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Críticas de Strhoeimniano
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Críticas 110
Críticas ordenadas por utilidad
8
21 de diciembre de 2012
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
El gran valor a destacar de esta película es lo lejos que queda la propuesta que nos ofrece Campusano del discurso habitual que presiden los filmes de temática gay. Aquí no hay buen gusto, ni glamour, ni ambientes cool ni ropa de marca, ni tan siquiera esa socorrida belleza que empapela los fotogramas de este género. Nada de lo habitual os espera en esta historia. El paisaje y paisanaje sobre la que posa su mirada el director argentino es el reverso nunca visto ni mostrado: la periferia, el lumpen y la escoria de la ciudad de Buenos Aires.
Para eso asistimos a la tormentosa relación que se inicia entre Roberto, un joven solitario y abandonado, y Raúl, un violento cuarentón y miserable buscavidas. Desde el primer momento, la abyección es la sutura que cose la convivencia, y nada de lo que ocurrirá posteriormente hará que este espacio de horror varíe. De hecho, el amor o el romance, pese al titulo, está totalmente despejado de esta ecuación tortuosa, y cuando osa aparecer pronto es expulsado. Por ejemplo, el único punto de luz que muestra la historia: el enamoramiento de un joven español hacia Roberto, será pronto abortado tanto por este como por Raúl. Así, la violencia es la única respuesta que conocen todos los personajes de esta película y el motor que marca el destino de cada uno de ellos. Conviene aclarar que este comportamiento no surge sólo como respuesta al entorno, sino que es el resultado de esa falta de amor que los hace ser juguetes rotos camino de la destrucción. El mérito de Campusano es ofrecer todo este horror desde la crudeza. Una crudeza limpia, en la que lo mostrado no pasa por juicio alguno hacia los personajes o situaciones, dejando que sea el espectador el que tome sus decisiones. A esto ayuda bastante el reparto escogido. Ninguno perteneciente a ese star system argentino, lo que hace que la autenticidad que muestre sea mucho mayor. Así entre la pareja protagonista (Óscar Génova y Nahuén Zapata) no hay química alguna, pero sí una física que crea un ambiente malsano a lo largo de toda la proyección y que habla del espectacular trabajo que ambos realizan. El resto del reparto igual de maravilloso. No hay actuación, en el sentido de una representación realizada siguiendo un propósito, sino que cada uno de los actores y actrices parecen sacados del mismo arrabal por el que transita la historia, hasta el punto de lograr ser los personajes, algo bastante difícil de conseguir en mi opinión y que habla de la perfecta dirección de actores que consigue Campusano. Resumiendo: una película a descubrir, que navega a contracorriente y sale airosa sin ahogarse.
Strhoeimniano
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10
9 de septiembre de 2005
8 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Primera presentación de ese universo lírico con tintes góticos tan propio de su autor. La historia es un cuento de navidad; pero como todo cuento que se precie, al lado de esa dulce ternura que conquista nuestros corazones se encuentra también la inevitable crueldad que hace de la especie humana ese ser mísero en el que nos hemos convertido. Coherente con sus primeros trabajos (los cortometrajes “Vincent” y “Frankenweenie”), Burton nos presenta un monstruo, una criatura surgida de la creación de un amable inventor (V. Price en su última película y aquí claramente homenajeado) que nos es mostrada en una serie de preciosos flashbacks. Esa isla de belleza sufre un día el desembarco (¡Avon llama!) de una vecina de unas casas que firmaría la mismísima “Barbie”.. A lo largo de la película, Burton incidirá en cada una de las secuencias en subrayar que la monstruosidad no anida en el corazón de un alma pura como la de Eduardo, sino en esa galería de personajes que adornan , tras sus fachadas pastel, un mundo egoísta, donde la violencia no tarda en escoltar todos sus actos. El acierto de Burton no es seguir esa estela disneyniana de que la “belleza reside en el interior”, sino en mostrar su anverso y llevarnos, de la mano de un humor en ocasiones negro, a esa antesala que todos guardamos en el interior en perpetua oscuridad.
