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Críticas de Francesca
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Críticas 114
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
7
4 de agosto de 2016
16 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
RESUMEN
Louise intenta mantener a duras penas la finca heredada de su marido. No es fácil si a la vez tiene que criar a dos hijos. Pero un día, por accidente, conoce a Pierre, un ser extraño que, sospecha ella, podría cambiar su vida.

COMENTARIOS
Hay películas (pocas) que desprenden aroma. Esta es una de ellas. Parece llegar a los (a veces incómodos) sillones el olor a lavanda, a pera, a pastel…

Es curioso el cambio del título al español (“Pastel de pera con lavanda”) respecto al título original (“El sabor de las maravillas”, en su traducción). Porque es así, Pierre es un ser aquejado del síndrome de Asperger, una variante del autismo. Vive en un mundo aparte y disfruta y se fija en las pequeñas cosas, un rayo de sol, una gota, los pétalos de una flor…

“¿Desde cuándo es así?”, pregunta Louise al viejo amigo de Pierre. “¿Así, cómo?”, “Distinto… a los demás”, replica ella. “Ah, se refiere a que es un ser” que no roba, es leal, no miente. “En efecto, concluye, es distinto a los demás”. ¿Y quién está fuera de la norma? ¿No sería lo más saludable fijarnos en nuestro entorno, observar con detalle sin juzgar, tener una mirada limpia y cariñosa a la vez hacia las cosas?

Tanto nos familiarizamos con esta visión del personaje que cuando en un momento dado Louise se ve en la obligación de vender parte de su terreno y cortar los árboles, sentimos dolor. Sentimos que los pobres perales van a gritar al ser arrancados de la tierra.

El contacto físico entre los dos protagonistas es mínimo (de momento), pero eso no impide sentir la conexión que se va creando entre ambos.

Actuaciones que brillan por su sencillez y luminosidad. Louise (Virginie Efira) tiene una belleza no despampanante, pero sí clara, natural, rotunda. No es de extrañar que Pierre se haya podido enamorar. Y la actuación de él (Benjamin Lavernhe), excelente, como personaje retraído y atento a la vez, sin caer en el exceso interpretativo (viene de la Comédie Française). Un diez para los dos hijos igualmente (Lucie Fagedet y Léo Lorléac’h), que muestran un enorme y positivo desparpajo.

En resumen, una película previsible, hecha para disfrutar tanto como un buen pastel rodeado de la suave campiña de Provenza. Una delicia basada en “un cuento de hadas real”, como reza al final.

http://www.francescaprince.com/blog/
Francesca
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6
31 de julio de 2016
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Mucho ruido y…
RESUMEN
En medio de una guerra cibernética que azota la CIA y las revueltas en Grecia que parecen marcar el fin del capitalismo, aparece Bourne tras varios años en la sombra. Está dispuesto a seguir recuperando su memoria. Pero la Agencia no se lo pondrá fácil.

COMENTARIOS
Las diferencias (si es que alguna vez las ha habido) entre buenos y malos se difuminan.
Aaron, el brillante empresario, modelo de éxito estadounidense actual, ha creado una empresa tecnológica que ha revolucionado el universo Web. A cambio, ha vendido su alma al diablo. Y el diablo (por emplear un término) es la CIA, monstruo insaciable, siempre dispuesto a neutralizar a cualquier enemigo que interfiera en sus planes. En este caso, se trata de una alerta cibernética, a saber unos hackers que han penetrado y robado algunos archivos confidenciales con intención de sacarlos a la luz.

Felizmente para ella, la Agencia dispone de agentes a prueba de cualquier compasión que en nombre de un patriotismo (es una de las palabras más repetidas por todos estos personajes creados por la Agencia), barren sin contemplaciones civiles, transeúntes o traidores que se cruzan en el camino. La mala suerte es estar allí. De modo que nos damos cuenta que la amenaza letal no viene de terroristas fanáticos o de psicópatas, sino que hay que incluir en la lista a agentes secretos. Si se cruzan con un personaje con el aspecto de Vicent Cassel, huyan.

Quienes sí están en plena luz, fuera del mundo virtual o de la Agencia (aparentemente) son los manifestantes de la plaza Sintagma, en Atenas, cuando el pueblo se rebeló ante los ataques de la troika (¿ha servido de algo?).

Y entre todo este barullo de violencia en distinto grado, entre mundo real y virtual, vuelve a aparecer Bourne. El personaje parece vivir fuera de toda existencia normal, da salida a sus instintos violentos participando en peleas clandestinas. Menos mal (o no, que estas alturas ya no se sabe), una exagente de la CIA viene a rescatarle para anunciarle la verdad: su padre no fue matado por unos terroristas, sino por… (En blanco para no que no haya spoiler).

