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Drama
El 2 de diciembre del 2007, tres etarras asesinaron a dos guardias civiles (Fernando Trapero y Raúl Centeno) con los que casualmente se encontraron en una cafetería en Capbreton, en la región francesa de Las Landas. (FILMAFFINITY)
13 de octubre de 2008
63 de 99 usuarios han encontrado esta crítica útil
En 1607 se estrenó en Mantua el «Orfeo» de Monteverdi. Seguro que hubo gente que se aburrió y le pareció una tontería extravagante.
En 1805 Beethoven dirigió en Viena su «Sinfonía Heroica». La crítica dijo que era «pesada, interminable y deshilvanada».
El 15 de diciembre de 1856 Flaubert publica la última entrega de su novela «Madame Bovary». En febrero de 1857 tiene que defenderse ante los tribunales de una demanda por «ultraje a la moral pública y religiosa y a las buenas costumbres». Ese mismo año Baudelaire debe retirar varios poemas de «Las flores del mal» bajo idéntica acusación.
El 29 de mayo de 1913 ya saben ustedes la que se armó en el Teatro de los Campos Elíseos.
En octubre de 2008 Jaime Rosales estrena su «Tiro en la nuca» en cuatro cines medio vacíos y en Filmaffinity le llueven los palos, las condenas estéticas y morales y hasta los insultos. ¿Por qué molesta tanto su cine? A mí me parece hermosísimo, de una intensidad y una delicadeza enormes. Rompe con la retórica del cine al uso, subraya (por contraste) la banalidad de los diálogos, el abuso grosero de las bandas sonoras, la falsedad de las actuaciones, la caracterización de malvados torvos que escupen en el suelo, elimina los folleteos atléticos y jadeantes, los besos entre actores musculados y depilados y actrices oxigenadas y corregidas con bisturí, las explosiones y muertes acrobáticas que se ven en el resto de las películas que hay ahora mismo en la cartelera. Rosales ha quitado las legañas a la cámara, ha roto con la inercia de contar todas las historias de la misma manera, ha demostrado que el realismo es subversivo y, sobre todo, una bandera de la libertad. Es un oasis. El resto de la cartelera demuestra que el cine (no hablo del español, sino del mundial) está en una profundísima decadencia, que narrativamente es un arte inane, a años luz (por ejemplo) de la literatura, que se ha convertido en una especie de videojuego en pantalla grande, intrascendente, irrelevante.
A Rosales se le podría aplicar lo que escribía Lope:
«Como veis que camino
por zarzas, por espinas, por abrojos,
pensaréis que os inclino
a tormentos, a lágrimas y enojos;
pues mirad que son flores,
porque es toda mi ley tratar de amores.»
Esta película de Rosales es un acto de amor por el cine (y, si se me apura, por España), donde otros ven zarzas, espinas y abrojos yo sólo encuentro belleza, verdad y emoción. Allá donde vaya Rosales, yo iré detrás, agradecido de ser contemporáneo suyo y de poder asistir a los estrenos de sus películas. Los espectadores de dentro de un siglo nos envidiarán y si no, al tiempo (je, je).
En 1805 Beethoven dirigió en Viena su «Sinfonía Heroica». La crítica dijo que era «pesada, interminable y deshilvanada».
El 15 de diciembre de 1856 Flaubert publica la última entrega de su novela «Madame Bovary». En febrero de 1857 tiene que defenderse ante los tribunales de una demanda por «ultraje a la moral pública y religiosa y a las buenas costumbres». Ese mismo año Baudelaire debe retirar varios poemas de «Las flores del mal» bajo idéntica acusación.
El 29 de mayo de 1913 ya saben ustedes la que se armó en el Teatro de los Campos Elíseos.
En octubre de 2008 Jaime Rosales estrena su «Tiro en la nuca» en cuatro cines medio vacíos y en Filmaffinity le llueven los palos, las condenas estéticas y morales y hasta los insultos. ¿Por qué molesta tanto su cine? A mí me parece hermosísimo, de una intensidad y una delicadeza enormes. Rompe con la retórica del cine al uso, subraya (por contraste) la banalidad de los diálogos, el abuso grosero de las bandas sonoras, la falsedad de las actuaciones, la caracterización de malvados torvos que escupen en el suelo, elimina los folleteos atléticos y jadeantes, los besos entre actores musculados y depilados y actrices oxigenadas y corregidas con bisturí, las explosiones y muertes acrobáticas que se ven en el resto de las películas que hay ahora mismo en la cartelera. Rosales ha quitado las legañas a la cámara, ha roto con la inercia de contar todas las historias de la misma manera, ha demostrado que el realismo es subversivo y, sobre todo, una bandera de la libertad. Es un oasis. El resto de la cartelera demuestra que el cine (no hablo del español, sino del mundial) está en una profundísima decadencia, que narrativamente es un arte inane, a años luz (por ejemplo) de la literatura, que se ha convertido en una especie de videojuego en pantalla grande, intrascendente, irrelevante.
A Rosales se le podría aplicar lo que escribía Lope:
«Como veis que camino
por zarzas, por espinas, por abrojos,
pensaréis que os inclino
a tormentos, a lágrimas y enojos;
pues mirad que son flores,
porque es toda mi ley tratar de amores.»
Esta película de Rosales es un acto de amor por el cine (y, si se me apura, por España), donde otros ven zarzas, espinas y abrojos yo sólo encuentro belleza, verdad y emoción. Allá donde vaya Rosales, yo iré detrás, agradecido de ser contemporáneo suyo y de poder asistir a los estrenos de sus películas. Los espectadores de dentro de un siglo nos envidiarán y si no, al tiempo (je, je).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Esta peli la vi en la muy caldeada sala de los Cines Renoir-Plaza España de Madrid, que se llaman así porque no están en la Plaza de España sino en la calle Martín de los Heros (lo hacen para que se pierda la gente, como me pasó a mí). Fuimos en comandita Servadac, Hermione Granger, GVD, Helen y este humilde macarrón. Más que un cine aquello parecía el cuarto oscuro de un bar gay, no sólo porque nos íbamos desnudando por el calor según iba avanzando el metraje, sino también porque nos tuvimos que sentar a tientas sin saber si estábamos en nuestra butaca (a Servadac se le oía gritar una fila por detrás, cartesiano como es él quería sentarse exactamente en su puesto). GVD y Helen me cayeron muy bien y les mando desde aquí un abrazo