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España España · Logroño | Madrid
Críticas de Jorge Pardo
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Críticas 74
Críticas ordenadas por utilidad
7
30 de agosto de 2017
5 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Rodrigo Sorogoyen debe de haber escuchado esa máxima que sentencia aquello de que "Madrid es un pueblo grande". La capital, de algo más de tres millones de habitantes, se ve reducida en 'Que Dios nos perdone' a un microcosmos tan familiar como lejano. Hemos bajado de Sol a Ópera por Arenal; hemos callejeado por los aledaños de la Plaza Mayor; hemos traspasado las puertas majestuosas de edificios sin ascensor, de pasillos interminables y oscuros, de crujiente parquet y techos infinitos. También estuvimos allí, durante el 15-M, tratando de arreglar el mundo, cada uno a su manera. Y tuvimos que esquivar, además, a esos peregrinos, de rostro inocente, pero no tan ingenuos, en los calurosos vagones del metro, e impacientes por ver al Papa.

Desconocemos, no obstante, qué es lo que esconde cada rincón de una urbe tan particular. Esa ciudad zigzagueante, lejos de nuestra zona de confort. De aceras sucias y suelos meados. De bloques bajos, viviendas interiores y bajos herrumbrosos. Del mercurio atosigante, que azota sus esquinas de mayo a octubre, y de ventilador. Del olor a especias, a comida. De contenedores pestilentes y bordillos polvorientos. Madrid, tradicional y (no tan) moderna.

En esa atmósfera escriben Isabel Peña y Sorogoyen su 'Se7en' particular y actualizan la figura del asesino en serie. Una suerte de Mataviejas que se enfrenta a su pasado y su presente, acuciado por la crisis económica, y no tan distinto a sus antagonistas (porque todos lo son, sí). Impecable y trágica. La mejor película de la pasada edición de los Goya.
Jorge Pardo
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7
30 de diciembre de 2019
2 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
A nadie se le escapan las bondades de los 60 y todo lo que envolvió aquella época. La década del Summer of Love, Woodstock, la (contra)cultura hippie, su música y una industria cinematográfica a punto de reinventarse –y que se asomaba a aquello que después se llamó New Hollywood– suponen alicientes nada despreciables que han servido para llegar a mitificar uno de los períodos de la historia moderna más excitantes y que, sin embargo, también tuvo sus (muchos) grises.

Tarantino, que es cultura pop en sí mismo, toma todo aquello y decide escribir su particular carta de amor, olvidándose de lo malo, no solo redibujando el relato –qué mejor que el celuloide para inventar, divagar o soñar–, sino haciendo cine sobre cine. Que no cine dentro del cine. El juego de espejos, con actores y actrices saliendo de los sets, (re)interpretándose e, incluso, disfrutando de sí mismos –la meta escena con Margot Robbie/Sharon Tate durante una proyección– hacen que el punto de vista vaya y venga a su antojo. En cierta medida, 'Once Upon a Time... in Hollywood' recuerda a ese juego de perspectivas y de hacernos partícipes que Hitchcock proponía en 'Rear Window'.

Porque si alguien sabe, ciertamente, la ventana que resulta el séptimo arte, ese es Tarantino, pozo de sabiduría cinematográfico que, sin olvidar sus señas de identidad, reinventa, por enésima vez, un formato que, parece –ya en el ocaso de su carrera–, se le sigue quedando pequeño.
Jorge Pardo
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10
21 de abril de 2020
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Más imperfecta que su otra gran obra maestra, 'Annie Hall', y quizás, también, más superficial –al menos en fondo–, aquí parece como si Woody Allen no estuviera tan interesado en presentar y desarrollar a unos personajes –que vienen y van en la enormidad de la Gran Manzana, donde sus problemas se diluyen en el trajín de la capital del mundo–, sino en transmitir un sentimiento a través de la ciudad que ama. Porque esta película se asimila a un estado de ánimo, es inestable como todo lo que corresponde a lo intangible. Ni siquiera su final es redondo y, probablemente, la película debería irse a negro cuando el propio cineasta –una vez más, por medio de su álter ego– enumera las cosas por las que merece la pena vivir. Como 'Manhattan'.
Jorge Pardo
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6
16 de diciembre de 2021
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El amor y la nostalgia son dos de los temas recurrentes sobre los que Wes Anderson ha ido cimentando una obra que, quizá desde 'The Grand Hotel Budapest', ha ido dejando de lado la familia y otros ámbitos más intimistas para lanzarse, en una maniobra bastante ambiciosa, a contar el siglo XX a partir de anécdotas y ambientes muy determinados. Y en 'The French Dispatch', que no deja de ser su enésima 'matrioska' cinematográfica, el cineasta elige el periodismo –qué si no– para mostrar cómo hemos llegado hasta aquí.

Pero Anderson, cuya admiración por lo 'vintage' queda de manifiesto en cualquiera de sus obras, propone la crónica más añeja, pausada y minuciosa –inherente al oficio–, en detrimento de la inmediatez actual, traducida en eso que se ha llamado "dictadura del clic", para, en pequeños fragmentos, tratar de explicar desde la creación (y burbuja) artística hasta la importancia de la cultura culinaria, pasando por la mitificación de aquellos (no tan) héroes y sus pequeñas revoluciones.

Por el camino, claro, da tiempo de satirizar aspectos no tan lejanos como la gentrificación –ya en 'Isle of Dogs' abordó temáticas más actuales, como el ecologismo–, siempre, eso sí, con el estilo inconfundible de un cineasta que aquí pone en práctica una pirueta aún más difícil. Con su característico 'horror vacui', Anderson alcanza cotas de barroquismo nunca antes vistas en alguna de sus películas, medidas, por supuesto, al detalle. O, como los periodistas del 'Liberty, Kansas Evening Sun', escritas despacio y con buena letra.
Jorge Pardo
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