Lo bueno de esta película es su sentido visual. Tiene un diseño de producción cuidado, que hace contrastar los dos mundos que presenta retratándolos perfectamente. Es una delicia ver la mansión de Eduardo, un decorado gótico pero lleno de armonía. La espléndida banda sonora de D. Elfman acentúa el lirismo que alcanza esta película.
Un punto y aparte es el reparto. Es el primer monstruo que Burton le ofrece a J. Depp (quizá el más emblemático de los que hasta ahora le ha ofrecido), y éste logra una actuación sobresaliente, sin casi líneas de diálogo, todo establecido con una mirada que surge directamente de su corazón. A su lado, D. Wiest, esa vendedora de Avon que encuentra en su trabajo el refugio para esa bondad desinteresada que la aparta del mundo. Hay que citar también a la desaforada Kathy Baker, aquí hecha una señora hembra devoradora que no le importa repetir la unión, aunque sin tanta magia, de “la bella y la bestia” (la bestia por supuesto es ella, no el “monstruo”).
“Eduardo Manostijeras” es un clásico, una de esas películas que uno visiona una y otra vez y a la que no puede permanecer indiferente, pues siempre ataca directamente al corazón.
Strhoeimniano
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7
10 de junio de 2014
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desde 1933 hasta que el presidente Barack Obama la derogó en el año 2011, imperó en las fuerzas armadas estadounidenses la política “Don't ask, don't tell.” Esta ley prohibía a cualquier persona homosexual o bisexual desvelar su orientación sexual o incluso hablar de cualquier relación homosexual mientras estuviese sirviendo en el ejército; eso por lo que se refiere a “no decir,” sobre la parte de “no preguntar” impedía a los superiores jerárquicos emprender cualquier indagación o investigación mientras no se exhibiese el comportamiento prohibido. Esta política, que guió durante siete décadas la moral del ejército estadounidense y cuyos efectos aún se dejan sentir pese a la derogación, suponía una feroz caza de brujas que expulsaba sin honores a estas personas. “Burning Blue,” la ópera prima de D.M.W. Greer, que también coescribe y produce, se acerca a este soterrado drama vivido en el más absoluto silencio por un número indeterminado de víctimas (las cifras oficiales solo recogen aquellos soldados que solicitaron defensa legal; la mayoría abandonaban el ejército ocultando los motivos de su licencia por lo que no entraban en esta estadística).
La historia que nos cuenta es la de dos pilotos de la Marina, Daniel (Trent Ford) y William (Morgan Spector), que se están preparando a bordo de un portaviones para llegar a ser en su momento astronautas. En una de las prácticas sufren un accidente. Este hecho propicia que llegue un agente del Gobierno que investigará la raíz de estos incidentes con el ánimo de prevenirlos. En el curso de sus investigaciones todo cambia de modo abrupto cuando, casi por casualidad, un marinero informa haber visto a dos de sus compañeros en un club gay neoyorquino. A partir de ese momento, estos hombres, y parte de sus compañeros, se convierten en objeto de una caza que se irá enredando cada vez más. Celos, engaños, amistad, amor y honor… cambiarán para siempre
Greer nos ofrece una historia que le permite radiografiar qué suponía esta ley en la práctica a cada una de las personas. Así, por ejemplo, la camaradería de Daniel y William es absoluta, respondiendo a ese patrón que tan bien relatara Tom Wolfe en “Lo que hay que tener,” es decir: pilotos con destreza (están entre los mejores de su promoción), orgullo (pertenecen a esta casta por tradición familiar) y unos cojones así de grandes de lo sobrados que van en valor. Pero esa fraternidad que los lleva a compartir todo el tiempo (se preocupan el uno del otro, salen juntos con sus novias, hacen planes…), desde la óptica que elige Greer no queda del todo claro si esta es fruto de la camaradería o un sucedáneo que el amor crea como consuelo (como todo lo oculto, las miradas dicen más que las palabras). Pero en esta unión indisoluble, aterriza un tercero: Matthew (Rob Mayes). Responde al mismo patrón, es uno más; pero es otro cuando él y Daniel profundizan en su relación lo que llevará a cada uno de los personajes a mover pieza en un ambiente que sabe de valor pero no de valores.
