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Críticas de billywilder73
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Críticas 67
Críticas ordenadas por utilidad
4
1 de agosto de 2018
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El genial Groucho más visionario que Nostradamus decía que la televisión era muy educativa, cuando alguien la encendía él se iba a leer un libro. Algo así le está pasando a la gran mayoría del cine actual, al que podríamos denominar Cine Uvi.
Los cerebros están vacíos, ése es el virus verdadero que no muestra en su argumento Invasión pero que sobresale por monstruoso tras su visionado. Y por dos motivos. Uno, por ser ¡¡el cuarto remake!! basado en la misma novela, The body snatchers de Jack Finney lo que demuestra la crisis de simpleza que “invade” el cine de los últimos tiempos – sin pecar de ingenuos, remakes ha habido desde Lumière pero ahora golpeas una piedra y te sale uno -. Y dos, por “el todo vale” que no respeta la inteligencia del espectador - seguramente porque no deben creer que exista y la taquilla les da la razón – porque la historia, su hilo argumental y su tesis se contradicen ¡en una hora y media de película!; todo por contratar a un director de prestigio – Oliver Hirschlbiegel, autor de la muy interesante El experimento – darle la libertad de crear y al estimar el resultado lento y un riesgo para el bolsillo censurarle y pactar con el diablo - James McTeigue, director de la horrible V de Vendetta - para que ruede media película más pasándose por el forro la coherencia temática. Como si tras un Picasso llaman a Warhol para que lo retoque.
El resultado es sintomático, convirtiendo un ataque a los medios de comunicación y al mundo globalizado que nos vuelve autómatas inmunes al dolor – la protagonista lucha por no americanizarse - en un panfleto pro-capitalista justificador de invasiones y guerras, de aceptación sin lucha del mundo como es. Debemos sentirnos orgullosos porque haya Tercer Mundo…
Este cambio de signo de Invasión se lleva consigo todos los detalles interesantes de la película. Así el modo de infectar el virus, un vómito tremendamente ingenioso que demostraba el asco al mundo actual pierde toda sutileza al convertirse el film en un discurso rancio de derechas; o el momento en que alguien se tira de un edificio desparramándose en el suelo sin la menor reacción del público que lo contempla.
Por contra se amplifican los defectos. Es aburrida y siendo un film de suspense carece absolutamente de él y de la asfixia que pide a gritos con lo que sólo quedan bostezos
El montaje es molesto tal vez queriendo resucitar al muerto pero acabando de rematarlo al añadir voces en off y flashbacks explicativos que insisten en ese convencimiento que tienen de que el espectador es imbécil.
La profundidad de los personajes que pone en juego su credibilidad, es mínima, ridícula y no se le saca jugo a ninguno, ni siquiera a Nicole Kidman que se ha convertido también en un virus para cualquier película que toca.
Por desgracia hay gente que sale del cine pensando que ha visto una buena película. Ése es el drama. Han conseguido idiotizarnos – la tele ayuda lo suyo -, que traguemos con todo, que no pensemos, que seamos insensibles a todo. Como dice la película, ¿seremos así más felices?
Si la respuesta es que sí, paren el mundo que yo me bajo aquí, me voy con Groucho.
billywilder73
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8
1 de agosto de 2018
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Rouco Varela es ese señor con sotana que en pleno siglo XXI no quiere olvidarse ya de falsos ídolos y dejar la extorsión para los Corleone.
Tras dos años de espera por fin se estrena, quiera o no la Conferencia Episcopal Española, uno de los documentales que más nos hablan del horror humano.
Deliver Us from Evil (Líbranos del mal) es una mosca cojonera que no deja indiferente al espectador, un arma muy peligrosa que pone en jaque la apariencia bondadosa de la institución que más daño ha hecho al hombre a lo largo de su historia.
La Iglesia debe morir porque, como decía Nietsche, Dios ha muerto; pero se empeña en seguir velando al difunto sin querer bajarse del burro para seguir sacando las perras de los feligreses más bobos. Digámoslo de una vez, la Iglesia se refugia en la incultura, en la pobreza, en la analfabetización de la plebe, por eso Deliver Us from Evil es tan amenazador, porque desendiosa al sacerdote, lo humaniza, lo hace de carne y hueso, tan falso, tan pervertido y tan cruel como cualquier otro ser humano. Muerto el perro se acabó la rabia.
La sensación de este documental es conseguir que el pederasta hable y ahí es donde nos toca la fibra más sensible, escuchar y ver al monstruo reconocer que no le ponen las mujeres ni tampoco los hombres… “pero que un niño en ropa interior… mmm… ¡eso ya es otra cosa!” indigna y corroe el alma. Sólo por ese momento Deliver us from evil merece la calificación de obra maestra (aunque esté un peldaño por debajo de otros dos documentales sublimes que son aún más hábiles en deshumanizar dignamente al hombre: Capturing the Friedmans de Andrew Jarecki y El asesino de Pedralbes, absoluta maravilla del español Gonzalo Herralde)
Sin embargo por encima de la crítica al enfermo mental en Deliver Us from Evil aplasta la crítica de la corrupción, del silenciamiento de la cúpula católica para poder seguir chupando del bote vaticano. Son estos, los altos cargos - los elegidos como representantes de Dios en la Tierra - más culpables, más monstruos que el propio monstruo; porque incapaces de expulsar al enfermo, de tratarle, de ayudarle, acallan el escándalo y simplemente trasladan al padre Oliver O’Grady de parroquia en parroquia - como si de un endiablado juego “de oca a oca pederasta porque te toca” se tratara - dando nueva carnaza al violador de niños para poder ellos seguir acumulando poder en sus impolutas diócesis.
Que baje Dios y lo vea. Bendita hipocresía: A dios rezando y con el mazo dando.
billywilder73
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9
1 de agosto de 2018
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Tras la II Guerra Mundial y el horror de Hiroshima y Nagasaki las salas de cine japonesas se inundaron de Godzillas, Fedoras, Mothras, Guidoras y Gameras, monstruos abominables y grotescos surgidos del pánico atómico.
Estados Unidos sólo tenía a King Kong así que en los noventa reinventaron al Godzilla americano con un monstruo infantil y palomitero que era como Seagal en un momento Hyde pateando Nueva York.
El monstruo de Monstruoso tiene algo de esos gigantes japoneses pero se parece más aún al espectro que surge del pozo de The ring por lo inabarcable, por escapar a toda lógica que le busquemos, consiguiendo así nuestra derrota psicológica.
Hay películas de monstruos que generan un terror racional implicatorio que culpabiliza al hombre por sus excesos como Parque Jurásico, La invasión de los ladrones de cuerpos, La mosca o The Host - tan incomprendida como magnífica película coreana que hacía crecer el odio en un bicho frankensteiniano creado por la necedad humana y que surgía del río para ajustar las cuentas y castigar burocracias -, también Desaparecido con el monstruo Pinochet – donde un caballo blanco galopaba sin jinete simbolizando la libertad que huía de Chile – y Kamchatka con el monstruo Videla; y películas de monstruos invulnerables que escapan a la razón como Monstruoso, The ring, La profecía, Alien o Tiburón.
El terror no avisa, el terror irrumpe, caotiza y derrumba el alma. La carroza de caballos - metáfora sublime pero también copia exacta de la de San Francisco, aquella película con terremoto que sacudía la ciudad y el corazón de Clark Gable - que cabalga perdida sin cochero es el absurdo, consecuencia de lo inesperado y golpe al subconsciente por el paso de un cosmos – cotidiano, conocido y controlable – a un caos intangible, inabarcable y desconcertante. Monstruoso es puro 11-S, 11-M y tsunami asiático.
Es ese “deja vu” de horror cercano – el primer temblor durante la fiesta de despedida -, de sentir la fragilidad humana y el estupor de los que debieron pasar por algo así, lo mejor de la película. La cámara en mano y el formato de video casero crean esa proximidad deseada.
Pero lo más bello, lo que a intervalos roza el alma no es la némesis que todo lo destruye sino su opuesto – el negativo de la fotografía – ese día celestial, el mejor día en la vida de dos personas que permanecía guardado en la misma cinta que el verdadero monstruo, el de lo efímero, va tragándose, borrándolo hasta el olvido. Sombría poética de la fragilidad.
billywilder73
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10
1 de agosto de 2018
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Decía Pablo, el opio del ateo, que si por la ley se alcanza la justicia, entonces Cristo murió en vano. Algo de eso hay en esta pequeña gran película. Adiós, pequeña, adiós contiene un dilema moral brutal que demuestra que la realidad no puede contenerse en la hoja de papel que es la ley. Ésa es la lección, toca avergonzarnos de nuestra falsa y orgullosa perfección.

