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Críticas de Pedro_Moraelche
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Críticas 18
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
7
14 de julio de 2013
12 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
El gran director teatral Peter Brook ya había dirigido el montaje de El rey Lear en 1962, con la Royal Shakespeare Company y Paul Scofield en el papel protagonista. Nueve años después, dentro de su escueta carrera cinematográfica, aborda la versión cinematográfica con el mismo actor, rodada en blanco y negro y fiel reflejo de la peculiar dramaturgia de Brook.

No es una adaptación fácil de la obra de Shakespeare, sobre todo vista desde una época en la que se espera un ritmo más ágil y a veces frenético. El ritmo es lentísimo, denso, apropiado para saborear y pensar las palabras más que para seguir una historia, lo cual borra o replantea las fronteras entre lo teatral y lo cinematográfico, acertada o desacertadamente según gustos. Habrá quien la encuentre casi sobrenatural y habrá quien bostece al cuarto de hora. Evidentemente, los versos de Shakespeare resuenan, golpean, atruenan en cada escena de esta obra maestra sobre los engaños de los sentimientos, la fatal energía de crueldad y estupidez del ser humano y la locura y la muerte como la catarsis liberadora de todo el laberinto de intrigas, traiciones y sufrimientos inspirados en la figura del legendario rey británico Lear.

El trabajo de Brook con los actores es tan sobresaliente como peculiar, comenzando con un Lear perfecto en perfil y carácter como Paul Scofield, pero sin olvidar a Irene Worth como la cruel Goneril, Susan Engel como la gélida y mortal Regan, Cyril Cusack y Patrick Magee como sus despiadados y a la vez sumisos maridos Albany y Cornwall y Alan Webb como un Gloucester lleno de patetismo. Destacan también Jack McGowran como el Bufón, Robert Langdon-Lloyd como Edgar, el hijo fiel, o Ian Hogg como el bastardo Edmund. Los actores recitan largos parlamentos e incisivos diálogos buscando la veracidad interior pero a costa de un excesivo artificio, típico de algunas interpretaciones del "Método" teatral que a algunos espectadores fascina mientras exaspera a otros.

La película tiene grandes aciertos como las localizaciones en páramos, playas y vacíos atemporales y simbólicos. El poder escenográfico de Brook es patente en cada escena, como en el barrido por rostros mudos en los créditos sólo roto por el sonido de una puerta que se cierra, el trono preeminente y a la vez aislado de Lear, la naturaleza agresiva y desolada, o el cielo blanco final de la muerte de Lear. Magnífica la escena del ciego Gloucester en la playa creyendo estar en el acantilado que le cuentan las palabras de su hijo Edgar, a su vez disfrazado de Tom. Gran vestuario y maquillaje, subrayando siempre el desasosiego, el dolor y la miseria. La cámara busca, lógicamente, el primer plano del actor, aunque también compone cuadros deslumbrantes en planos más abiertos y se comporte a veces de manera desconcertante, sacando a los personajes de cuadro o moviéndose caprichosamente.

Lo negativo de la película, aparte de la excesiva lentitud, es la falta de unidad. Cada escena por separado es brillante, pero no hay una ligazón clara de espacios y tiempos, con lo cual el espectador poco conocedor de la obra de Shakespeare puede llegar a perderse.

Una película para incondicionales de Shakespeare, de Brook y de la interpretación teatral. Tiene muchas más virtudes que defectos, aunque estos hay que tomárselos con paciencia y ganas de pensar.
Pedro_Moraelche
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2
7 de julio de 2013
13 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Precedida por el éxito en la Berlinale, donde ha alcanzado el Premio de la Crítica (haciendo buena esa fama de que cuanto más aburrido seas, más fascinación despertarás en los críticos) nos llega esta película sobre el conflicto árabe-israelí filmada por una activista y documentalista canadiense. Tema interesante, actual, duro, y que cinematográficamente da juego, pero que en manos de Barbeau-Lavalette se queda en un batiburrillo a medio camino entre el docudrama (que es lo suyo) y el drama psicológico de una médica atrapada entre dos mundos opuestos, enemistados y desiguales debido a la aplastante superioridad militar de uno de ellos. Con una visión occidental al fin y al cabo, y políticamente correctita, nos quedamos con un montón de estampas, algunas de ellas muy repetitivas, sin entrar a analizar un montón de historias y personajes que seguramente habrían interesado más que las idas y venidas de la médica.