Aunque en ocasiones, supongo que por ser su primera película, la escritura del guión es confusa (la relación entre Matthew & Daniel es muy difusa, se hurtan datos que posteriormente tienen importancia), lo que realmente salva la película de la catástrofe es la actuación del reparto. Sobresale Trent Ford realizando un personaje que logra expresar todo su naufragio sin acudir a grandes tretas, con una mirada limpia y serena que revela todas sus zozobras y también la solidez de las determinaciones que tomará. Otro tanto ocurre con Rob Mayes. La química entre ellos es de esas que se palpa, que deja buen sabor de boca. Y cerrando el trío, Morgan Spector. Interpreta al personaje más complejo, ese que guarda en su interior todo un armario lleno de miedos, y en cualquiera de los roles está soberbio, tanto cuando muestra sus fortalezas como cuando descubre sus debilidades.
Es cierto que “Burning Blue” no es una película redonda, pero es la mejor muestra hasta ahora de la infamia que sacudió al ejército de EE.UU hasta ayer.
Strhoeimniano
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10
13 de junio de 2013
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Empecemos diciendo lo más tópico: “La jungla de asfalto” es una obra CUMBRE, fundacional del cine de género negro. Su sombra alargada se proyecta nitidamente en muchas de las obras posteriores (Pensemos en “Atraco Perfecto,” de Kubrick; “Grupo Salvaje,” de Peckinpah; “Rufufú,” de Monicelli; “Tarde de Perros,” de Lumet; o hasta “Nueve Reinas,” de Bielinski; como vemos su palpitar se deja sentir en muchos géneros) que siguieron a este relato de un fracaso. La película es una adaptación de la novela homónima de W.R. Burnet, autor de obras clásicas del género como: “El último refugio,” y también guionista habitual (los diálogos de “Scarface, el terror del hampa” son suyos) de la industria del cine y la televisión.
Como sabemos, la película narra el meticuloso atraco a una joyería por una banda de delincuentes. Un relato como este era una auténtica provocación, sobre todo si tenemos en cuenta que estaba en vigor, y vigoroso, el Código Hays, por lo que cualquier glorificación de unos marginales, como son estos pobres perdedores, era impensable; a esto sumamos que esta película es una producción de la conservadora y familiar “Metro-Goldwyn-Mayer,” por lo que Huston no lo tuvo nada fácil para realizar una película tan demoledora. En sus memorias, “A libro abierto,” cuenta como tuvo que sortear numerosos conflictos con la censura (hecho que reconoce que, aunque mejoró su película, no lo recomienda); y para eso, tenía que ser sutil como una caricia.
Lo primero a decir de esta película es que es una película negra, muy negra. Su pintura de la sociedad es sombría. Por ejemplo: la policía es igual de corrupta, o más, que los delincuentes, o como dice un personaje de la película: “Nunca te fíes de un policía... siempre puede volver al lado de la ley.” Como vemos, no se puede ser más cínico. Pero como obra maestra que es, Huston, consigue múltiples lecturas en torno a este atraco. La película se detiene bastante en la elaboración del atraco, en toda su planificación. A tal punto llega esta atención, que esta banda de “gansters” puede ser observada como una sociedad, una corporación (como Bankia o Novacaixagalicia mismo; si en vez de atracar a una joyería, Huston se decidiera por narrar cómo se atraca a un país), que está preparando el gran golpe, o el “gran negocio.” Ese paralelismo entre delincuentes y hombres de negocios es más que evidente a lo largo de la película, como muy bien ilustra el abogado Emmerich (Louis Calhern) cuando dice: “El delito no es más que uno de los aspectos de la lucha por la vida.” Otro aspecto de esta película son sus magníficos diálogos, de una agilidad maravillosa, que retratan perfectamente al personaje hasta situarlo dentro del arquetipo.