En la CIA no todos forman una piña. Frente a los leales y obedientes servidores, se encuentran los trepas. Heather (Alicia Vikander), la encargada de ciberseguridad, es una de ellas. Bajo su aspecto de chica buena, esconde una ambición desmedida.

La acción, como en ocasiones anteriores, da saltos constantes y nos lleva desde Islandia a Grecia, Washington, Londres, etc.

No podían faltar las persecuciones. En este caso, una secuencia (larga) en la que saltan por los aires por lo menos unos treinta coches en pleno Las Vegas. Pero para súper agentes todos es válido para llegar al fin. El final de la secuencia, en un túnel abandonado y sucio, puede ser una metáfora de la soledad (y sordidez) en la que se encuentra Bourne.

No hay una sola escena en la que los personajes estén en paz, disfrutando de un café, un paseo, un encuentro… en fin, cosas que la gente “normal” gusta de hacer.

La realidad descrita nos resulta cercana (sabemos que hay un mundo de poder(es) que nos domina o controla o vigila) y lejana a la vez por esto mismo (no es algo que “veamos”).

En episodios anteriores de la serie todo este pastel quedaba humanizado por la figura de Jason Bourne cuya lucha era recuperar su identidad y volver a ser una persona “normal”.
Sin embargo, en esta última entrega el frenesí es tal, que ese lado humano se pierde. La acción y testosterona lo llevan todo por delante.

Pero quizás sea justamente ese el tema.
Para los amantes de acción, recomendable. Para los demás, quedar para una caña sea quizás la mejor opción.
Francesca
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6
27 de julio de 2016
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
“La felicidad nunca viene sola” es mucho mejor
RESUMEN
Violette (Julie Delpy) conoce a Jean-René (Dany Boon), un informático durante sus vacaciones en Biarritz. El problema surge cuando Jean-René se muda a París. Ahí conocerá a Lolo, el hijo de la novia, poco dispuesto a aceptar las relaciones sentimentales de su progenitora.

COMENTARIOS
El principio, en Biarritz, es divertido y ágil. El personaje de Karin Viard contribuye a ello. La cosa se hace más densa cuando aparece Lolo (Vincent Lacoste), el hijo egocéntrico y malcriado de Violette (Julie Delpy). Sin embargo, contra todo pronóstico, la historia entre Violette y Jean-René continúa.

Es la historia de adicciones: Violette es una adicta sentimental de su hijo Lolo que venera y a su amiga de la que no puede prescindir. Lolo es adicto a la madre a la que, bajo apariencia de aires progresistas, no deja en paz. La amiga es adicta a la moda (pero en realidad, tampoco en exceso, es más cuerda de lo que parece). Jean-René parece escapar de esta dinámica. Quizás porque es demasiado simple.

Aunque divertida, hay algo que no encaja: en realidad hay CERO química entre los dos personajes. Violette es responsable de moda en una firma, Jean-René es un friky informático y provinciano (es uno de los reproches que ella le hace). No hay nada que los una: ni gustos, ni arte, ni lecturas, ni cine, ni salidas, ni hobbies. ¿Qué queda? La cama, aspecto que ella resalta en distintas ocasiones. Pero esto, visto los aires de Dany Boon, es poco creíble. Entonces, la cosa queda dicha, pero no se trasluce en la pantalla.

Esto me recuerda a una MUY BUENA comedia romántica, con elementos similares: “La felicidad nunca viene sola”. Se trata de un film francés de James Huth, protagonizado por Sophie Marceau y Gad Elmaleh. Ella es directora de una fundación que promociona a los jóvenes artistas, él es un músico talentoso, pero desastroso en su vida cotidiana. Nada parece unirles y sin embargo… hay una química tremenda entre los dos. Y como es una comedia, ya se sabe cómo va a acabar (bien). Los diálogos son chisposos y los protagonistas están muy bien. Y pegan; la historia resulta creíble.

Esta es en realidad una crítica sobre un film (Lolo) para hablar de otro (La felicidad…) parecido, pero mucho mejor.

Otro aspecto que no cuadra de Lolo: es imposible no haberse dado cuenta antes que el chaval de 19 años es un psicópata total. Actuaciones muy correctas, pero es como un pájaro con alas que no consigue despegar.

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Francesca
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7
4 de julio de 2016
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
RESUMEN
Jean-Pierre Werner (François Cluzet) es más que un médico rural, cura cuerpos y almas, tranquiliza, entiende, escucha. Pero cuando le llega la enfermedad, su vida da un vuelco y entenderá lo que significa abrirse y compartir, sobre todo con la llegada de Nathalie, su nueva ayudante.

COMENTARIOS
Qué bonito es enfermar y ser atendido por un médico con la devoción y delicadez de Jean-Pierre Werner (François Cluzet). En realidad, todos los doctores y adjuntos que aparecen en la película son extremadamente cercanos y cálidos. Qué gustito. A partir de esta buena materia prima se forja una historia sencilla: un médico enfermo se ve obligado a aceptar la ayuda en su trabajo de una doctora Nathalie Delezia (Marianne Denicourt).
Las reticencias iniciales son comprensibles, humanas, para dar paso a una mayor compenetración.

