La idea en la que se basa Pontypool es de lo más original y resulta curioso que nadie (eso al menos entiendo yo) la haya desarrollado antes: una película de zombies sin zombies, donde el terror supone saberlos allí afuera, apenas detrás de una puerta y en medio de una nevada que cae sobre el pueblo.
Ambientada en un estudio de radio, el conductor de un progrma y su productora cuentan solo con su imaginación para intenar darle forma y comprender lo que está ocurriendo allí afuera y que les llega en forma fragmentada a través de algunas llamadas telefónicas. Hasta acá todo bien, es más hay algunos diálogos totalmente absurdos que aportan mayor intriga aún y le hacen subir a la película algún nuevo escalón.
Estudié Comunicación Social por lo que la historia de un lenguaje infectado (no diré más para evitar detalles a quienes aún no han visto la cinta) me parece de lo más original, pero evidentemente una cosa es tener la idea y otra, ditinta, lograr resolverlo en la pantalla. Digo esto porque Pontypool podría haber quedado instalada en el podio de la originalidad dentro del cine de terror, pero termina desbarrancando muy mal cuando los guinistas, sin saber cómo hacerlo, buscan cerrar una historia que les terminó quedando grande.
De todos modos, la película tiene algunos aciertos que justifican sentarse frente a la pantalla, aunque eso sí, siempre que no haya un mejor plan para la noche.

Deje caer la lluvia sobre una ciudad (Buenos Aires en este caso) y busque, en medio de esas calles mojadas, una historia. Paula Hernández, la directora de esta película encuentra una de dos que se conocen y que, de a poco, se van contando sus vidas. El film es sencillo y al mismo tiempo tiene esa complejidad que requiere el hacer creíble y simple lo que vemos en la pantalla. A Alma (Valeria Bertuccelli) y a Roberto (Ernesto Alterio) les alcanza con contarnos algunas pocas cosas para que queramos saber más de ellos y llegar conocerlos y tal vez comprenderlos.
Lluvia es una cinta de muy buen cine que solo tiene una pretención y es, lo repito, la de contarnos una historia sin pretenciones pero que atrapa hasta el final.

Esta película es una vuelta de tuerca a las historias de vampiros y eso hay que destacarlo y celebrarlo, pero no creo que estemos ante una historia de amor como se ha escrito hasta el cansancio en estas páginas y para que se entienda lo que digo, dejo el resto de dejo mi opinión en el spoiler.
Pero a pesar de la idea y de la la buena fotografía de la película, creo que la historia tiene partes flojas, lo que le quita puntos a mi calificación: la relación de Oskar con sus padres es apenas relatada y lo mismo ocurre con el resto del vecindario, los chicos malos de la escuela incluidos, a quienes apenas llegamos a conocer.
En fin, una muy buena idea que podría haber sido mejor relatada.

Entre las diversas críticas realizadas a esta película del polaco Krzysztof Kieslowski, he leído algunas que sostienen que el film encarna un "alegato contra la pena de muerte", y a decir verdad, no creo que haya nada de eso. La película nos muestra a tres personajes: un taxista (a la postre víctima de homicidio), un joven pueblerino atormentado (el asesino) y un abogado apenas recibido, que será el encargado de la defensa del criminal; pero la película es precisamente eso: la historia de un brutal crimen y la respuesta, no menos brutal, del estado. Todo esto, sin embargo, no quiere decir que la cinta tome una postura contraria a la pena de muerte (al menos yo no le veo así), porque nada allí da la sensación de que el director así lo quiera. En realidad, si recordamos la larga (casi interminable) secuencia del asesinato junto a las vías del tren, podríamos asegurar, incluso, que Kieslowski quería justificar que aquel muchacho desquiciado terminara efectivamente colgando de una horca. De otro modo, posiblemente el director habría tomado mayores precauciones a la hora de filmar el crimen y no habría sido tan 'encantadoramente' explícito, o tal vez hubiese profundizado en el pasado del homicida para intentar justificar mejor sus actos, más allá de la breve (e inútil) defensa que él mismo homicida hace al recordar a su hermana muerta en un accidente y que sería el disparador de sus tormentos.
Por último, me gustaría destacar a Jacek, el personaje principal, el campesino alineado que llega a la ciudad, la Varsovia de finales de los 80, para terminar convertido en asesino.

A fines de los años 80 fue cuando vi por primera vez esta película de nombre largo y verbo en gerundio. Recuerdo que en aquella época, la cinta causaba gran sensación entre el público, más que nada porque su argumento apelaba a un género poco explorado en la Argentina, como lo es el de la ciencia ficción. La película no me defraudó entonces y tampoco lo hizo ahora, 20 años después.
El doctor Julio Denis (interpretado por un joven Lorenzo Quinteros) es un hombre decepcionado de su vida, de su profesión y del neurosiquiátrico donde trabaja cada día. Una mañana, en medio de su rutina diaria llena de locos y depresivos, conoce a Rantés (Hugo Soto), quien salido de la nada llega para anunciar que viene de otro planeta. ¿Aquello será verdad? Claro que no es la primera respuesta; no debiera serlo porque no hay razonamiento lógico que lleve a sostener semejante idea. Y sin embargo surgirán las dudas.
Años después, Hollywood filmó K-Pax y aquello no fue sino una burda copia de la original, la obra de Subiela.