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Voto de Naroa Lopetegi:
7
Romance. Fantástico Una joven pareja decide citarse en un bar tras coincidir varias veces por la calle. Pero, como en un cuento de hadas, víctimas de una extraña maldición, el día del encuentro ambos han transmutado su apariencia y son incapaces de reconocerse.
15 de enero de 2022
14 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
ARGUMENTO
Giorgi y Lisa sufren un par de encontronazos fortuitos por las calles de Kutaisi, y deciden no dejar el siguiente encuentro en manos del azar, así que se citan en una cafetería al día siguiente. Sin embargo, y aunque ambos acuden, algo sucede en la noche previa que les impide reconocerse…

DESDE MI PUNTO DE VISTA
Releyendo el argumento que acabo de escribir, veo que es tan realista como mentiroso. Lo escrito, efectivamente, relata el planteamiento de la trama; pero puede dar lugar a pensar en una historia de intriga, de misterio, de argumento poderoso que engancha al público y lo mantiene en un puño durante todo el metraje. Y no, Koberidze no va por ahí. A partir de esa premisa argumental, se dedica durante dos horas y media a desparramar por la pantalla secuencias variopintas, capaces a buen seguro tanto de desesperar como de embelesar. Y no me refiero a que habrá una audiencia que lo odiará todo, y otra que todo lo amará; los mismos ojos babearán en ciertos momentos, y se aburrirán en otros. Al menos, eso me sucedió a mí.

Mi predisposición hacia el visionado era muy favorable, incluso proactiva. Consciente, según lo que había leído, de que es una película exigente, más lírica que narrativa, preferí informarme en profundidad, ya que no parecía haber riesgo de spoiler, y en este tipo de cine rarito es mejor tener asideros que ayuden a no perderse, a seguir lo mejor posible el hilo de lo que vas a ir viendo. Gracias a eso, disfruto enormemente el primer tramo de la película, en el que mi capacidad receptiva está intacta, y es capaz de asimilar y disfrutar la sucesión de pequeños detalles virtuosos, planos cortos extraños, disgresiones rompedoras y largas escenas sin armazón argumental. Me gusta ver la alegría de los niños a la salida del colegio, aplaudo la decisión de que la presentación de los personajes sea únicamente atendiendo a sus zapatos (¡qué fijación tiene Koberidze con los pies y las pinzas!), gozo de ese segundo encuentro filmado a kilómetros de distancia o del ruido fuera de plano con que ella reacciona a su cambio físico mañanero…

Sin embargo, y aunque me duela reconocerlo, no soy capaz de mantener intacto el nivel de interés y disfrute a lo largo de 150 minutos. Lo achaco a mi incapacidad, no a que el director baje el nivel conforme avanza el metraje. Por ejemplo, cuando entro a un museo devoro las primeras salas, miro y re-miro los objetos expuestos, leo y re-leo los carteles, escucho completas las eventuales explicaciones de la audio-guía… Pero poco a poco, mi apetito intelectual va decayendo, y aunque las últimas salas del museo sean las más apasionantes, las recorro con la luz de la reserva encendida. Y exactamente así podría explicar mi experiencia espectadora con ‘¿Qué vemos cuando miramos al cielo?’. Superada la hora y media, un análisis objetivo de lo que tengo ante mis ojos me dice que es igual de bonito, sugerente y sutil que al principio, pero yo ya no sigo el ritmo. Y admito que algunas secuencias me crispan un poco, deseo que avancen, que se deje Koberidze de tanto vericueto.

De hecho, en algunos de esos tramos en lo que no estoy dentro de la película, tuve tiempo para pensar sobre cuán delicada es la línea del cine que me gusta. Huyo con pavor de blockbusters, comedias locas llenas de gags, musicales, historias de acción y demás cine de fácil consumo. Pero necesito que la historia que me cuente el director estimule mi interés, que la trama tire de mí, no me basta con la belleza de las imágenes, el lirismo o las peripecias autorales. Invierto mucho tiempo y esfuerzo en tratar de localizar las películas que puedan cuadrar en ese carril intermedio entre el cine mainstream y las idas de olla pretenciosas. Pese a todo, a menudo me estrello, o por lo menos disto de dar en el clavo. Pero disfruto también ese proceso de investigación, esas expectativas previas, ese momento inicial de la película en que noto si se excitan mis endorfinas… Y cuando eso se produce, cuando hago diana, es tamaño el disfrute que quedan totalmente compensadas todas las intentonas infructuosas.

En todo caso, quede claro que no salgo de ver ‘¿Qué vemos cuando miramos al cielo?’ con el ánimo decaído, ni con la menor irritación. Pesan más los buenos ratos vividos que los apuros del tramo final. Y tengo la absoluta convicción de que el poso que quedará en mi recuerdo conforme pase el tiempo será cada vez mejor. Lejos de cogerle tirria a este director georgiano que en las dos películas que lleva acumula más metraje que la mayoría de cineastas en sus 4 ó 5 primeras cintas, seguramente estaré en el cine cuando estrene su siguiente trabajo. Y es que me gusta mucho la resolución que le da al entuerto central de la trama; simpatizo enormemente con esos perros callejeros adictos a la copa del mundo; le cojo gran cariño a la ciudad de Kutaisi, cuyas destartaladas callejuelas recorrería con sumo placer; guardo en la retina varios planos preciosos, sobre todo los panorámicos; sucumbo con rendición a la maravillosa secuencia del partido de fútbol narrado por los acordes de ‘Un’estate italiana’…

https://alliayeraquiahora.wordpress.com/2022/01/15/critica-de-cine-que-vemos-cuando-miramos-al-cielo/
Naroa Lopetegi
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