A pesar de lo impactante de las imágenes del basurero en que sobreviven los palestinos al pie de ese infranqueable muro de la vergüenza israelí, o del abusivo control militar israelí sobre la vida cotidiana de la gente, la película es soporífera y presenta varios problemas. El principal es un guion malísimo, casi de boceto, donde se presentan escenas, se apuntan historias y se detallan costumbres, pero no se desarrolla ni traba historia alguna salvo al final, donde el drama de la chica palestina enfrentada a la pérdida de su hijo y su relación de amor-odio con la doctora despierta por fin el interés no por el tema de referencia de la película, sino por la película en sí. Las relaciones entre los personajes se quedan esbozadas, sin desarrollar sus posibilidades, y no vale la excusa de la sugerencia: la atracción entre la médica y la soldado israelí con la que convive, por ejemplo, pedía mucha más sustancia.

El segundo problema es la desacertada elección de Evelyne Brochu para llevar, en primerísimo primer plano, todo el peso de la película. Es una actriz con presencia, muy guapa, pero expresiva cual bloque de hormigón, aunque a veces abra los ojos un poco para demostrar sorpresa. No sucede así con el resto de actores: Sivan Levy está muy interesante como la soldado israelí obligada a compaginar su deber y sus sentimientos, y Sabrina Ouazani borda el papel de la palestina mártir a pesar de las deficiencias del guion.

El tercer gran problema es esa irritante, mareante y falsamente realista moda de utilizar el primerísimo primer plano y la steady cam para todo, aunque el personaje se ate las zapatillas y le estemos viendo la nuca mientras la cámara sufre de tembleque. Podría funcionar si los directores aprendieran un poco de Dreyer o Eisenstein, pero tener el rostro glacial de Brochu en ppp cada dos por tres sin venir a cuento no es la mejor manera de interesar ni emocionar al espectador. No ocurre así, sin embargo, en el plano simbólico de cierre, sin duda lo mejor de la película.

La historia atrae por el tema, pero no basta. Hay que saber contarla.
Pedro_Moraelche
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5
5 de julio de 2013
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película tiene, como todas las de Ken Russell, la fascinación de serie B de culto, de originalidad con desparpajo, de provocación ya desfasada y de sordidez de disco-pub. Cuenta para ello con buenos actores y una llamativa iluminación de neón intermitente. El argumento promete: una diseñadora tan formal como gélida (Kathleen Turner), que de noche se transforma en China Azul, la puta con la que muchos hombres sueñan: guapa, descarada, imaginativa, teatral, autónoma, profesional y, sobre todo, redimible por amor. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Se enamora de ella un chico joven, atractivo, sentimental y honesto (John Laughlin), aburrido de su matrimonio con una mujer aburrida y que prueba sus sofisticadas delicias debido a que la sigue como detective por encargo del jefe de ella, que sospecha equivocadamente que es una ladrona de diseños. Por medio, la originalidad delirante de la película: Anthony Perkins como un presunto predicador loco de atar, a caballo entre la homilía y el vibrador, que persigue a la chica para "salvarla" del pecado; una triste y prescindible caricatura de ese Norman Bates de "Psicosis" que fue para Perkins su mayor mérito y su mayor lastre. Por la doble vida de Joanna-China Azul pasarán además estrafalarios casos de gentes que recurren a sus servicios, entre el esperpento e incluso la ternura.

Lo peor es que el guion va a tirones, no termina de desarrollar ninguna historia, no profundiza en personaje alguno, no se molesta en trabar bien el argumento y se pierde por todos los sitios. Meritorio trabajo el de Kathleen Turner, aunque al final de la película sepamos muy poco de su personaje, salvo que confunde el puterío con el teatro y que se dedica a ello por no haber encontrado nunca un hombre al que amar de verdad, aunque al final lo encuentra, guapo y al dente, que para eso el cine es el cine.

Para incondicionales de Russell y para curiosos. La verdad es que acaba por entretener aunque dan ganas de decirle a Perkins que se vaya al infierno o, al menos, que explique quién es, pero eso no entraba en el guion, o quizás es que tampoco, como en la terapia que da principio y fin a la película, valía la pena entrar en detalles.
Pedro_Moraelche
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