La galería de personajes que presenta esta película es conmovedora. De todos sabremos sus circunstancias, sus anhelos, sus secretos; pero están tan magníficamente interpretados que se hacen humanos a fuerza de ser puramente cinematográficos. Sería la primera película de nuestra Marilyn Monroe (por azares del destino esta legendaria actriz, de la que ya se percibe su grandeza y magia con esta breve intervención, también rodaría la última con Huston: “Vidas Rebeldes”); pero el reparto de esta película está GENIAL. Empezando por Sam Jaffe, del que Huston en sus memorias describe como uno de los mejores actores con los que ha trabajado, y la prueba del nueve de esta afirmación. es el personaje de Erwin "Doc" Riedenschneider, un ladrón de fama legendaria, recién salido de la cárcel, al que el actor dota de una humanidad extraordinaria (curioso su final, pues no lo podrá la codicia, sino la lujuria). Por este trabajo estuvo justamente nominado al Óscar. Su mirada llena de inteligencia y compasión, su dicción, su parca gestualidad, todo está en su punto y bien cocinado. Pero podemos coger uno a uno de los actores y actrices del reparto y no pararía de hacer elogios: S. Hayden, como ese matón harto ya del polvo de la ciudad, con la rabia permanente en su mirada por todo lo que le han arrebatado (era granjero y lo expropiaron), lo que hace que contemple el atraco como una reparación. Y qué decir de la espléndida Jean Hagen, esa novia que sabiendo que no tiene el amor de Hayden por esa rabia que habita en su corazón, pero que lo seguirá con una fidelidad canina hacia su redención. Y finalmente, Louis Calhern, que compone un abogado de fronteras difusas, con un fondo tan negro como el de la película. Por supuesto, el final hay que tomarlo como una concesión al Código Hays y a la MGM (Kubrick, en “Atraco Perfecto,” quizá la película más deudora de “La Jungla de Asfalto” compartiendo hasta incluso actor: S. Hayden, subrayó con un final tan absurdo este pago obligado por culpa de la moral que trataban de imponer la industria).
“La Jungla de Asfalto” queda como una muestra más del gran saber que tenía John Huston, y que dejó en este género otras citas ineludibles (“El Halcón Maltes,” “Tener y no tener,” “El honor de los Prizzi,”etc.). Por supuesto, es uno de las mejores muestras de ese universo tan querido por el autor: el de los fracasados, a los que retrata a la altura de los ojos, mostrando una dignidad que para sí quisieran los bien pensantes con los que se cierra la película.
En resumen: Disfruta de un cine en todo su esplendor, de uno de esos maestros que cimentó la leyenda de Hollywood y que con obras como esta y otras tiene un sitio en el Olimpo cinéfilo.
Strhoeimniano
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10
14 de junio de 2013
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Jack Arnold concentró lo mejor y más interesante de su producción, que es bastante prolífica: 83 títulos, en la década de los años 50. En siete años escasos de esa década realizó, nada más y nada menos, que 18 películas. Cuando uno ve una película de este interesante director ( “Tarántula,” o “Llegó del más allá,” por ejemplo) siente que se halla en lo más profundo del modo de vida americano. Sin embargo, pese a esos escenarios tan inequívocamente americanos, el mundo que refleja Arnold pronto deja de ser terrenal. Alienígenas del espacio exterior o gigantescas arañas dotan a este espacio familiar de un mal sombrío y amenazante que te sobrecogerá.
