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Críticas de Jark Prongo
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Críticas 231
Críticas ordenadas por utilidad
1
27 de noviembre de 2012
23 de 37 usuarios han encontrado esta crítica útil
5 minutos. Es lo que tardo en echar un cigarro dándole la enésima -y última- oportunidad a una serie de ¿humor? española. Lo justo para verificar que se siguen visitando los mismos lugares comunes e idénticas situaciones a las ya architransitadas; la misma dejadez de cara a elaborar algo mínimamente digno e interesante; los mismos nombre de siempre saturando la ficción televisiva, monopolizando la asunción de riesgos u otro tipo de humor; y, como no, la misma sensación de que los cerebros tras toda esta mierda son los mismos que tienen el intelecto en modo ahorro energético, para evitar un ictus en caso de arriesgar, innovar o, simplemente, hacer un correcto producto que sea competente en lo técnico y no le lleve a uno a apagar la tele.

Y la tele se apaga antes que el cigarro siquiera, solo que no sin antes recorrer todos los estados que en toda persona de bien produce la Ficción Nacional: ira, sangrado de córneas, pitar de oídos y, finalmente, prometer en alto el firme deseo de hacerse apátrida para no tener nada que ver con guionistas, productores y actores, las mismas caras y nombres de siempre. A cagar se marchen ya, hombre.

Aprendan -ya que son muy amigos de plagiar cosas tarde y mal, un clásico por estos lares- de las ficciones británicas. No suponen un desembolso mucho mayor, de verdad, solo precisan de implementar nuevas ideas y mecanismos humorísticos con cierta habilidad y desenfado. Algo que, por desgracia, jamás veremos en España.
Jark Prongo
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7
12 de junio de 2015
20 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
Unos parásitos están suplantando las identidades de medio Japón. Son los taxistas, son los profesores, son los policías, son los políticos, son Gohanda. Lo que no son es veganos, pues los muy cabrones se te comen la cabeza de un bocao si te pillan a solas y con hambre. Shinichi es un adolescente que por cosas del azar ha establecido una relación de simbiosis con el parásito que quería instalarse en su chola; ninguno suplanta al otro, quedan ambos conformando el único locutor válido que existe en la guerra por la supervivencia que se ha desatado entre humanos y parásitos. Un locutor válido al que los suplantados expondrán sus ideas y perspectivas sobre la existencia -y lo mucho que sobran los humanos por mucho que se crean especiales e incluso mejores que ellos- y que sopesará todo, sí, pero que también tendrá que dejar el diálogo de lado en ocasiones para cortarles el pescuezo. Un locutor válido que tiene que seguir yendo a clase, que ha de ocultar que su mano sea un alienígena polimorfo y que es el Peter Parker nipón de cuando el traje simbionte. Hete ahí la principal influencia para el manga original junto a The Body Snatchers de Jack Finney y La Cosa de John Carpenter en una adaptación que, debido a lo que ha tardado en hacerse (por una movida con los derechos que no ejerció New Line Cinema en los diez años durante los que pudo hacerlo), puede parecer deudora de ese grandísimos jit de la posesión de instituto que fuera El Diablo Metió La Mano o de aquel bodrio de la invasión alienígena sibilina que resultó ser Dreamcatcher cuando no del Agujero Negro de Charles Burns cuando en realidad sucede que es del revés, que todas estas obras se nutren claramente del manga de Hitoshi Iwaaki de la misma forma que sus creaciones de las cabezas de los japoneses. Hasta James Cameron admite haberse fijado en el manga para idear al T-1000 de Terminator 2 y a la vieja de Titanic.

