El amante es un apasionado drama romántico del estilo más clásico pero sazonado con escenas subidas de tono (o mejor dicho, en el tono adecuado, dada la temática). Es en torno a estas escenas a lo que parece girar la película, y lo que, en cierto sentido, la supedita. Si es cierto que estas secuecias, todas las que tienen lugar en la "casa de soltero", además de ser estéticamente perfectas (el uso de la iluminación y la música como complemento a los protagonistas, las combierte en pequeñas obras de arte), su incursión en la historia acaba resultando demasiado episódica, aislándolas de la evolución argumental de una trama, que, por otra parte sortea con acierto el tópico (ya se sabe, occidentales haciedo películas de orientales, mal aguero...), pero el peso de la prosa literaria acaba resultando en parte excesivo, en parte redundante, y las historias personales y familiares de los protagonistas no acaban de cuajar dado el poco tiempo que se les dedica. Así la fuerza del relato acaba recayendo al completo en los dos protagonistas, personajes ricos en matices y mostrados por los dos actores de una manera, probablemente planeada, fría.
Lo que queda para el recuerdo es ante todo esas escenas de sudor y emociones rodadas de manera maestra por un artesano como Annaud; y una música compuesta por ese otro artista llamado Gabriel Yared, responsabe de otras bellísimas partituras como las de El paciente Inglés, Mensaje en una botella o Cold Mountain.