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España España · Valencia
Críticas de Carorpar
Críticas 1,107
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
9
1 de noviembre de 2023
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Qué mejor plan para la noche de Halloween que revisitar «El exorcista»? La madre del moderno cine de terror cumple cincuenta años tan fresca como en la fecha de su estreno y bastante más que la mayoría de sus herederas e imitadoras. Efectivamente, en 1973 un William Friedkin en plena forma —venía de rodar «French Connection. Contra el imperio de la droga» («The French Connection», 1971)— adaptó la novela homónima de William Peter Blatty —quien también la produjo y escribió el oscarizado guion— y nada volvió a ser lo mismo en el subgénero.
Tal como suele suceder con cualquier obra maestra, «El exorcista» alumbra una serie de motivos que han pasado a formar parte indeleble del imaginario cinematográfico colectivo al tiempo que —la deriva posterior de los films de posesiones diabólicas así lo atestigua— agota todas las posibilidades de dichos tropos. No creo que haya nadie a quien no le suene siquiera la escena de la llegada del padre Merrin a la casa de los MacNeil, recortado al contraluz de la farola en mitad de la niebla. O que no haya escuchado —e imitado— alguna vez los celebérrimos exabruptos de la niña: «¿Has visto lo que ha hecho la cochina de tu hija?», «¡La cerda es mía!», etc.
Todo en «El exorcista» funciona con la precisión de un reloj suizo de alta gama, desde la ambientación en una Georgetown gris y otoñal hasta la minuciosa construcción del suspense, sofocante «crescendo» en el que Friedkin —y Blatty— van dejando caer miguitas de un horror inaceptable —por incomprensible, en tanto irracional, o acientífico— para sus cosmopolitas protagonistas, con esa apoteosis final, antológica recreación, plena de moco y sonoras blasfemias, del polémico ritual católico para la expulsión de los demonios.
Mención aparte merecen unas interpretaciones de inusitada intensidad —por cierto que los métodos de Friedkin (petardos sin aviso, temperaturas gélidas en el set) para lograrla no se antojan particularmente éticos—, entre las que destaca la de Linda Blair, inolvidable en el papel, controvertido como poco, de la posesa Regan MacNeil. Si bien conviene aclarar que fue la veterana actriz Mercedes McCambridge quien le prestó su voz en los bizarros pasajes en que por su boca habla el maléfico Pazuzu.
En suma, una maravilla desde cualquier punto de vista que se analice. Posiblemente se trate de la mejor película de terror de la historia, y sin duda es la más influyente. Lástima —insisto— que muy pocas, no sólo de sus secuelas —ya en forma de largometraje, ya de serie de televisión—, sino de la infinidad de cintas de temática similar, le lleguen a la suela del zapato.
Carorpar
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5
29 de octubre de 2023
0 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mucho me temo que a «Carrie», icono del género y obra de culto, no le ha sentado demasiado bien el paso del tiempo, o no tan bien como a cintas coetáneas y de similar pelaje, caso, por ejemplo, de «El exorcista» («The Exorcist», 1973).
La temprana puesta en imágenes de la primera novela de Stephen King corre a cargo de un Brian De Palma que, pese a su juventud, venía pisando fuerte, especialmente merced a la hitchcockiana «Hermanas» («Sisters», 1972). Al realizador de Newark no se le puede negar el talento para la construcción de atmósferas sofocantes; sin embargo, tal como apuntaba al comienzo de estas líneas, todo en la película que nos ocupa ha envejecido regular.
Visualmente, el gusto por el «sfumatto» y el contrastadísimo pantone denotan una fotografía en excesiva deuda con el «giallo». El tempo cinematográfico, contra lo que habría cabido esperar de la exuberante imaginería, se antoja un tanto plano durante buena parte de su metraje. Sólo al desenlace —bizarro, lisérgico, desopilante—, con un montaje sincopado y la pantalla partida marca de la casa, alcanza De Palma a darle a «Carrie» la tensión que demandaba la alucinada historia.