Películas sobre la paranoia y la pérdida de identidad individual y de la masa hay miles, destacando esa The Blob -y el fantástico remake de Chuck Russell, El Terror No Tiene Forma- que haría las delicias de Ortega y Gasset al ver sus teorías sobre la disolución de la identidad y la voluntad de un modo tan gráfico. Sobre la penetración de entes oscuros y/o alienígenas en las instituciones, valga la redundancia con lo que se entiende en España sobre el ejercicio de la política, también está la soberbia Estás Vivos de John Carpenter. Pero películas que mezclen alegremente la conspiranoia de instituto a lo The Faculty con cierto tono serio para tratar según qué episodios traumáticos y las ganas de abrir vías de reflexión sobre el papel del ser humano en la naturaleza pocas, la verdad. Y si encima la gran diferencia reside en que los parásitos pueden expresarse y se les deja, se les escucha, no aparece ningún Fiscal que les priva del habla vía apelar a la Ley Antiterrorista, pues para qué más. Porque esa es la gran diferencia respecto a todas sus semejantes, que cada ente parasitado el que tengo aquí colgado. No, coño. Que cada parásito, a su manera todos exactamente iguales en pretensiones de origen –las que vienen impresas en su ADN- pero que van divergiendo conforme los cuerpos que habitan no desahucian por completo a su remanente humano, es un ente diferenciado, un algo con su propia opinión formada sobre si los humanos han de ser exterminados o estudiados o lo que sea. E igual al rato de explayarse sobre por qué te quieren comer la cabeza de forma literal dejan la oratoria y proceden al cuchillazo biológico y la predación, pero oye, McReady y compañía cuando lo de la base en el ártico ni un ”oye, tete, que lo hago por esto, sin acritud” o un ”lo siento” por parte de La Cosa, y eso duele.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jark Prongo
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Elégia (C)
CortometrajeDocumental
Hungría1965
6.8
229
Documental
9
23 de septiembre de 2012
15 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Al amparo del estudio Béla Balázs no pocos cineastas húngaros pudieron disponer de facilidades para realizar sus aproximaciones al medio audiovisual desde sus poco ortodoxas -para lo que era norma en el Cine y en las férreas doctrinas católicas- perspectivas, quedando aún inéditas gran porcentaje de estas filmaciones. Da igual. Difícilmente podrán batir la extrema belleza que supura Elegia. Belleza resultante de su atrevimiento, su montaje quirúrgico, su falta de pretensiones y lo que se desprende en todo momento de este triste a la par que hermoso doble lamento: por el destino del caballo y por quien aplica la fatalidad sobre este puro animal -el hombre-; quien antaño, no hace tanto, fuera compañero y, con la llegada de la revolución industrial y el automóvil, no dudase en ponerles fin en mataderos de forma fría y mecánica, casi como una economía de escala regentada por la muerte.

Zoltán comienza casi de forma contemplativa, mostrando el mundo equino con calma, con un montaje que permite yuxtaponer -como si de Pelechian en la mesa de edición se tratara- lo relativo a la presencia de caballos a su vínculo con la naturaleza y otras especies, sin interferir de forma perniciosa ninguno sobre el otro. Pero todo da un vuelco sobre la mitad del metraje, y se desmadra el montaje tan pronto el ser humano aparece -ya sin necesidad ni dependencia alguna del caballo- con la crueldad y soberbia que son inherentes a su naturaleza. Como si fuese filmado por un José Val Del Omar ¨on drugs¨, asistimos a un bombardeo frenético de superposiciones de imágenes que muestran el triste destino que le ha tocado vivir al caballo desde que el hombre no necesitase de ellos, sin eludir la sangre y toda la crudeza que implica esto (en este sentido recuerda a La Sangre De Las Bestias, de Georges Franju). Una concatenación de actos brutales sustentada por la partitura neurasténica de Zsolt Dur, realmente enervante pero plenamente justificada y difícilmente mejorable.

El resultado, como digo, es una obra de plena vigencia, en la que no pocos han reparado (Gaspar Noé en Carne, sin ir más lejos) a la hora de filmar las tropelías contra el mundo animal de quienes, presuntamente, somos la raza animal más digna. Y una polla.
Jark Prongo
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6
13 de mayo de 2015
12 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
A Luis Escobar Kirkpatrick es imposible mirarle más de cinco segundos sin que te dé la risa tonta. Esa eterna expresión de persona despistada prestando atención a algo que sólo ella sabe, ese mentón en fuera de juego respecto a la frente, ese ictus de persona de alta alcurnia a la que le es indiferente dicha condición…. y ese modo de hablar, que en cuanto dice lo que sea difícil es no troncharse, aunque te dé la noticia de que tu hijo ha muerto en un accidente. En su papel del Marqués de Leguineche para la Trilogía Nacional de Berlanga, además de no dolerle el realizar un ejercicio de autoparodia, regaló frases increíbles para la posteridad, rollo aquel ”perdóneme que la reciba en albornoz pero es que aquí seguimos el horario madrileño” o ese inmortal y vigentísimo hasta el fin de los tiempos ”pero pero pero por qué te ha entrado esa manía de trabajar si en nuestra familia no ha trabajado nunca nadie y nos ha ido divinamente” que le soltaba visiblemente cabreado a Jose Luis López Vázquez, otro Dios que también merece una gymkana de genuflexiones. Un hombre, Don Luis, que además de ser cumbre de la risa en este país, ídolo para otros ídolos del lolz tales que Hidrogenesse, homosexual –y quizá hasta pionero en España de las admirables dotes de este colectivo para el comentario sarcástico, esas declaraciones que a quien las alocuta le hacen ser llamado ”marica mala”-, falangista, marqués de las marismas, runner, bético y madridista, fue –según parece- un gran escenógrafo que dedicó gran parte de su vida al teatro, de inicio bajo la protección de la Falange española. Aunque le recordemos ahora dando susto a los Parchís Hacendado –los Regaliz- en Buenas Noches Señor Monstruo Don Luis llegó a dirigir varios teatros e incluso realizó cortos de animación y dos películas. Una, La Canción De Malibrán, fue un musical a la salud de la susodicha. La otra, La Honradez De La Cerradura, resultado de haber ganado un concurso convocado por la Dirección Nacional de Cine con la adaptación de la obra original de Jacinto Benavente, afamado autor no tanto por sus obras como por ser el fundador de la excelente cadena de restaurantes 100 Montaditos.

