A veces todos ansiamos algo y no sabemos qué. Tristana en esta adaptación buñueliana de Benito Pérez Galdós, ansía su libertad y va a por ella. La vida a veces se pone por delante y le hace retroceder al lugar que consideró cárcel en el que era presa del deseo de Don Lope, libertino agasajador que cree en un amor libre sin ataduras.

La evolución del personaje de Tristana a lo largo de la histora es caramelo en boca para cualquier intérprete, de inocente a mala y de bella a lisiada, abstrae esas leyes inexplicables por la que se rige la existencia, que siempre más tarde o más temprano nos gana la partida.

Por eso Don Lope (Rey), en la antesala de su muerte se rodea de curas y se rinde ante lo que que reniega durante la mayor parte de su vida. Otro trayecto vital inconmensurable. Otro personaje aplastante.

Los actores superiores, otra casta que con sólo aparecer en la pantalla ya centran las miradas en ellos, por su trayectoria, prestancia y capacidad para desarrollar un subtexto latente.

Buñuel no nos traiciona, como siempre su imaginación en alza, en su mejor momento donde la narración y el surrealismo llegan a ensamblarse como piezas de ingenieria. Funciona y no sabemos porqué. La escena en la que Tristana (Catherine Deneuve) come migas con el campanero y su posterior visita al campanario pasa, a mi modo de ver y valga la redundancia, a ser una de las mejores escenas de la historia del cine.

El posible inicio de una relación que seguramente por la química y la atracción que despiertan sus protagonistas, seguirá hacia delante por la voluntad ferrea de quien ama y respeta de verdad.
La sensibilidad y la delicadeza son palabras que encajan a la perfección en esta historia de chico conoce a chico durante un fin de semana, tiempo que es suficiente para crear un pequeño mundo donde se da cabida a miedos, traumas, reivindicaciones y sobre todo la toma de conciencia del otro. Esa falta de egoismo podría parecer irreal pero no lo es por el buen hacer de un equipo y actores que nos ofrecen una historia muy propia del momento de la realidad homosexual en el 2011, a medio camino entre la aceptación social y la posibilidad de dar un paso atrás que merme los avances del colectivo.

No podía ser mejor, Polanski, Nicholson y Dunaway. Vaya tres. Y un guión estupendo. De esos de los que siempre se ponen como ejemplo en manuales y cursos de escritura de guión. Una coctelera que se agita al ritmo de Mr Gittes (Nicholson) cuando se encuentra con una Femme Fatale ( Dunaway) que no es lo que parece, sino mucho más. Y una ciudad que en su torrente seco destila secretos y más secretos que se solapan unos a otros hasta llegar al factor humano y sus debilidades que hacen de esta película una delicia cinematográfica.

La perfección llevada a cabo por una muy bien pensada historia a la que no le sobra nada. Cine negro para unos y puro cine para otros.

Hay muchas formas de actuar frente a la cámara. Después de ver la peli y sus numerosos primeros planos, perfiles y reacciones del protagonista que tendían a lo hierático y pausado, se me vino a la cabeza Catherine Deneuve, en Belle de Jour. Me sorprendió la comparación y el haber encontrado un equivalente masculino al célebre personaje.

Supongo que de esta manera no hago más que alabar la actuación de Gosling, pues como todo sabemos en el cine con poco se dice mucho, y el actor con lo suficiente nos cuenta más de lo que podemos esperar de un tío que conduce coches para atracos, en el que la violencia tiene un lugar importante en su vida.

La excesivamente cuidada imagen es en algunos momentos contraproducente a la historia y el propio género de acción. La concepción del tiempo quizás un tanto barroca, pero estas se suman perfectamente al estado mental del protagonista cuando convergen en un cúmulo de golpes violentos que nos hace vislumbrar al ser humano que hay detrás de esa cazadora con el escopión. No sé quién la diseñó, pero como la "Trench" de La Deneuve diseñada por YSL en Belle de Jour, pasará a tener su pequeño lugar en la historia de la estética cinematográfica.

En la vida se recorren mucho caminos, y el dolor es siempre uno de ellos pues a través de él podemos experimentar el placer, cuando por ejemplo el dolor remite o también dentro del mismo dolor en un ápice intenso de vida. Si pienso, existo. Si sufro también.

El personaje de la pianista sufre hasta la extenuación por una profunda represión familiar y profesional que no le permite ir más allá de la ventana donde mira. Cuando cae la noche orinar en un espacio público lleno de adolescentes le acerca al aire que respira, al igual que a su propia carne con una cuchilla de afeitar. Su viaje es intensto, vital.

Haneke y una brillante Isabelle Huppert nos cuentan la historia de una mujer que vive como sabe y como puede porque su cuerpo y retorcida mente no le pide otra cosa. Es uno de los personajes más completos en la historia del cine porque abarca más de lo que se puede esperar. Desde una niña perdida hasta la peor de las profesoras que uno quisiera tener.

La maestría de Haneke consiste en hacernos respirar cuando la protagonista se regodea en lo más profundo del dolor, en el barro, en el agua sucia. En aquello donde también puede haber experiencia.