Ben Afleck es un director prometedor o al menos sabe escoger proyectos cuando se trata de dirigirlos. Hay algo muy bueno que se persigue en esta película: la búsqueda de lo humano huyendo de lo superficial y de lo artificioso. En el intento se siente superada la cámara que fracasa al querer fotografiar la miseria humana. Encuadrar, como el travelling, es una cuestión de moral que diría Godard. Afleck todavía no es Satiayid Ray ni Víctor Erice pero intenta encontrar su moral.

Sin embargo donde Adiós, pequeña, adiós acaricia lo sublime es en la densidad y majestuosidad de sus personajes. La película no retrata la fatalidad de la sociedad en la que vivimos - como pretende o se tiende a interpretar – queda anotada su derrota, sino el temperamento y la naturaleza de los personajes.
El éxito - buscado o no - de Ben Afleck es convertir una película de tramas en una película de personajes gigantescos que mezclan el bien y el mal hasta destruir estos dos inútiles conceptos: un Bogart imberbe contrario a Peter Pan, una Lauren Bacall demoníaca y asustadiza, un comisario viejo que empieza a vivir de veras a sus 60 y tantos, un poli corrupto más bueno que el pan, una madre odiosa que ama amoralmente pero ama; todos, todos los personajes son únicos, espléndidos, imperfectos y contradictorios.

