Cuando una historia es buena se nota... aunque el resultado al final no sea del todo complaciente. Un buen punto de partida, una correcta forma de presentar los personajes, dar pistas, abrir la imaginación y sobre todo de crear incógnitas... Hasta que las preguntas comienan a ser demasiadas y los momentos de tensión y drama chirrían. Le falta garra, le falta fuerza para que las historias puedan llenar al espectador. Con sus más o sus menos hay buenas interpretaciones: Maribel convence, Daniel empatiza, Velencoso sorprende gratamente... y hasta ahí las alabanzas... Inconclusa en el primer nivel, abierta en un segundo y debatible en general. Claro ejemplo que no sólo de un buen guión se vive...

No busquemos el misterio de lo desconocido, del terror por lo que no vemos más allá... busquemos el terror interior, el de la mente humana, el de los límites de los propios límites. El terror está en nuestro interior, y la serie busca en él para exponer sin cortapisas y de forma tremendamente cruda toda esa incapacidad de controlarnos, esa insuficiencia para desarrollar con la mente lo que el corazón anhela. Asistimos a un compendio de formas sutiles de capacitación de nuestra mente para llevar a cabo con ansias y afán la supervivencia en estado puro. Cómo podemos desmoronar todas las creencias, todas los principios en el límite de las fuerzas, en el acantilado del raciocinio. Expone en sí lo que los más bajos instintos acrecientan en la frontera de la supervivencia. Todo ello aderezado con una fotografía llena de impactante relevancia, que actúa de sigiloso demiurgo moviendo todos y cada uno de los hilos del Sino. Los protagonistas además acrecientan su desarrollo personal a través del confín de sus fuerzas, siempre motivados por esa búsqueda incesante de lo olvidado de nuestro imaginario. Un grupo actoral compacto, compensado y con talento.

Cuando sentimos que las canciones son la historia en sí, vemos que se ha logrado el fin del musical: no darnos cuenta que nos cantan. Tenemos la belleza de unas letras inspiradoras y frescas. Insertadas sin calzador en una estructura fresca e irreverente. Unos personajes que logran hacernos ver al referente pero sin preocuparse de que el detalle sea el fondo. Los logros además crecen con la naturalidad, crudeza y claridad con la que se trata las múltiples, y a veces oscuras, partes de una vida. No todo es oro, no todo es brillo, pero todo forma parte del mito final. Parte del éxito la tiene la química entre sus protagonistas: Taron Egerton y Jamie Bell. Sorprender a un público que tiene claro lo que va a ver es un paso más en la excelencia. Las canciones son el 'late motiv' del ritmo, su acompasado y natural devenir embriagan cada secuencia y transmite cada sentimiento esperado. El colorido es una forma más de resaltar cada excentricidad. Cada recurso estilístico, metafórico o alegórico en la narración añade un extra al espectador. Nos sumergimos en su musicalidad y salimos empapados de ritmo.

Tras esta pequeña e íntima historia se guarda todo un compendio de supervivencia y denuncia. Unas historias que ejemplifican lo que sufrimos y sufrieron durante años. Tras esta tierna y sensible historia personal, Cuaron esconde con belleza unas ideas que transmite con genialidad. Tras esta ensoñación, esta historia íntima, vemos una declaración de intenciones, de defender a unas mujeres que luchan por seguir adelante. Unas mujeres que viven el desamor, las injusticias, el desprecio y el avasallar de sus congéneres. La sutileza de su ornamentación llena de luz la escala de grises expuesta. Esos eternos planos secuencia, ese movimiento continuo de escenas unidas por el nexo de unas protagonistas aúnan una amalgama de sensaciones y sentimientos. Transmite el director toda su experiencia vivida para, paradójicamente, ejemplificar lo que una época vivió.
Las interpretaciones de sus protagonistas añade ese toque entre exótico y veraz que simplifica el argumento. Sus intensas, tenues y etéreas recreaciones de los personajes son una apuesta más por el contenido, no por la importancia del cómo será dicho.

Es una cinta de Asghar Farhadi. Trasnpira todas sus constantes. Pero perdiendo la chispa a la que nos tiene habituados. Una magistral forma de expresar la fragilidad de la sociedad, de lo que la mantiene viva. Nuestras vidas son sutiles y pueden expirar en cualquier momento, tanto a nivel metafórico como físico. Y aquí el directo iraní juega con la combinación de los factores que engrasan todo esa maquinaria. Y funciona muchas veces gracias a sus actores, que tiran de la cinta con su calidad interpretativa. El elenco es envidiable y se nota. Los giros argumentales pueden llegar a chirriar y algunos personajes no logran despegar de la caracterización plana o mal entendida. La ambientación y los diálogos le añaden realismo a una ya de por si creíble historia. Es capaz de extraer la esencia de cierta idiosincrasia ibérica.