ficción (fundamentalmente por la acción del entrevistador), no se puede sino concluir que National Gallery es una obra destinada al regocijo de los apasionados por el tercer arte, a quienes pretendan dedicarse a la tarea de restauración y, por qué no, a cualquiera que tenga un mínimo de curiosidad por empaparse sobre todo lo que un centro de arte puede ofrecer.


Álvaro Casanova - @Alvcasanova
Crítica para www.cinemaldito.com (@CineMaldito)
Kasanovic
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7
3 de octubre de 2016
8 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si algo nos ha quedado claro del cine de John Carney es que el irlandés ama la música de una manera incondicional. Lo demostró en Once y Begin Again, sus dos películas más conocidas hasta el momento y que compartían fuertes vínculos en su temática, planteamiento y estilo, lo que hizo inequívoco el sello de Carney por más que ambos trabajos acabaran discrepando en la evolución de sus argumentos (siendo bastante más optimista la rodada en EEUU).

Sing Street es un nuevo intento del cineasta por continuar esta vía cinematográfica. Esta vez el título es de lo más explícito posible, puesto que prolonga una idea ya expresada en sus anteriores films: la música pura y espontánea, la música por arte y no por oficio, la música en el sentido más romántico, en definitiva, la música de la calle. Desde el principio se nota que este no va a ser el único punto en común con las mencionadas obras (y con otras de su filmografía como Viviendo al límite), ya que el gusto por los personajes marginales sigue estando intacto. En este caso, el protagonista es Connor, un adolescente que en medio de la crisis irlandesa de los 80, de las discusiones paternas y de los amenazantes compañeros de su nuevo instituto recurre a la música para escaparse de todos estos problemas. Y lo hace partiendo de una firme intención: conquistar a Raphina, una apuesta mujer aspirante a modelo a la que convence para salir en los videoclips de su nuevo grupo musical, que comparte título con el de esta película.

Es innegable que Sing Street mantiene los mismos postulados buenrollistas que ya caracterizaron principalmente a Begin Again, por mucho que esta vez los combine con varias lecturas menos optimistas sobre el presente y futuro de la sociedad irlandesa en la línea del argumento de Once. Y no es menos evidente que una de las razones que impulsa esta razón es el constante hilo musical de la cinta, que nuevamente alterna temazos de la época (hitos de The Jam, Duran Duran o The Cure, entre otros) con varias canciones escritas por el director y varios de sus colaboradores para ser estrenadas con la película. Estas, además de prestar un uso diegético y tener un sentido argumental, hacen gala de un curioso gancho que provocará que a más de un espectador se le vayan los pies detrás de la música. Drive It Like You Stole It o The Riddle of the Model son composiciones que ayudan a crear una buena onda que ya es “marca Carney”.

Otra cuestión a rescatar de Sing Street es el ya mencionado gusto del director por los personajes a priori deslavazados y casi apartados de la sociedad. De nuevo, es la protagonista femenina la que goza de mayor gancho, la que posee un papel escrito con mayor perspicacia. Raphina es el eje de la obra, como ya lo fue la Gretta interpretada por Keira Knightley en Begin Again o la Markéta Irglová de Once. Aunque algunas situaciones que atañen a los personajes también recuerdan ligeramente a estas obras, la historia de Connor, Raphina y compañía tiene suficiente alma propia como para reivindicarse por sí misma y convertirse en una de las mejores que ha escrito este cineasta.

Sing Street funciona a pesar de que en muchos momentos despida un claro tufillo a déja vu. Si Carney no se manejara tan bien en este terreno, diríamos que la formula comienza a agotarse. Pero la realidad es que el guión de esta película es el que presenta una construcción más certera, el que mejor juega con las situaciones y el que menos empalagosa resulta al manejar las escenas románticas. Si no existieran precedentes, diríamos que se trata de un ejercicio sobresaliente. Pero que tampoco nos nuble el rechazo a lo no original: un chute de buen rollo siempre es bienvenido. Y de eso, Sing Street va sobrada.


Álvaro Casanova - @Alvcasanova
Crítica para www.cinemaldito.com (@CineMaldito)
Kasanovic
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