Solo si tienes recuerdos, podrás revivirlos cuando quieras. Christian Carion nos recuerda que las vidas dan muchas vueltas, desde todos los puntos de vista, y que si miras atrás relativizas, pero si no miras adelante no hay futuro. La historia peca, por momentos, de sentimentalismo, que no tiene por que ser nada malo si no nos hace perder la perspectiva. En su lucha por mantener al espectador atento se nos regala diálogos sibilinos, tramas impactantes, actitudes gozosas e interpretaciones maravillosas. Se nos muestra la idiosincrasia misma de echar la vista atrás sin remilgos, con sus dolorosos instantes amargos, sus interesados juegos sentimentales y sus mensajes directos y sin cortapisas. El tiempo es lo de menos en la historia, las circunstancias tampoco son el 'quid' de la cuestión. El proceso de diálogo, el mismo hecho en si de hablar y sobre todo la conexión emocional son los pivotes de esta película. No hay que dulcificar la tragedia, ni relativizar el drama, sino naturalizar el pasado, haciéndolo parte mismo del presente. Las licencias poéticas de la trama son secundarias en el momento en que se entiende el mensaje último.

Ramona recoge la garra, el carácter y la fuerza de la mujer gallega de costa, lo plasma con naturalidad y decisión. Todas las aristas que María Vázquez enseña en su interpretación son las caras de una sociedad que lleva años inculcando una forma de ser y estar a la que la mujer decide amoldar sin romper sus anquilosadas costuras. Es delicada la visión que Álvaro Gago recrea sin opulencia dramática. No necesita de artificios ni sentimentales momentos de rotura temática para enseñarnos todo lo que significa luchar por sobrevivir sin mirar atrás y sin saber que se puede pensar en uno mismo.

Esa resolutiva Ramona no solo plasma las oscuras imposiciones sociales que se reciben como pequeños estímulos sutiles y constantes. Ella marca el paso, siempre dentro de la línea de puntos que no es capaz de ver, arañando a la vida la necesidad de valía, el arrojo por defender su único legado, la imperiosa necesidad de imaginar con que su legado (su hija) no caiga en los errores que se auto impuso, sin percatarse de que sigue oprimiendo desde otra perspectiva y sin ser capaz de discernir el apoyo incondicional que sobrevuela oculto a su alrededor.. Ramona no se permite el lujo de soñar, no se percata de que transmite parte de sus fallos y los permite asentarse... hasta que su mayor obra es la que le ayuda a sacarse esa carga que nadie le pedía que transportase pero que es su mayor aliciente de supervivencia.

"Matria" es una oda a las miradas contundentes, a la firme reacción de seguir adelante, a la dignidad del oprimido, pero también una sutil crítica a todos los que mancillan la libertad del prójimo y mantienen la cerrazón de la imposición transmitiendo su superioridad en cualquier ámbito social que nos rodea.

Los silencios, lo que no vemos en pantalla, la historia que sucede en las elipsis narrativas son la gran narración que se esconde en esta película. La directora ha elegido la sutileza de los actos y omisiones para que el espectador llene esos huecos de la forma más sencilla posible y sin explicaciones directas. Maryam Touzani ofrece todas las herramientas necesarias para intuir, sentir y comprender ese viaje compartido de los protagonistas. Llena de delicados gestos, intensas miradas y actitudes de pesadumbre toda la película para un espectador ávido de entender, sentir y, hasta compartir, la pesada carga que se insinúa en cada secuencia que portan los protagonistas.

La perspicaz y delicada gestión de los sentimientos que sus protagonistas asientan en cada trama se ve compaginada por la variabilidad de sus incongruencias. Esa mezcla de contradicciones hace que entendamos sus necesidades y dolencias, sus anhelos y sus miedos hasta llegar a asentar el puzle sentimental que conforma la película. Ausencias, negaciones y compañías que mantienen viva la esencia, las distintas formas de amar, entenderse y comprenderse con el otro, bien sea desde el amor más profundo como de la rabia más ínfima... al final entender ayuda a empatizar.

Es tan compleja como sencilla. Sus tramas ejemplifican con devoción absoluta lo incoherente que puede llegar a ser el ser humano, que en los escollos vitales son tan amplias y diferentes las formas de enfrentarse a ellos que los factores son solo un número que no tiene valor. Cada personaje vive, siente y plasma su recorrido emocional lleno de altibajos como una realidad pura y sin manchar. No podes sacarnos esa impresión, como espectadores, de la magia, muchas veces dolorosa y oscura, que nos persigue en las vicisitudes vitales para actuar de una u otra forma.

Saim Sadiq dirige a un elenco que plasma a la perfección esa tristeza de los momentos felices, esa felicidad de los momentos desgarradores y esa elocuencia que emerge en cada prueba que nos pone el Sino. Las tramas se entrelazan en un guion lleno de altibajos emocionales que se enfrentan a los sentimientos de sus personajes casi queriendo destruir lo que han creado, dándole caminos y sendas por las que vagar dentro de lo que no quieren escrutar. Una oda a la supervivencia vital, pero no a la emocional, que choca contra una sociedad llena de prejuicios que los personajes, en su afán de sobrevivir, destrozan sin miramientos, sucumbiendo a las órdenes de lo que se nos impone. Hasta tal punto que cuando deciden romperlas no logran llevar a cabo la estoicidad final, ya que no manejan todas las variantes que influyen en esas decisiones.

Un análisis verista de la doble moral que creamos al intentar mantenernos a flote en una sociedad que va en contra de lo que sentimos y, muchas veces, de lo que creemos. Supervivencia que impone el rodillo de las actuaciones. Y si lo rompen son devorados por sus propias acciones.

Volvemos a la cruda realidad, a la desesperanzadora equidistancia de una sociedad llena de recovecos en los que los que sufren son los que no pueden hacer nada. Que el sistema los condena de antemano. Los hermanos Dardenne vuelven a hacer daño a la sensibilidad del espectador. Señala y enumera todos los vicios de una sociedad falta de delicadeza, de ausencia de empatía y de oscurantismo moral. La historia que tejen los directores no busca el dramatismo como base, si no que guía a sus personajes entre sus necesidades, sus carencias y todo un amplio repertorio de realidades aprovechadas. La pareja protagonista rezuma todo el verismo y realismo que se le puede pedir. Un arco interpretativo lleno de detalles y reacciones naturales, sin excesos ni ausencias, llevadas a cabo con pragmatismo y buen gusto y sin romper el discurso inicial del espectador como observador privilegiado. Una bofetada directa a la hipocresía, para volver a poner el foco en los enrevesados y laberínticos caminos que la emigración tiene que sortear y no siempre con éxito para poder ser lo que anhelaron un día y que tienen derecho a encontrar...