En cuanto a las interpretaciones, en su mayoría carecen de los matices deseables en una historia que aspira a trascender la serie B a que solían estar relegados los films de terror. Por poner un ejemplo, el (casi) debutante John Travolta parece un chiste de sí mismo «avant la lettre». Lo mismo puede predicarse de una Sissy Spacek que siempre me da la sensación de estar más drogada que una mula de Tijuana.
En suma, «Carrie» huele a Ducados, Brummel y laca Nelly; pero sin el encanto retro que a ello se le supone. Puedes sentir el escay pegársete a las corvas y precisamente ahí, en arrancarte la pelambrera de los muslos, radica en gran medida cualquier atisbo de inquietud a que invita hoy esta película.
Carorpar
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8
27 de octubre de 2023
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La primera entrega de la longeva y nutridísima saga —casi una franquicia, de hecho— prueba dos cosas. La primera, que los adolescentes de hace nueve lustros —audiencia potencial de títulos como el que nos ocupa— se antojan bastante más inteligentes que el espectador medio de nuestros días. Porque el «slasher», devenido hoy acumulación de asesinatos al buen tuntún, presentaba entonces un minucioso «crescendo», un andamiaje argumental perfectamente estructurado —diríase geométrico—, culminado en el consabido baño de sangre.
La segunda, y entroncada directamente con lo antedicho, que John Carpenter es un cineasta de muchos quilates. Con sobresaliente sentido del suspense —hitchcockiano incluso, si se me permite la osadía— y un magistral manejo del contrapicado y el plano subjetivo, el realizador de Carthage dignifica la serie B —visualmente el maridaje entre clasicismo y modernidad resulta impecable, únicamente el sonido delata la barata factura— y nos tiene con el corazón en un puño durante los noventa minutos de su compacto metraje —no sobra ni falta un fotograma—. Tal como acostumbra, el propio Carpenter firma el inquietante «score», redondeando un trabajo que trasciende los límites de lo cinematográfico para rayar en lo renacentista.
«La noche de Halloween» no sólo alumbra un subgénero rabiosamente popular durante las décadas subsiguientes, sino que se erige en una de sus obras maestras, inaugurando y agotando a un tiempo todos sus tropos y posibilidades. Así, las víctimas del asesino en serie suelen ser jovencitas cuya lubricidad recibe el inmediato e implacable castigo de un rotundo cuchillo jamonero. Sólo quien acredite una virtud sin tacha tiene visos de supervivencia. Por su parte, el matarife enmascarado parece a prueba de puñaladas ajenas, tiros a quemarropa y defenestraciones varias. Tan asombrosa resistencia desafía cualquier lógica anatómico-forense, pero abre una lucrativa ventana de oportunidad para un final abierto a una segunda parte... y las que se tercien.
Carorpar
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6
22 de octubre de 2023
18 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si les recomiendo esta «Cosecha oscura» como una mezcla loquísima y petarda de «Grease» (ídem, 1978), la saga «Jeepers Creepers» (ídem, 2001, 2003, 2017 y 2022, respectivamente) y la franquicia «The Purge» (ídem, 2013-2021; de momento), seguramente levanten la ceja con justificada suspicacia. Y, sin embargo, el insólito cóctel funciona.
En efecto, salvando ciertas lagunas argumentales —por otra parte en absoluto inhabituales en el subgénero—, «Cosecha oscura» constituye un divertimento rabiosamente entretenido, con su puntito de comedia «teen», gore para todos los públicos, retro-distopía, nocturnidad, alevosía y un géiser de sangre que nos retrotrae a un icono generacional de la talla de «Pesadilla en Elm Street» («A Nightmare on Elm Street», 1984). Perfecta, vaya, para las fechas pre-Halloween en que andamos.