No hay trama real más que las que crean los propios personajes tan reales y auténticos. Y después está la enfermedad, como otro gran protagonista. La enfermedad nos hace más humanos, este sería el mensaje. Werner lidia con la enfermedad (reparar los “defectos” naturaleza), pero el asunto cambia cuando él mismo se ve aquejado de lo que hasta ese momento ha visto y curado en los demás. Werner se ve proyectado en el anciano agonizante, de ahí, más la promesa que le ha hecho, que no permita su hospitalización.

Los médicos tocan en esta película. Tocan en los dos sentidos: con el tacto y con la emoción.
Los pacientes se sienten escuchados y los doctores se sienten valiosos en su labor. Una simbiosis perfecta. Y lo que tienen en común los dos grupos (pacientes y médicos): alejar la dolencia, por lo menos en la medida de lo posible, porque –ya se sabe– nadie es inmortal.

Lo único que llama la atención es que en este medio rural los animales (como parte de la naturaleza, como ser vivo que por lo tanto sufre también) tengan tan poca consideración. ¿Quién se quedará con el perro del anciano, fiel compañero?

Bonita, entretenida, sin pretensiones y con emoción, sin caer en sentimentalismos.
Cluzet y Denicourt, muy bien.

http://www.francescaprince.com/blog/
Francesca
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9
16 de agosto de 2015
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es la historia de tres inadaptados. Sophie (Meryl Streep) por su pasado; Nathan (Kevin Klein) por su enfermedad y Stingo (Peter MacNicol) por la edad (¡una enfermedad que se cura con el tiempo!).

Estos tres seres solo podían encontrarse porque cada uno halla en el otro algo que colma su falta. Sophie ve en Nathan a su salvador y también alguien con quien olvidar el pasado antisemita de su padre (Nathan es judío). Stingo ve en Sophie a su musa y Nathan ve en Sophie y Stingo a dos seres que le admiran por su genio y extravagancia (una de las formas de la locura, en realidad).

Es la historia de un verdadero holocausto. El Holocausto nazi, el holocausto como acto de abnegación que se lleva a cabo por amor (lo que Sophie hace con Nathan al final de la película) y como sacrificio de uno de sus hijos. ¿Cómo es posible que un oficial nazi le dé a elegir a una madre, como si fuese un privilegio, entre uno de sus dos niños? Es imposible reponerse a eso. Por ello, el destino de Sophie estará ligado hasta el final (sí, el final) al de Nathan que la acogió y se ocupó de ella. Ella volvió a renacer al calor del amor. Pero las marcas (el número de presa, como marca más visible) siguen ahí, en su brazo y en la memoria.

Las escenas en Auschwitz tienen una fotografía en tonos grisáceos. Es el color de la muerte, del dolor, del humo de los hornos crematorios. Contrasta con la brillante luz del presente de la narración, en el país de la esperanza (EEUU, por si no quedaba claro).

El título de la película, basada en la novela homónima de William Styron, le va como anillo al dedo. Es la historia de la doble elección de Sophie: primero tiene que escoger a uno de sus hijos en Auschwitz y después tiene que decidir con cuál de los dos hombres se queda.

La historia está contada por Stingo, un aspirante a escritor que viene del Sur. Un ser imberbe que se queda deslumbrado ante esta pareja vital, despampanante e histriónica. Cada uno de los tres carece de las armas necesarias para seguir el camino solo… salvo Stingo al final (es una película americana y tiene que haber final feliz, pese a todo).

Por ello, la película es también la historia de un viaje iniciático. El de Stingo a Brooklyn para descubrir la vida, el amor y el dolor.

Hay que vivir para contar. “Vivir para contarla”, reza el título de las memorias de Gabriel García Márquez. De alguna manera en esta película se plantea la necesidad de vivir, tener algún recorrido en la vida para ser escritor, porque, dice García Márquez, “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”.

Para escribir hay que tener canas, de alguna manera. O haberse iniciado en la vida. Esto es lo que le pasa a Stingo, de inmaduro, pasa a ser hombre y, aunque no se dice, seguro que a partir de esa intensa historia con Nathan y Sophie saldrá un escritor con sustancia.

Frente a la madurez, a la experiencia de Sophie (treinta años apenas en la película), resulta insoportable la candidez de Stingo/Peter MacNicol, literalmente virgen (22 años en la película). Nathan/Kevin Klein increíble en su papel de desequilibrado mental.

Imprescindible verla en versión original, para escuchar ese acento polaco de Sophie cuando habla inglés.

Un ménage à trois particular y doloroso.
Francesca
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