“El increíble hombre menguante,” aparte de ser una de las mejores películas de ciencia ficción de todos los tiempos, es la mejor muestra de esta constante en su obra. El director lleva a la pantalla una novela de Richard Matheson, que realiza aquí uno de sus primeros trabajos como guionista. En si, lleva los preceptos que había planteado en “Tarántula” a un más difícil todavía, pues aquí la amenaza no será el gigantismo, sino la normalidad más cotidiana sólo que contemplada desde una nueva y magistral perspectiva.
La historia es cien por cien, Matheson y responde a esa ley del terror que dice que este llega en el momento en el que lo “extraño” aparece en la normalidad; sólo que aquí el planteamiento es, si cabe, más arriesgado pues lo que resultará ser una amenaza es lo cotidiano, la pura cotidianidad de ese fortín en el que nos parapetamos y llamamos “hogar.” La historia que nos narra es la de Scott que durante una excursión al lago atraviesa una misteriosa niebla. Tiempo después comienza a mermar su tamaño.
Lo magistral es cómo nos muestra el proceso. Por ejemplo, el momento en que se entera de que algo raro sucede es empleando un elemento que en la historia del cine nunca supuso amenaza alguna: el beso. Cuando su mujer comprueba que no tiene que ponerse de puntillas para besarlo, un escalofrío se apodera de nosotros como espectadores. Lo maravilloso de Arnold es que un elemento aparentemente inocuo como ese, se revela como terrorífico. Esta estrategia estará presente a lo largo de toda la película. La mirada de Arnold sobre el terror es asombrosamente moderna, y comparte esta visión con “La parada de los monstruos,” a la que por cierto realiza un sentido homenaje con la amistad de Scott con el enano. Desde esta renovada perspectiva, lo que nos dice Arnold y Matheson es que el terror surge de la mirada, de cómo interpretamos eso que estamos viendo, es decir: no propone un mundo, sino una forma de mirar ese mundo. Pero hasta en eso hay escalas. Al principio de la película, cuando comienza a consultar su “anormalidad,” todo el mundo intenta darle los mismos ánimos que se le dan a un enfermo, hasta su mujer, refiriéndose al anillo de bodas, le dice: “Mientras lo tengas, me tendrás a mí.” Por supuesto, Arnold mostrará, breve tiempo después, como la pérdida del anillo refleja la pérdida de confianza de su entorno, pero también la soledad más absoluta de Scott respecto a la situación que está viviendo.
Pierde un mundo; pero descubre otro. Como decía anteriormente en esta película hay escalas: poco a poco Scott se va percatando de como lo desconocido va surgiendo ante él (De medir, 1'85 pasa a necesitar ayuda para bajar del sofá y a terminar viviendo en una casa de muñecas). El mundo antes tan acogedor lo va expulsando poco a poco. Es curioso como esta expulsión ocurre en el mismo momento en que Scott cambia de actitud ante su situación: pasa de ser pasivo a activo.
Cuando comentaba antes el poder de Jack Arnold para hacer irreales lo espacios más terrenales es en esta película donde encontramos la mejor muestra de su genio: el sótano. Este espacio, al que cae accidentalmente, se revela como un espacio hostil e inhóspito. Ya no tiene sitio (sentido), en el “mundo de arriba” (lo que era su hogar, en definitiva), así que es expulsado al “mundo de abajo” (que para Scott viene a ser como si aterrizara, de repente, en Dantooine, por poner un caso; además a esta expulsión se le añade el suspense de la partida de su mujer). Y ahí, en ese territorio desconocido, solo cuenta con una herramienta: su ingenio.
Respecto al final que la palabra “Dios” figure en ese parlamento, es una imposición de la productora. Ni Arnold ni Matheson querían dar tal pretenciosidad a la historia; pero esta inclusión no logra tumbar la que quizá sea la mejor película que ha tratado el tema de las mutaciones y que tiene más chicha de la que aparenta. Una genialidad de un hombre que brilló con una singularidad única en la ciencia ficción.
Pero terminemos la crítica siendo redundante: OBRA MAESTRA, repito, OBRA MAESTRA.
¿Se me escucha? ¿Se me ve...?
Strhoeimniano
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