El principal problema de Juegos Salvajes reside en el ojo de quien la ve, es decir, que si pretendes enfrentarte a una película como Juegos Salvajes de la misma forma que ves cine negro, del serio, por así decirlo, la película no solo te defraudará, sino que probablemente te pierdas el tremendo divertimento que es el film.

Porque Juegos Salvajes, es, evidentemente, un homenaje pasado de rosca a ciertas cintas de cine negro y erótico (las dos que me vienen a la cabeza son Fuego en el Cuerpo e Instinto Básico), pero tiñendo la trama con un agradecido toque pulp, excesivo en sus giros de guión, en sus localizaciones, en el dibujo de sus personajes, que lo que hace es que la película no se tome en serio a sí misma (que es lo mismo que debería hacer cualquier espectador para disfrutarla) para convertirse casi en una parodia cariñosa a los lugares comunes de ése género, a sus corruptos policías, a sus tortuosos protagonistas, a sus infalibles femmes fatales; dando una vuelta de tuerca a un género que desde esas dos cintas anteriormente mencionadas, no ha levantado cabeza.

Pero eso es lo bueno de Juegos Salvajes, su tono festivo, locuaz, profundamente entretenido, casi paródico hasta en la elección de un reparto que por otra parte está fantástico. Recordemos que en su día Matt Dillon y Kevin Bacon eran reconocidos tanto por los retorcidos personajes que interpretaban como por sus arrebatos en la vida real; o que las dos lobas protagonistas eran la viva imágen del dream team virginal y provocador de los noventa (Campbell por Scream y Richards por Starship Troopers, por ejemplo).

Por eso Juegos Salvajes es una gran pieza de cine de intriga, y bien visto, un nutrido homenaje a un gran género. Sabe crear expectación, el clima sudoroso de Florida acompaña el alto voltaje de la trama, sus personajes son verdaderos puzzles de un rompecabezas que funciona de principio a fin, si no como intriga pura y dura, si como entretenimiento veloz, inspirado, trabajado, metacinematográfico y mucho más inteligente de lo que parece.