Si la historia o los personajes son pobres lo máximo que puedes tener es una mierda bien fotografiada. La historia que se cuenta o la grandeza de los personajes es lo que importa siempre. Reconozcamos de una vez los méritos del guionista, que en España por ignorancia es ninguneado.

El ritmo que se imprime es pausado y adecuado para el desarrollo de los personajes, los silencios golpean y te obligan a pensar. Lástima que Afleck no confíe del todo en la inteligencia del espectador que mira la película y se ponga pesado con flashbacks explicativos innecesarios.

La duda de Hamlet se resuelve fácil con Ben Afleck, sé director y no seas actor, eso déjaselo a Casey.
billywilder73
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10
1 de agosto de 2018
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¿Alguien se da cuenta de lo muertos que estamos?
¿Alguien ha parado un momento la cadena de fabricación en la que trabaja para pensar lo esclavo del aburrimiento, de la monotonía y de la esclavitud que es?
El vacío es la enfermedad, la amargura y la indiferencia los síntomas, el aislamiento la salida fácil, The Visitor sugiere la curación.
La curación de la vida ramplona que llevamos, de la ceguera de la sociedad ante la verdad de una sola vida, de los miedos generados por enemigos ficticios, de la burocracia como máxima de la estupidez y de la incomunicación entre culturas y hombres.
Walter vive por inercia sin ninguna ligazón a nada ni a nadie, sólo le queda su orgullo refugio de su amargura, hasta que se ve obligado a pasar unos días en su piso olvidado de Manhattan y allí encuentra unos ilegales han invadido su espacio.
The Visitor es una maravillosa película de lentas transiciones donde las luchas se dan en el alma. Los pequeños detalles, los gestos inapreciables y las miradas que gritan denuncian la impotencia del hombre, su mediocridad y conformismo y también la solución a todos esos males.
El guión concede una importancia fundamental a la música como arma narrativa. Walter Vale utiliza la música para contar su soledad y amargura (cuando escucha música en casa), su dolor (su mujer muerta fue pianista reconocida), su ira hacia todos los humanos (su prepotencia y mala fe con la profesora de piano), su cambio vital y apertura a otro mundo (tocando el djembé – tambor africano - en el parque), su estrategia para enamorar (el musical de El fantasma de la ópera) y finalmente su amor (el encuentro definitivo con Mouna, la madre de Tarek, su amigo africano)
¿Por qué la música? Porque quizás donde no llegan las palabras, donde no llegan las intenciones, llega la música. Música como metáfora de comunicación y libertad, de saltarse las trabas que fabrica el hombre que es torpe, de atreverse, de lo fácil que sería si nos dejáramos llevar por el ritmo del corazón y no por la moral del qué dirán.
¡Parad el mundo que me quiero bajar! que decía Groucho.
La baza del director Thomas McCarthy es una puesta en escena inteligentísima que hacen sentir el desierto del protagonista; un montaje lánguido que agujerea conciencias y transmite el tedio de Walter Vale y un guión milimétrico pleno de coherencia donde nada se usa a la ligera y abundan los plantings muy bien explotados (la conversación sobre El fantasma de la Ópera sirve luego para que Walter sorprenda a Mouna en su primera cita)
La elección de los actores es acertadísima como la creación de personajes que escapan de la superficialidad del perdedor y del ilegal y son cubiertos con innumerables capas de realismo. Hay silencios que hablan por sí solos, como el miedo que siente Zainab - la novia de Tarek -, miedo a ese monstruo desconocido que pone barreras, miedo que genera miedo a todo y hostilidad - fascinante su actuación, su personaje -.
Richard Jenkins está contenido y cerramos los ojos para no sentirnos identificados con un mediocre, con uno más, pero no hay manera de escapar. Tan impotente como deseable, a todos nos pasa lo mismo ni sabemos por qué vivimos, ni dónde, ni para qué.
No es casualidad que un personaje como Walter Vale se multiplique en estos últimos años abocados al nihilismo y al fin de una era; huérfanos de optimismo el mundo se viene abajo - cayeron las torres y las libertades para construir recelos y dinero -, se terminó el sueño americano que también nos contó el Kowalski de Clint Eastwood en esa obra maestra que es Gran Torino.
El mundo tendría alguna posibilidad si en vez de cárceles, fronteras y miedos nos dejáramos llevar por la música... o el cine.
Walter termina tocando el tambor en el metro, es un homenaje a lo perdido pero también es un grito, una llamada a la guerra... ¿Lo oís?
billywilder73
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