Esta su primera- y penúltima- película tiene un tramo final que se podría enmarcar en el policiaco cuasi negro ibérico cincuenta-sesentas, si bien el ochenta por ciento restante del film se emparenta más con los episodios de Edgar Neville para La Ironía del Dinero y con cierto cine moralizante que se dio en la autarquía. Una clase de cine aleccionador de la masa sobre la maldad inherente al dinero no ganado con el sudor de la frente de uno o de Alizee, un género casi en sí mismo –por la cantidad de películas que se dieron en su día adscribibles al género, no se sabe muy bien si por mano censora de guiones o ya de base al concebirlas sus autores- que a los que amamos el dinero por encima de cualquier otra cosa nos duele e incomoda, pues siempre se acaba tildando al papel válido para transacciones de malo o pésimo cuando no directamente a la manera de quien trae mal fario, rollo que el dinero es transmisor de penas, desgracias y penurias, que el dinero es Juan Pardo o Miguel Ángel Lotina. En resumen, que se dice que el dinero es una maldición en vez de felicidad o una vía validísima a la misma, algo de todas maneras intolerable. Y aquí el ejercer de tesoreros del dinero de una vieja acaudalada les trae a Francisco Rabal y Mayrata O´Wisiedo –de la que recomiendo su libro Chico No Sabe Que Es Perro- un carrusel de disgustos, chantajes y malpasarlos que casi convencen a quien vea el film de que haga lo mismo que la protagonista y arroje sus dineros de procedencia ajena por la ventana, a lo El Séptimo Continente de Haneke casi cuando lo del wc o cuando Krusty hacía de Bill Hicks con sus monólogos de predicador iracundo y convencía a Homer de quemar sus dólares.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jark Prongo
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7
1 de marzo de 2012
12 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
No sé si es por mi querencia a los films de curas enfrentados al dualismo humanidad-fé (Los Comulgantes (Bergman), León Morín Sacerdote (Melville), Diario De Un Cura Rural (Bresson), Sor Citroen (Lazaga)) o porque, directamente, la película es buena se mire como se mire, pero aquí hay una gran obra. Con un estilo formal clasicorro, de esos de plano fijo cuasi pétreo (con una profundidad de campo bestial y muy bien integrada en lo que quiere decirnos Nanni) que sólo se ve alterado por travellings y zooms contados que sirven para decirnos que el cura está perdiendo la chola (de puro duelo que existe en su cabeza), Moretti cultiva una crueldad importante sobre el personaje principal (y, por ende, para consigo mismo) para exponer qué sucede cuando el ser humano no puede separar dicha condición de lo que se presupone es su oficio vocacional, en este caso el ejercicio de la curia eclesiástica y el ministerio de la fé. Y lo hace a las bravas, sin dar tregua al personaje: le pone en el brete de tener que lidiar con una infidelidad de su padre (muy parecido físicamente a Jose Luis Lopez Vazquez) a su señora madre, con una hermana algo frescales que se queda en cinta y pretende abortar (magnífica esa amenaza ya en su casa, como ciudadano normal, de ¨si matas al niño después te mato yo a ti y me suicido¨) y, finalmente, con la muerte/suicidio de su madre como consecuencia de la intención del marido/padre de procrear con su nueva amante una vez casados por él, pobre hombre al que le pasan más cosas jodidas que a El Fary en un capítulo de Menudo Es Mi Padre. Porque a toda esta mierda le acompañan otras varias que no le afectan tanto al darse en miembros de la comunidad que no son familia directa, pero aquí, al amigo, todo vecino le pide consejo mientras le salpican la caca a presión. El oráculo de la mierda con alzacuellos, vaya.

Esta confusión de identidad a la que me refería se hace patente en que raro es el momento en el que el cura no lleva la sotana, solo quizá cuando juega con niños, ya que parece considerar la infancia como la única pureza no corrompida (como bien señala en su homilía final rememorando en alto el momento más feliz de su vida). Y el cambio de actitud que experimenta desde sus bienintencionados inicios al ambiguo final (¿se va a suicidar?) se va haciendo cada vez más agrio, casi difícil de soportar para el espectador, acostumbrado a ver en el cine a los curas como seres calmos, con temple, sensatez y, desde luego, incapaces de gritar a un niño, pegar a una hermana o hacerle un súplex a su progenitor. Son humanos, señores. ¿Quién no ha intercambiado algún archivo de menores con ellos por Internet? Pues eso.
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Jark Prongo
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