Jalonan la irregular filmografía de David Slade títulos tan sugestivos como «30 días de oscuridad» («30 Days of Night», 2007) y la turbadora «Hard Candy» (ídem, 2005), así como su participación en «Black Mirror» (ídem, 2011-Actualidad), si bien en algunos de sus episodios menos logrados. Aquí entrega un alegato en favor de la serie B, resucitada en tanto fondo de armario para las plataformas de contenidos y en numerosas ocasiones —ésta lo es— bastante más interesante que sus buques insignia. Pero que las escasas pretensiones de sus responsables no nos lleven a engaño: los valores de producción resultan impecables. Incluso la combinación de efectos digitales y prótesis de látex que se adivina en el monstruo se deja ver sin sonrojo.
En cuanto a su joven reparto, Casey Likes quiere parecerse a Johnny Depp, pero —no sé si por suerte o por desgracia, para él, su carrera futura y para el común de los espectadores— a quien recuerda es al implosivo Casey Affleck. En cualquier caso, a su malote de buen corazón le roba todos y cada uno de los planos compartidos una Emyri Crutchfield de indescifrable nombre de pila y refulgente sonrisa a la que conviene seguir la pista de cerca.
Carorpar
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7
21 de octubre de 2023
13 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me alegra poder decir —por fin— que me he reconciliado con Mike Flanagan, tras una racha de soberanas decepciones culminada por la bochornosa «El club de la medianoche» («The Midnight Club», 2022), de cuyo tercer episodio no pude pasar. Y eso que no le auguraba un futuro nada halagüeño a esta «La caída de la casa Usher», toda vez que, apenas empezada, tuve la desalentadora sensación de que Flanagan había aprovechado que el Pisuerga pasa por Valladolid para montarse su propia «Succession» (ídem, 2018-2023).
No obstante, a partir de su segundo capítulo, recreación de «La máscara de la muerte roja» en clave «centennial», gore y con sugerentes ecos de «Eyes Wide Shut» (ídem, 1999), se hace evidente que el realizador de Salem ha recuperado el pulso perdido a lo largo de sucesivas producciones de calidad decreciente hasta embarrancar en el bodrio «teen» antedicho. Efectivamente, su aproximación al universo de Edgar Allan Poe corrige buena parte de los errores cometidos en «La maldición de Bly Manor» («The Haunting of Bly Manor», 2020), tentativa anterior y, a mi juicio, un tanto fallida de adaptar a otro clásico, Henry James en su caso. En consecuencia, puede afirmarse que «La caída de la casa Usher» (casi) raya a la altura de «La maldición de Hill House» («The Haunting of Hill House», 2018), hasta la fecha —y de largo— la obra maestra de Flanagan.
Más discutible encuentro, como siempre, el algorítmico anhelo de que las «dramatis personae» abarquen todo el espectro étnico y LGTBIQ+, redundando en una diversidad forzada y artificiosa, de tal modo que los Usher, en lugar de a una familia pésimamente avenida, se asemejan a una campaña de Benetton. En cuanto a los encargados de interpretar a tan variopinta —nunca mejor dicho— cáfila de indeseables, Flanagan se rodea de sus habituales (Carla Gugino, Kate Siegel, Henry Thomas, entre otros) y suma a la causa a Mark Hamill, que convierte al aventurero Arthur Gordon Pym en maquiavélico picapleitos, y a una Mary McDonnell más drogada que una mula de Tijuana.
En suma, «La caída de la casa Usher» es tenebrosa, goticista y violenta. Acreditando de nuevo su corrosiva visión de la institución familiar y un talento innegable para la construcción de atmósferas malsanas, Flanagan sale de Netflix por la puerta grande. Su despedida de la plataforma radicada en Los Gatos constituye un estupendo calentamiento para la inminente noche de Halloween y, aún mejor, muchos vamos a estar tentados de (re) leer a Edgar Allan Poe.
Carorpar
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